Religión y racionalidad
Teniendo buen cuidado de no establecer conclusiones precipitadas, el viaje de Juan Pablo II a España es ocasión oportuna para algunas y muy concretas consideraciones atendiendo a ciertos antecedentes.La crisis y deterioro sufridos por la Iglesia católica, especialmente la española, son de toda evidencia. El decreciente índice participativo de fieles a los cultos y la ausencia de un mensaje bien definido y válido para una sociedad ubicada en los albores del siglo XXI presagian un futuro incierto. Los intentos de renovación y adaptación de la religión al mundo de hoy, término usado frecuentemente por los llamados teólogos de la liberación, no han hecho sino aumentar el desconcierto y la paulatina decadencia de la influencia eclesiástica, por su carácter plural y minoritario. Lo prueba el hecho de que, habiéndose propagado tan extensamente la hetercidoxia, no ha surgido, como antaño, el cisma, sino que se ha fomentado la indiferencia.
Pero hemos de reconocer que en poco más de una semana, siguiendo una línea tradicional, Juan Pablo II, con su poder de convocatoria, ha sorprendido a excépticos e indiferentes y hasta la más conspicua clientela del catolicismo militante.
Desde antes del enciclopedismo venía ejerciéndose sobre nuestra sociedad una firme y pertinaz labor, invitándola a racionalizarse. De un modo u otro, estos movimientos afectaban a la religión, y como toda posición crítica, en sus últimos episodios -concretamente desde finales del pasado siglo- se apoyaron en tesis y pensamientos de Marx. Áhora bien, es sabido que en Marx coexisten dos aspectos de distinta y contradictoria naturaleza: el Marx crítico, que con el agudo escalpelo de su lógíca va desmontando pieza a pieza los cimientos que soportaban la sociedad de su tiempo, y el Marx que ante el vacío producido por su propia crítica se propone cubrirlo con la praxis, transformando el mundo bajo fórmulas aparentemente originales y fecundas que debían arrastrar a las multitudes reformadas por el nuevo dogma. Naturalmente, uno de los blancos de la certera crítica de Marx eran las religiones, pues conocía la influencia del fenómeno religioso sobre la sociedad y la política, entre otras razones, por sus estudios antropológicos.
Pero ni la razón objetiva, ni la más depurada dialéctica, ni la ciencia misma han sido capaces de desvelar definitivamente lo desconocido y misterioso de nuestros antecedentes y nuestro destino, aunque esta conclusión, que podía haberse establecido en tiempos de Marx, no fue suficiente para hacerle desistir de su fallido intento de solventar la antinomia entre lo subjetivo y lo objetivo en sus Tesis sobre Feuerbach. Como luego se ha visto, la peor solución de] problema que Marx se planteó con su crítica consistió en la predicación de la religión de la praxis, incurriendo galanamente en los vicios atribuidos por la crítica marxiana a las religiones y sin gozar de su carisma, pues por el simple hecho de su atavismo, las religiones tradicionales contienen la innegable racionalidad de lo auténtico.
El otro problema que contribuyó no menos a la confusión en que aún nos debatimos consistió en que Marx no llegó a advertir que, del mismo modo que el lenguaje lógico y discursivo no es el adecuado para movilizar el alma colectiva de la sociedad humana, la estricta consideración del capital como instrumento social entraba en oposición con el natural aprecio que cada uno de nosotros hace de sus pertenencias presentes o futuras, de su parte alícuota de capital social y sus expectativas económicas particulares, ligadas íntimamente al fenómeno de la esperanza, de cuya manifestación necesita el hombre para enfrentarse, con cierto garbo, al trance y riesgo de la vida. Es decir, otro signo de contradicción entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo colectivo y lo individual.
El lenguaje sensitivo
Los lenguajes son la expresión o transposición simbológica de nuestras ideas y emociones, según la información acumulada en nuestros sistemas límbico e hipotálmico. El lenguaje logicodiscursivo se dirige al oponente individual o al reducido grupo que procede también logicodiscursivamente, y el lenguaje sensitivo plural y misterioso, eminentemente utópico, es el adecuado para sintonizar con la masa; la aglutina hasta hacerla consciente de su ser colectivo, operando como un solo cuerpo, con una sola voluntad.Habermas ha realizado una profunda revisión de la praxis marxista al objeto de adoptar su lenguaje social a nuestro tiempo, que permitiría la alternativa preconizada por Marx. Lo positivo del trabajo de Habermas puede haber consistido en aportar nuevos argumentos demostrando que cuanto nos rodea -y, por supuesto, nuestra información, nuestra cultura y nuestros lenguajes- es eminentemente evolutivo, lo que nadie ha de poner en duda.
Pues bien, el lenguaje social de Juan Pablo Il ante diversos auditorios y variados y múltiples escenarios, sintonizando con todos ellos, ha tenido que ser por fuerza evolucionado y adaptado al mundo de hoy sin dejar de ser tradicional.
A estas alturas no es lícito confundir términos de por sí antitéticos ni, por tanto, calificar de inoportuno y señalar la ausencia de racionalidad del mensaje o la irracionalidad de las masas que lo reciben. Ya sabemos que el lenguaje empírico-analítico, el de la crítica marxiana, ampliado con las aportaciones del estructuralismo y de las continuas conquistas científicas, el que hablan el profesor y el erudito, conduce al escepticismo y al agnosticismo; pero reconocida la bidimensionalidad del ser humano -lo individual y lo colectivo-, no es el apropiado para dirigirnos al alma colectiva de los grupos sociales que, por ser necesariamente crédulos, como principio de subsistencia inexorable, necesitan del lenguaje sensitivo, inevitablemente utópico, que opera contra la lógica y hasta contra la probabilidad, y es al propio tiempo el que nos lleva a interiorizarnos por los no menos irracionales caminos del ello que pueden conducir a la mística.
Cuando los pueblos quedan huérfanos de su religión se manifiestan entristecidos y apáticos porque han perdido una de las señales de identidad más evidente, imposible de sustituir. La ausencia de la religión no es conversión, sino desconversión, que no reviste el carácter apropiativo del signo religioso, sino su pérdida.
Si bien, y como decíamos, no es prudente obtener conclusiones generales, con la visita de Juan Pablo Il han quedado esclarecidas algunas cuestiones hasta el presente controvertidas:
a) Es incongruente e ineficaz la predicación de religiones adogmáticas, y los movimientos neorreligiosos o seudoreligiosos de praxis moralizadoras, que eluden el misterio y la utopía de la trascendencia, no arraigan en el pueblo.
b) Los valores de la filiación, delfidelismo, son insustituibles.
c) Una religión no soporta el deterioro producido por la continua desacralización de sus ministros, sus ritos litúrgicos y su simbología, anteriormente consagrados, sin sufrir funestas consecuencias.
Si se admite que la religión es cosa importante y que "en el mundo del futuro lo será todavía más" (L. Aranguren, EL PAIS, 3 de octubre de 1982), la religión que prevalezca no va a ser la que críticamente resulte más aconsejable y racional. Racionabnente, no sólo nos alejamos del misterio, sino del alma colectiva de los pueblos. Siguiendo a Marx, la religión que se imponga por la fuerza de los hechos será la que sintonice con ellos, al margen de la importancia que puedan tener, minoritariamente, foros o congresos que intenten, una vez más, racionalizar el fenómeno religioso.
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