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La formación del nuevo Gobierno

Guerra parece decidido a demostrar que hay 'ministros de Felipe González' y 'ministros del partido'

Un sentimiento de distancia creciente respecto al Gobierno, cuya composición ultima Felipe González, se expande en amplios sectores del partido socialista y presta un significado de otra magnitud a la incógnita mantenida por Alfonso Guerra sobre su incorporación al equipo ministerial como vicepresidente, según estiman miembros de la propia ejecutiva del PSOE y otras destacadas figuras de esa formación.

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Los últimos viajeros llegados del despacho de Bravo Murillo hacen un retrato robot del inseparable número dos entre el silencio despechado, el cansancio psicológico, el agotamiento físico y la tensión contenida donde es imposible reconocer al hombre de tan probado gusto por el ingenio y el esperpento, tan rápidos y fulgurantes reflejos dialécticos y tan fieramente inaccesible a la depresión. Todo apunta a una versión exacerbada de esa melancolía de la victoria certeramente apuntada por el duque de Wellington, "Nothing except a battle lost can be half so melancholy as a battle won" (Nada, excepto una derrota puede ser más melancólico que una victoria).Más allá de las claves personales que pueda haber en su génesis, el interés de los observadores reside en esclarecer el sentido político que encierra la posición de Alfonso Guerra y el alcance de las consecuencias que su ausencia del Gobierno pudiera llegar a desencadenar. Alfonso Guerra ha reiterado a cuantos periodistas pudieron preguntárselo que tiene hace mucho tiempo deshojada la margarita y que su decisión de no ir al Gobierno está tomada en firme. Sin embargo, se divisa un resquicio desde el que se pudiera producir la recuperación de Guerra para la vicepresidencia del Consejo de Ministros que insistentemente le ofrece el líder Felipe González. "Sólo si me lo pide el partido aceptaré integrarme en el Gobierno", ha dicho el vicesecretario general del PSOE. Y, establecida esa condición, hay unas deducciones inevitables que modifican el panorama político en ese ámbito decisivo que atañe siempre a la distribución del poder.

En efecto, Alfonso Guerra ha dejado en evidencia con sus palabras que en caso de formar parte del Gobierno él no será "como los demás ministros". Si se cumpliera la hipótesis aquí contemplada, quedarían consagradas inevitablemente dos clases de miembros del Gobierno. Una, la de aquellos que lo serían a petición del partido, constituida en exclusiva por Alfonso Guerra; otra, donde se sumarían todos los demás, convocados a esas tareas únicamente a petición de Felipe González. La actitud de Alfonso Guerra implica además un principio de distinción entre la voluntad manifiesta y reiterada de Felipe González para incorporarle al equipo ministerial -a la que no ha vacilado en resistir- y la decisión que pueda tomar el partido -a la que se proclama disciplinadamente sometido-.

Hay que suponer, según los analistas, que donde Guerra se remite al partido debe entenderse su máximo órgano de gobierno, la Comisión Ejecutiva Federal con más de veinte miembros, de donde sólo han sido llamados por el candidato a presidente para diversas carteras Alfonso Guerra, Javier Solana, José María Maravall y Joaquín Almunia. Establecida la previa renuncia de Guerra, si ahora se produjera una petición de la Ejecutiva para que aceptara la vicepresidencia, la entrada en el Gobierno dejaría a salvo su responsabilidad personal y cobraría un significado distinto. De igual modo, si esa solicitud no se produce el vicesecretario general del PSOE entenderá también confirmada su estrategia de la distancia respecto a la andadura de un Gobierno, con el que no se sienten identificados sectores muy visibles del partido. En todo caso debe tenerse muy en cuenta que no está prevista reunión alguna de la Ejecutiva para antes de que concluya la sesión de investidura, el miércoles próximo. La reunión del viernes pasado no registró pronunciamiento sobre la materia excepto la de "respetar el período de reflexión del vicesecretario general".

El descontento con la lista de Gobierno ultimada por Felipe González se registra en sectores muy diversos del núcleo políticamente mejor asentado en el partido socialista. Los observadores estiman que ese descontento sólo llegaría a tener una expresión válida e influyente con capacidad de configurar una alternativa en plazo determinado, si puede acogerse al paraguas de Alfonso Guerra. Sin esa cobertura, a la pura solidaridad en el despecho no se le augura un porvenir brillante. El número dos se ha sentido marginado por el líder a la hora de determinar la lista del Gobierno y ha visto hundirse su acariciado programa de medidas para los cien días y su proyecto del gabinete de los doscientos, como centro nervioso de toda la acción política.

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