Todas las mujeres del cineasta
El tópico más auténtico sobre Cukor es que fue un director de actrices. Estuvo al principio o al final de la carrera de varias estrellas. Cukor entró en Hollywood con el sonoro y salvó la carrera de algunos y algunas que podían ver cancelado su futuro cinematográfico por culpa de una inesperada exigencia: hablar. Cukor hizo trabajos con algunas actrices en circunstancias decisorias. Cogió a Lana Turner en 1950, A life of her own, cuando ya había aparecido otra rubita más portentosa, Marilyn Monroe, y Lana debía mitigar su monopolio artístico del trasero. Dirigió a Jane Fonda, Confidencias de mujer, después de que la actriz rescatara el contrato que le vinculaba a Joshua Logan. En sus manos Jane dejó de ser una niña bien parecida para convertirse en mujer frígida, trazo insólito que recogerá Vadim para crear una variante del sex-ymbol, el encanto de un témpano glaciar. Katharine Hepburn debutó en la pantalla grande con Cukor. Fue en 1932 con Doble sacrificio, filme que supuso el inicio de una larga amistad y de una colaboración en ocho filmes. Fue Cukor quien la vistió de chico en La gran aventura de Silvia y fue Katharine la que impuso este director a la hora de rodar Historias de Filadelfia. En Cruce de destinos tuvo que vérselas con una Ava Gardner, reconciliada con la Metro, que había impuesto condiciones (derecho a rechazar proyectos, rodajes fuera de los Estados Unidos para evitar el fisco ... ) y la productora adjudicó cautelarmente a Cukor la primera prueba de la nueva etapa.Mentor de tales ceremonias iniciáticas, Cukor fue cancerbero testamentario. Ahí está el inconcluso filme de Marilyn Monroe, Something's got to give y el adiós de Greta Garbo, La mujer de las dos caras. En recuerdo de este filme y de Margarita Gautier, fue Cukor el mensajero de Hollywood cuando, en 1952, se quiso conseguir que Greta Garbo regresara al cine. A pesar de los pesares, no fue posible. Mientras que en Margarita Gautier, Culcor le regaló un papel que hizo sombra a sus antecesoras en el cargo, con La mujer de las dos caras, la Garbo padeció su último sometimiento innegociable con la productora, una escena natatoria sin sentido.
Ha nacido una estrella también es casi un despido de Judy Garland y un extraño musical trágico sobre el deterioro de Hollywood. El secreto de Culcor en la dirección no tiene mayor misterio. A las buenas actrices les dejaba hacer. En Margarita Gautier, por ejemplo, Culcor pidió a la Garbo que atravesara lentamente un vestíbulo repleto de dandies para que los caballeros se recrearan en la belleza de la cortesana. La actriz hizo todo lo contrario, pasó muy deprisa porque, según ella, una atractiva cortesana, a diferencia de una prostituta de farola, no necesita tiempo para lucir sus encantos. Culcor fue lo suficientemente sabio y humilde para reconocerlo. Cuando Cukor se topaba con una actriz de más dudosas cualidades, las artimafías de gato viejo iban por otro lado. El propio cineasta había reconocido que Jean Harlow, en Cena a las ocho, decía los diálogos sin entenderlos del todo. Y Cukor sabía aprovechar esta inopia, al igual que lo hizo con Marilyn Monroe en El multimillonario.
Otros apellidos femeninos ligados a la obra del cineasta son: Joan Crawford -con quien hizo desde millonarias egocéntricas a ladronas de maridos, pasando por una víctima de la cirugía estética-; Audrey Hepburn, -a quien le regaló la voz de la anónima y sufrida Marni Dixon para que no hiciera un canoro ridículo en My Fair lady-; Rita Hayworth -a quien pidió en préstamo a la Columbia, donde estaba relegada a series B, para Susan and God-; Joan Fontaine -a la que había llamado para Lo que él viento se llevó hasta que fue apartado del proyecto y con la que hizo Mujeres, versión conyugal y maliciosa de Mujercitas-; Elizabeth Taylor,...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.