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El modelo Andropov

Menos de veinticuatro horas después del anuncio de la muerte de Leónidas Breznev, el general de la KGB, Yuri Vladiminovitch Andropov, aseguró su sucesión de un modo muy pacífico. Se presentó como el líder supremo de la URSS y ni siquiera consideró preciso, en su discurso funerario, declararse fiel, de acuerdo con la costumbre, a los "principios leninistas" de la dirección del partido. Tenemos, pues, ante nosotros, por lo menos durante algún tiempo, al jefe único de la segunda potencia del mundo contemporáneo.A sus 68 años, con un aspecto no demasiado marcial, Yuri Vladiminovitch Andropov cuenta ya en su haber con dos records en la historia de la URSS. En primer lugar, el de su permanencia al frente de la KGB. En efecto, desde la fundación, en 1917, de los servicios políticos especiales, ningún otro dirigente había conseguido mantenerse al frente de los mismos como él lo ha hecho durante quince largos años (1967-1982). En segundo lugar es el primero que ha sabido utilizarlos como trampolín para llegar hasta el poder supremo. Se trata de los únicos datos claros e incontestables de su biografía, muy útiles además para comprender mejor la evolución actual de las sociedades del "socialismo real".

En Occidente, de manera inexplicable, hay quien quiere rehabilitar a toda costa a Andropov de su pasado de jefe de la KGB, para mejorar así su imagen de marco. Pero sus argumentos me parecen a la vez débiles e inútiles, porque si bien es cierto que Yuri Andropov se formó en la escuela superior del partido, dependiente del Comité Central del PCUS, y no en la Academia de la Policía Política, puede decirse otro tanto de casi todos sus predecesores al frente de la KGB. El mismo Lavrenti Beria no fue un policía de origen".

Es más, lejos de sufrir las consecuencias de su identificación con la KGB, Andropov le debe, por el contrario, cierta popularidad, incluso entre los disidentes soviéticos que él mismo ha expulsado del país. En resumen, en el Este, la gente parece preferir hoy a los dirigentes que han hecho carrera en los cuerpos separados del Estado -el Ejército y la KGB- antes que a los que pertenecen al aparato tradicional del PC en el poder. ¿Acaso no es significativo que, también en Polonia, el general Jaruzelski fuera objeto de una acogida más bien favorable por parte de la opinión pública con ocasión de su primera salida a escena, a finales de 1980? "Preferimos", me dijeron entonces en Varsovia, "una dictadura clásica al totalitarismo ideológico".

Sin embargo, lo más llamativo en el Este desde hace más de dos décadas, es que los PC en el poder, nacidos antaño con extraordinarias pretensiones pedagógicas, no enseñan ya nada sobre la gran perspectiva comunista. Andropov no habló de ello en su discurso de investidura, como tampoco lo hizo Breznev antes que él. Mikhail Suslov era todavía el único capaz de encontrar algunas citas en las obras de Lenin, pero era incapaz de escribir él mismo cualquier frase citable. Esta clase dirigente sólo es "marxista-leninista" para los kabulistas o para los doctrinatarios de la otra orilla, como Raymond Aron, que necesitan este espantapájaros para conducir su batalla política en Occidente.

El símbolo de la sangre

En el Este, el discurso oficial, desde que ya no gira en torno al "hombre nuevo" y a las "luces de la utopía", se ha centrado sobre todo en la exaltación de las realizaciones ya conseguidas. De este "balance globalmente positivo", como diría Georges Marchais, pretenden los comunistas que derive su mandato para el monopolio del poder, y así lo hicieron constar incluso en tiempos de Breznev en las constituciones de sus respectivos países. Ahora bien, durante ese mismo período, la crisis de las sociedades del "socialismo real" no ha cesado de agravarse, hasta el punto de que las poblaciones están empezando a carecer de lo esencial. Aunque es más flagrante en Polonia, la penuria también se deja sentir en la URSS: hay quien sostiene incluso que el grado de desorganización de la economía es todavía mayor en esta última.

Y, por una extraña paradoja histórica, en estas dos sociedades en las que el Estado, en teoría, debería haberse debilitado progresivamente, se encuentran en la cúspide del poder un policía y un militar, dos símbolos de las instituciones estatales más jerarquizadas y detestables.

