Manuel Fraga y Miguel Roca coinciden en la necesidad de reagrupar las fuerzas políticas no socialistas
Las fuerzas políticas no socialistas han iniciado una operación de reagrupamiento para tratar de acortar distancias electorales con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Esta operación, promovida y respaldada por los empresarios y la gran banca, descansa sobre dos líderes: el catalán Miquel Roca y el gallego Manuel Fraga, y dos fuerzas políticas: Alianza Popular-Partido Demócrata Popular y un partido de centro reformista, aún en período de gestación. Está pensada en dos tiempos: las elecciones municipales, en primer lugar para las que la formación política de Fraga intenta un acuerdo electoral con Convergència i Unió en Cataluña-, y las elecciones legislativas de 1986, verdadera meta de esta gran operación política.
Los poderes económicos españoles invirtieron en Manuel Fraga y la coalición electoral que él lidera, Alianza Popular-Partido Demócrata Popular, sin regatear medios para concurrir a los comicios legislativos del pasado 28 de octubre. El intento de los grandes de la banca y de la CEOE de coaligar al centro y a la derecha antes de esa fecha no concluyeron con éxito, como ya es sabido, por la firme resistencia del presidente de Unión de Centro Democrático, Landelino Lavilla. Fracasaron José María Cuevas y José Antonio Segurado, en su papel de mediadores entre los representantes económicos y los representantes políticos, y fracasaron los intentos de coalición desde dentro, protagonizados por Rodolfo Martín Villa y, un poco más lejos, por Oscar Alzaga y Miguel Herrero de Miñón.Después, los resultados electorales fueron clarificadores: el lanzamiento de Fraga resultó muy satisfactorio (105 diputados y cinco millones y medio. de votos), los centros -UCD y CDS- fracasaron estrepitosamente y Convergencia Democrática, el partido nacionalista de Miquel Roca, experimentó un espectacular ascenso. Los cerebros de la operación antisocialista comenzaron a funcionar a partir de estos datos. Y no se les pasó por alto que Miquel Roca ha sabido ganarse una imagen de hombre de Estado, un político a quien su espacio político natural, Cataluña, se le ha quedado pequeño. Estos cerebros tratan de convertir a Roca, ahora, en el Cambó que en su tiempo no pudo ser.
El análisis en que se basa esta operación de reagrupar las fuerzas no socialistas parte de la consideración de que el PSOE ha obtenido, al menos, dos millones de votos que hubieran ido a parar a una fuerza más reformista que conservadora, más moderna en las cuestiones sociales, que el nacionalcatolicismo que propugna Fraga. Estos dos hipotéticos millones de votos hubiera podido recogerlos el programa de Convergència, conservador en lo económico, relativamente progresista en lo social -la Minoría Catalana defendió una avanzada ley de divorcio y propuso la despenalización del aborto casi en los mismos términos que los socialistas-, si se hubiese presentado a las elecciones en todo el territorio nacional. Miquel Roca hubiera sido también el líder adecuado: tiene credibilidad ofrece una imagen seria de hombre de Estado y no cuenta con un pasado como el de Manuel Fraga.
Sin embargo, Fraga también resulta imprescindible para la derecha española. El, con un carisma popular reconocido hasta por sus enemigos, ha logrado que los franquistas empiecen a plantearse que la democracia no es un sistema tan nefasto como en tiempos pasados se les hizo creer y, en una maniobra política malabar, ha conseguido también llevarse los votos ultraderechistas de Blas Piñar y provocar el derrumbe de Fuerza Nueva.
Así las cosas, resulta más útil unir a los dos líderes que enfrentarlos. Y las declaraciones de ambos en los últimos días asi lo confirman. Miquel Roca decía: "Yo no voy a ser el líder de la derecha porque nuestro proyecto político va mucho más allá, en el terreno de las reformas, de lo que representa Alianza Popular; pero es necesario un. entendimiento entre las fuerzas políticas no socialistas". Y Manuel Fraga, en la última cena-queimada que celebró hace tres días con los informadores, señalaba: "Mantengo intensos y frecuentes contactos con Miquel Roca. Nos vemos muy a menudo, y muy cordialmente. Cada vez observo menos diferencias entre ellos y nosotros en los temas del Estado y ambos estamos de acuerdo en perfeccionar el sistema bipartidista".
Después de la abstención del grupo parlamentario de los aliancistas en la votación de la LOAPA en la pasada legislatura (abstención que los observadores políticos atribuyeron a los consejos de Miguel Herrero, hombre clave en esta operación), todo parecía indicar que Fraga ya pensaba en esta recomposición poselectoral desde los tiempos de la precampaña de las legislativas del 28 de octubre. Las puntuales encuestas que la CEOE presentaba al líder aliancista cada tres días, durante los veintiún días que duró la campaña electoral, le advertían claramente de que, hoy por hoy, su techo estaba entre los cinco y seis millones de votos. Con la mente orientada a esta operación de futuro no dejó de resultar significativo que, ni en el País Vasco ni en Cataluña -sobre todo en Cataluña-, Fraga no atacase ni una sola vez a sus adversarios políticos naturales, el PNV y Convergència. Sin embargo, la integración en este proyecto de los nacionalistas vascos, se presenta en extremo complicada, dado que resulta impresentable conciliar en Euskadi cualquier tipo de proyecto nacionalista donde aparezca entremezclada la figura de Fraga.
El reformismo de Roca
El partido reformista que Miquel Roca pretende liderar incluye, además de Convergència y Unió, a todas aquellas formaciones políticas identificadas con la idea de centro-progresista, una vez que UCD y los partidos satélites que el centrismo ha originado han demostrado su incapacidad para el entendimiento. No piensa Miquel Roca apoyarse en los líderes centristas quemados (ni Landelino Lavilla ni Adolfo Suárez) y buscaría, por el contrario, pequeños dirigentes regionales, personas que aún conservan credibilidad y un cierto control en algunas provincias, tales como la ex diputada centrista María Teresa Revilla (Valladolid), Víctor Moro (Pontevedra) o Jerónimo Albertí (Mallorca). A medio plazo, y una vez constituido el partido reformista, que podrá llamarse con el nombre que sea, pero cuyo componente esencial será el centro reformista, se podría negociar la integración de los grandes líderes centristas mencionados. En cualquier caso, la implantación nacional del potencial partido de Roca parece ser el talón de Aquiles de operación.El discurso de Manuel Fraga durante los debates de la sesión de investidura de Felipe González como presidente del Gobierno confirmó en sus tesis a los cerebros de esta operación. Su famosa frase de que "cuando un país se ve atacado por el terrorismo, al Gobierno más le valdría tener las manos manchadas de sangre que no lavárselas con agua como Pilatos" provocó cierto estremecimiento entre los líderes más destacados del PDP, que así lo han comentado en privado, si bien justifican que Fraga no estuviera tan brillante como en otras ocasiones a la reciente muerte de su hermano. Pero, en cualquier caso, esa intervención del líder aliancista demostró, una vez más, que Fraga convence a los convencidos, entusiasma a su gente, pero asusta y empuja hacia al PSOE o a la abstención a quienes se sienten de centro pero no votan, por multiples razones, a la UCD de Landelino Lavilla. Miquel Roca tenía previsto avanzar este proyecto político en una conferencia que debía pronunciar, el próximo martes, en el Club del Sable de Madrid, que preside Herrero de Miñón. Sin embargo, y por causas no explicadas a pesar de la insistencia de este periódico, se ha suspendido.
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