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Peridis se convierte en un augur de tinta china

El dibujante publica el último volumen de su trilogía

Rosa Montero

A Peridis se le está poniendo cara de caricatura, le están naciendo unos orejones como dibujados a compás, una calva de tinta china y una sonrisa concienzudamente delineada que cuelga de sus mullidos mofletes. Es lo mismo que les sucede a sus personajes, a los que Peridis confiere enjundia y perspectiva, convertido en un demiurgo de rotulador y cartabón. Compone el hombre su habitual cara de chiste y me explica por qué no está de director general de Bellas Artes, cargo que, según se dijo en la Prensa, estuvo a punto de ocupar: "Es que yo puse como condición el publicar la historieta que dibujo en el BOE y firmar todos los decretos con mi seudónimo, y como no aceptaron ninguna de las dos cosas, pues dije que no". Peridis se llama Jose María Pérez González, o sea, un nombre que redunda en el tipismo, y nació en el valle de Liébana (Santander), aunque desde los tres años se crió en Aguilar de Campoo, de donde le viene una afición desatada a las galletas. "No, en serio", añade, "cómo voy a condenar a Fraga a muerte sin saber qué va a ser de su futuro político...".Se refiere a su Fraga dual y dibujado, a su tira. A Peridis siempre le gustaron las caricaturas. A los doce años dibujaba en el comedor de su casa, arriesgándose a una pulmonía por mor del arte, porque no había calefacción, sólo ladrillo recalentado entre las sábanas. Su padre, guardia forestal que luego tuvo un horno de cal, pensaba que el chico era preocupantemente perezoso: "Mi padre quería que yo fuese a trabajar al calero, pero a mí no me gustaba eso de ir a la cantera, que era un trabajo muy duro, así es que me escapaba a pescar. 'Este Jose Mari no sirve para nada', decían mis padres... Pero yo me decía a mí mismo: 'Toda persona tiene una cualidad especial y vale para algo distinto a las demás; yo tengo que valer para algo que exprese mi potencial humano...'. Y me lo decía así, siendo un crío". Una voluntad de hierro. Con esa voluntad llegó a Madrid a los dieciocho años y se metió de oficinista en una editorial. "Pero a mí me horrorizaba la idea de pasarme toda la vida yendo a trabajar, fichando, pidiendo un anticipo a fin de mes". Hizo Preu en nocturno, consiguió una beca, entró en Arquitectura, terminó la carrera en sólo cuatro años.

-Un día, en la universidad, eché a correr para alcanzar un tranvía que se me iba. Pero estaba muy lejos, y a media carrera me detuve, creyendo que no podría alcanzarlo. Pero resulta que había otro tranvía delante, de modo que se detuvo el doble de tiempo: si hubiera corrido lo habría alcanzado. Entonces me dije: cuando tengas que coger un tranvía, corre. Porque si no lo consigues, habrás adelantado por lo menos el camino de lo que has corrido".

Desde entonces, espoleado por esta reflexión digna de Confucio, Peridis no ha parado de correr. Corre con calma, eso sí. Pose una bonhomía tranquila y relajada, habla muy despacio; es un corredor de fondo, especializado en ganar la maratón. Ahora tiene 41 años, compagina su trabajo como arquitecto con los dibujos y ha encontrado esa función específica que intuyó de niño: "Yo creo que me dije por primera vez eso de 'es esto' cuando tenía treinta años. Había terminado la carrera, me había casado, tenía la primera niña. Me di cuenta de que la fuerza estaba en la línea y de que en vez de hacer caricaturas había que hacer personajes. Y empecé a trabajar en el diario Informaciones. Fue en 1973". Eran las mismas historietas de ahora, cuatro viñetas. Las mismas, pero más torpes, porque se aprende. "En el fondo, lo que uno hace en el trabajo artístico es tantear los límites de sus incapacidades, vas tocando la pared. Y yo, como tenía y tengo muchas limitaciones en el dibujo, recurrí por ello a la simbología".

Me asombro, me admiro, casi me escandalizo: le he visto dibujar en un segundo caricaturas tan agudas como una radiografía. "Es que tú no me ves los límites, pero yo sí, yo veo más allá de los límites y sé que no llego a animar a los personajes y a moverlos con más soltura; yo no sé hacer un escorzo, siempre presento a Felipe de perfil... Pero quizá lo importante no es que dibujes bien, sino tu ojo, el que seas capaz de ver la realidad desde otro punto de vista". Y Peridis lo consigue. Retrata el intríngulis de las gentes, les adivina, les conforma el futuro, les obliga, quizá, a ser quienes son, como un hechicero bueno, un augur de la tinta: "Como cuando Suárez estaba subido en su columna de plastelina y se fue cayendo, cayendo, hasta que cayó... Estos juegos de adivinación son lo más apasionante. O Calvo Sotelo, convertido en esfinge. Era un enigma: ¿qué significaba la esfinge, qué ocultaba? En la última viñeta que hice de él le mostré saliendo de la esfinge, o sea, él no era la esfinge, estaba dentro. Desvelé el misterio".

Y mientras se entrampa alegremente con la edición del libro, Peridis continúa apareciendo por la redacción, sonrisa eterna y perezosa, con las viñetas bajo el brazo y una bolsa dadivosa de galletas campurrianas, inventando porvenires y añadiendo cada día un trazo nuevo a la línea de sí mismo.

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