Felipe, en misa
En España, todo lo resolvemos con una cena -como ha recordado aquí mismo Fernando Castelló- o con una misa. Felipe González estuvo el día de la Inmaculada en la misa de Infantería y, aunque no conoce muy bien los usos (que, por otra parte, han cambiado mucho), se comportó. Madrid bien vale una misa. Los gloriosos infantes de la Infantería Española, a su vez, se comportaron con Felipe González, presidente del Gobierno. También ellos estaban iniciándose en el ritual. El ritual democrático, en su caso. He dicho una cena o una misa. Debo decir una cena, una misa o una guerra. Cansados de no entendernos en las guerras, cansados y gordos de cenar tanto, vamos a probar ahora con la misa, que parece lo más sensato. Una misa, aparte sus trascendencias, es un ritual incluso para el más místico de los creyentes. Y en lo que tiene de ritual, de espacio culto, histórico y ecuménico, es donde Felipe González y la Infantería se han encontrado. El presidente, durante su investidura, se lo recordó a Fraga:-El señor Fraga, en sus últimas palabras, ha hecho un canto a sus creencias más profundas y personales, que yo respeto.
El milagro español (obrado precisamente en el ámbito de los milagros tradicionales, una iglesia) es que se celebre una misa por la Patrona de Infantería y que la presida un primer ministro socialista de cuarenta años, porque así lo han decidido diez millones de españoles, mayoría absoluta entre los votantes. Qué tranquila hecatombe de normalidad, de civilidad. Felipe no estuvo experto, pero sí circunspecto, en feligresías. Todos lo estamos aprendiendo todo: la democracia, el socialismo, la misa (que, como es sabido, ha cambiado mucho su protocolo). Qué delicado intercambio de tentativas, entre unos y otros, bajo el cielo gris/ Europa del miércoles. Cuando Tierno Galván (que me invita a cenar una noche de éstas) empezó a ir a las procesiones, unos le llamaban hipócrita y otros oportunista. A Fernández-Ordóñez -¿qué pasa con Fernández-Ordóñez, tíos?- le echó don Marcelo González de la procesión del Corpus, en Toledo. Landelino Lavilla me ha contado que a él también le puso mala faz, la última vez. Pero el proceso no se ha parado y Felipe González se mueve, correcto e indeciso, con una gabardina oscura, entre dos inmensos bloques teologales: el cielo y la Infantería. Entre dos huestes gloriosas: los tanques y los ángeles. Los ángeles, tanques de Dios, y los tanques propiamente dichos, le han abierto, por fin, un espacio sagrado, el de la misa, a un particular de gabardina. Al fin hemos comprendido que entre las fuerzas del cielo y las fuerzas de la guerra tiene que haber un sitio, una rendija, un reclinatorío para que se recline el particular, el hombre de la calle, el español peatonal, como un ángel laico con alas caídas de gabardina / tervilor. Somos, los españoles, tan originales políticamente, que podemos resultar hasta normales. El presidente, luego, se ha ido a ponerle unas flores a Pablo Iglesias, 57 aniversario de su muerte, en el cementerio civil. Hay que cuidar los santorales paralelos, que la muerte es una forma de seguir en la clandestinidad. Me dice la gran Emma Penella que a lo mejor hace con Lola Herrera Juana del amor hermoso, de Martínez Mediero, un esperpento sobre Juana la Loca. Somos los secuestrados por nuestra Historia, los españoles. Ara Rime me pide colaboración para Le Rebrousse-Poil, su revista marginal de Ginebra. Se abre la verja de Gibraltar también por los Pirineos.
El ángel caído, de José Jiménez, premio Anagrama de ensayo, se presenta estos días. Angel caído de la manierista angeología andaluza, como un Murillo / psoe, en el centenario de su paisano, FG nos ha recordado que Madrid bien vale una misa.
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