La ascensión al poder de Yuri Andropov es, en cualquier caso, el fruto de una hazaña particularmente notable. En Rusia, desde la noche de los tiempos, se desconfía de los gendarmes -denunciados ya en la literatura clásica del siglo pasado- y, en la época de Stalin, la KGB se convirtió en el símbolo de la sangre y las peores arbitrariedades. Rehabilitar la imagen de esta institución, cualquiera que sea el descrédito de los gestores de los otros aparatos, hubiera sido empeño imposible si Yuri Andropov hubiera continuado castigando, como en la época anterior, en vez de limitarse -salvo excepciones- a vigilar. Sobre este punto, y desde la muerte de Stalin, la clase dirigente ha sido siempre formal: no deberá haber nunca más terror de masas en la URSS porque, al no ser controlable, acaba siempre finalmente por golpear también en la cumbre. La represión ejercida por la policía de Andropov ha sido, pues, muy selectiva y, de acuerdo con los criterios soviéticos, más bien moderada. Ha consistido sobre todo en impedir que la disidencia pudiera expresarse, pero ha respetado a aquellos que, aun pensando de modo diferente", no hacen nada. Como es lógico, estos últimos también están fichados en algún lugar de los archivos de Andropov, por si acaso...

La KGB, según una definición muy antigua, representa "los ojos y los oídos del Kremlin" dentro de la población. Hoy, sin embargo, a raíz de la modernización de sus servicios por Andropov, se trata de un ojo y un oído electrónicos. Esto ha contribuido grandemente a asentar la idea popular de que Andropov y sus hombres son los únicos que conocen la situación real del país, por lo que quizá se decidan a hacer algo para mejorarla. Estamos también en este caso ante una paradoja: la KGB derrocha una fortuna con la mano derecha para impedir que la gente hable, y hace otro tanto con la mano izquierda para saber lo que los rusos se dicen unos a otros.

Nada de todo esto nos aclara, sin embargo, cuál será la futura política de Andropov. Es bien sabido que cualquier dirigente que alcanza el poder supremo en un gran país como la URSS se esfuerza en realizar algunas reformas para ganar popularidad. No debe olvidarse que la gran amnistía posterior a la muerte de Stalin fue promulgada, no ya por Nikita Jruschov, sino por Lavrenti Beria, el hombre de la KGB. En esta ocasión, Yuri Andropov también intentará adoptar ciertas medidas, necesariamente menos espectaculares, pero susceptibles de reforzar su prestigio. Como no podrá tocar la estructura misma del poder, se limitará a no hacer nada importante, pero se cuidará muy mucho de ponerse en contra el aparato tradicional de su partido, que ya está acechando su caída.

Una extraña paloma

Por mi parte, no creo que Andropov sea una reencarnación de Nikita Jruschov, ni que pretenda o pueda instaurar en la UR SS un socialismo a la húngara, muy extraño y antiigualitario, pero relativamente próspero. La eficacia de semejante "modelo" sería muy dudosa en un país de la envergadura de la URSS, y el mero intento de introducirlo provocaría una agitación social que el conjunto de la clase dirigente desea evitar.

Yuri Andropov quizá resulte ser una extraña paloma, "venida del frío", de la KGB, pero no desde luego un don Quijote decidido a enfrentarse con los molinos de los poderosos aparatos políticos soviéticos. Durante las tres décadas que han transcurrido desde la muerte de Stalin, hemos podido comprobar que el poder en el Este no es reformable "desde arriba" por la sola voluntad de un dirigente de miras amplias. La vía del cambio en estas sociedades bloqueadas ha de pasar necesariamente por la cristalización de un movimiento obrero independiente del poder. Y, a pesar del drama actual por el que atraviesa Polonia, el movimiento "solidarnosc" es el único modelo válido para la totalidad del bloque, URSS incluida. Desde este punto de vista, Yuri Andropov no es sino uno de los enemigos que hay que eliminar, por las mismas razones que sus competidores en la batalla secreta que se sigue librando actualmente en el Kremlin.

K. S. Karol es periodista francés, de origen polaco, especialista en temas socialistas.

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