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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España y las relaciones económicas con Latinoamérica

EL SIMULTANEO deterioro de la situación financiera de varios países latinoamericanos en un corto paréntesis de tiempo demuestra la profundidad de la crisis económica mundial. En buena parte de los casos, no se trata de países faltos de recursos naturales o con una carga demográfica excesiva en relación al territorio; por el contrario, algunos de ellos son exportadores de petróleo y otros cuentan con un potencial envidiable de crecimiento. Sin embargo, pese a esta favorable base de partida, esas naciones no han sido capaces de generar, con sus ventas de mercancías, unos ingresos suficientes para hacer frente a sus deudas ahora y al pago de sus importaciones en un futuro próximo.¿Cómo encarar tan adversas circunstancias? Por lo pronto, la austeridad en los gastos públicos tendrá que sustituir al entusiasmo por las compras de armas o por los proyectos industriales extravagantes. Esta será, sin duda, la contrapartida exigida por los países industriales acreedores que se muestren dispuestos a aceptar el alargamiento de los plazos destinados a pagar las amortizaciones de los créditos pendientes. Pero la época de las vacas flacas también puede significar una reducción de las importaciones de los países latinoamericanos, buenos clientes de la industria española durante los últimos años. El destino y la composición de nuestras exportaciones experimentó, entre 1960 y 1982, un auténtico cambio estructural. Al comienzo de los años sesenta, más de las tres cuartas partes de las escasas exportaciones españolas -casi todas agrícolas- se dirigían a los países industriales, principalmente a Europa. En la actualidad, esas naciones sólo nos compran algo más de la mitad de nuestras exportaciones, compuestas fundamentalmente por productos industriales. En los últimos diez años, Latinoamérica dobló sus compras de productos españoles no sólo en términos absolutos, sino también en relación a sus importaciones totales, hasta el punto de significar el crecimiento en un ciento por ciento de nuestra cuota de mercado.

Aunque el desarrollo de este comercio ha sido en gran parte consecuencia de la propia industrialización de España, también han influido en ese positivo incremento la mejor organización comercial del sector productivo, el apoyo de los bancos y la labor de promoción realizada por el Estado. Los acuerdos de carácter bilateral -los casos de Cuba y Colombia son los más significativos- fueron sustituidos por un marco más acorde con los nuevos tiempos, de forma tal que nuestras ventas de turrón o de libros dejaron de estar determinadas por las compras que efectuáramos de azúcar o de café. Naturalmente, la competencia obligaba a cubrir las mismas exigencias que nuestros rivales comerciales y a vender -maquinaria o instalaciones fabriles, por ejemplo- en rabiosa concurrencia no sólo en términos de precios y calidad, sino también de condiciones financieras.

De esta forma, el esfuerzo financiador tuvo que superar incluso al comercial. Las cifras de crédito a la exportación crecieron más deprisa que la propia exportación. Algún triunfalista viaje ministerial de promoción comercial y autopromoción personal llevó incluso al absurdo resultado de fomentar más el crédito a la exportación que la exportación física. Dejadas a un lado esas aberraciones excepcionales, el esfuerzo de todos consiguió no sólo consolidar nuestras ventas tradicionales (libros, artículos de consumo, pequeña maquinaria, etcétera), sino abrir también nuevas puertas a las exportaciones de barcos, instalaciones llave en mano y obras públicas de notable envergadura. Las innovaciones afectaron igualmente a las compras; por ejemplo, la importación de crudos de petróleo mexicano nos permitió descargarnos de la excesiva y arriesgada concentración en países como Irán e Irak.

La suspensión de pagos, casi en cadena, desde México y Cuba hasta Chile y Argentina es, en consecuencia, una malísima noticia. Por un lado, hay una importante deuda pendiente. El Estado español es el acreedor principal, dado que muchas operaciones comerciales, sobre todo las más voluminosas, están garantizadas por los organismos públicos aseguradores. El riesgo de los créditos bancarios también es importante. El eslabón más débil son las numerosas empresas medianas y pequeñas que, aunque hayan cobrado de sus clientes en moneda local, no pueden recibir los pagos por la situación de insolvencia de los Estados. En este capítulo, las autoridades españolas deberán dar muestras de comprensión y eficacia para encontrar las soluciones adecuadas y evitar que un abundante número de sociedades bien relacionadas con Latinoamérica se vea condenado a la suspensión o a la quiebra. Sirva de ejemplo, aunque sólo sea por las inextricables vinculaciones entre los aspectos mercantiles y culturales de ese sector industrial, la difícil situación de los editores españoles con deudas pendientes en México.

Tras el problema financiero de los cobros y los pagos aguardan las incertidumbres del futuro comercial. Las ventas españolas representan, aproximadamente, el 2% de las importaciones totales latinoamericanas. Aunque en Cuba este porcentaje se eleva al 14%, en ningún otro país nuestras ventas cubren el 4% de las importaciones locales. Existe, así pues, un importantísimo margen de maniobra. El realismo y la prudencia de nuestro comercio exterior no deben estar reñidos con la imaginación y la habilidad. Las autoridades españolas tienen ocasión de demostrar su espíritu de colaboración e iniciativa en las distintas instancias internacionales encargadas de estudiar la refinanciación de las deudas latinoamericanas. En las negociaciones con la CEE, España debería defender que las exportaciones latinoamericanas dispusieran de condiciones arancelarias equivalentes a las procedentes de otras zonas en vías de desarrollo. En el terreno bilateral, sería conveniente que algunas de nuestras embajadas despertaran de la larga y plácida siesta que iniciaron en el virreinato. Y los ministerios de Asuntos Exteriores y de Hacienda y Economía, las compañías aseguradoras y empresas de comercio exterior, el Instituto de Cooperación Iberoamericana, el Banco de España y el Instituto de Crédito Oficial están obligados participar en la tarea de montar una organización eficaz que permita el apoyo y el estímulo de nuestras relaciones económicas con Latinoamérica.

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