Brasil, desconocido
Para los hispanoamericanos, Brasil es un desconocido, con excepción de la samba, de Pelé, de Sonia Braga, de algunas imágenes dé tarjeta postal. Sospecho además que es un país ininteligible. No corresponde a nuestros esquemas mentales. Por eso preferimos suspender el juicio y dejarlo en el casillero de las naciones exóticas.Brasil ha tenido una larga historia de guerras civiles, tan larga como la del pasado español y la de los coroneles de Macondo, pero tiende a resolver sus grandes crisis nacionales de un modo pacífico, por caminos enteramente inesperados y origínales. La independencia, por ejemplo, en lugar de surgir de una guerra sangrienta, con su secuela de anarquía y de caudillismo, fue facilitada por una decisión del príncipe Pedro de Braganza, el hijo de Juan VI, rey de Portugal,. de Brasil y de los Algarves. Cuando Juan VI pudo volver a Lisboa, después de las guerras napoleónicas, y llamó de regreso a su hijo, regente de la colonia, éste consultó a los notables locales y resolvió quedarse. "Diga ao povo que fico" ("Dígale al pueblo que me quedo"), pidió al jefe del Senado. No se si hubo comicios populares y sambas, como en estos días. En todo caso, la independencia de Brasil se insinuó en forma incruenta, desde ese mediodía de enero de 1822, atendiendo, según frase textual del príncipe, "al bien de todos y a la felicidad general de la nación". 'El paso del imperio a la república, en 1889, se produjo también con un mínimo de conflicto. Los generales republicanos, creyentes en la religión positiva, amantes del orden y progreso, despidieron con buenas maneras al emperador Pedro II. Llegaron al extremo de agradecerle sus servicios y de ofrecerle una pensión vitalicia, oferta que no fue aceptada. Una semana antes, los oficiales y guardias marinas chilenos, en escala oficial en Río de Janeiro, eran festejados en la llamada Isla Fiscal, en un palacio morisco de utilería, en un baile lleno de marquesas y duquesas, de barones y de vizcondes. Una semana después la corte imperial estaba disuelta y los títulos de nobleza, abolidos. Los asistentes al baile, no obstante, continuaban instalados en Brasil. Bien instalados. El que menos entendía la situación era un santón campesino del Noreste, un tal Antonio Conselheiro, que desencadenaría más tarde la guerra de Canudos.
¿Una hazaña política imposible?
¿Se pasará ahora del régimen militar, que ya cumplió dieciocho años, a la democracia parlamentaria y de partidos, es decir, a la democracia pura y simple, en una forma evolutiva parecida? Parece una hazaña política imposible, pero hasta el momento, a juzgar por mi experiencia de estos días, creo que los brasileños van a engendrar otro fenómeno histórico híbrido, de clasificación escurridiza, para felicidad general de la nación.
La diferencia con España, para decirlo en dos palabras, es que Brasil tiene un rico historial de habilidad en el arte del compromiso. Salvo en el caso de la locura mesiánica de Antonio Conselherio, la sangre en Brasil nunca ha llegado al río. Hasta sectores de la oposición empiezan a decir que el presidente Figueiredo es el Adolfo Suárez de todo este proceso. La diferencia con Chile es otra. La diferencia de Brasil-1982 con Chile es que Chile, desde estas latitudes, se ve a una distancia enorme, inconmensurable. Basta observar la política exterior del régimen militar brasileño. Brasil está en comunicación y en relaciones con todo el mundo, en forma enteramente pragmática, desde hace por lo menos quince años. La muerte de Breznev ha sido recibida en Brasilia con las formalidades diplomáticas de rigor y se ha decretado un duelo nacional de tres días.
En los últimos días, la campaña electoral alcanzó aspectos desacostumbrados de lucha abierta que alarmaron a algunos jefes militares. Figueiredo, movilizando de un extremo a otro del país en apoyo del partido del Gobierno, el PDS, fue abucheado en algunos lugares y recibido con gritos de apoyo a Leonel Brizola, uno de los personajes claves de la oposición, candidato a gobernador del Estado de Río de Janeiro y cuñado de Joao Goulart, el presidente derrocado en 1964. Hubo generales de la línea dura que sintieron esos ataques como una afrenta a las fuerzas armadas y a la nación. Aquí sirve como término de referencia, sin embargo la comparación con Adolfo Suárez. Al preparar la transición y después incorporarse al juego electoral, Figueiredo aceptó convertirse en jefe de Gobierno y de partido. Los ataques personales, las rechiflas, son parte del juego.
La propia Prensa conservadora se ha preocupado de quitarles dramatismo. El proceso electoral se cerró normalmente, y no da la impresión de que vaya a detenerse por detalles. Brasilia está vacía. Los jefes de Gobierno y de las diversas oposiciones -es la primera vez desde 1964 que Brasil sale del sistema bipartidario- recorrieron los Estados en una marcha cada vez más eufórica. El viernes día 12, Río de Janeiro celebraba otro carnaval. En el centro, las bandas de música desfilaban entre los automóviles, seguidas de gente que bailaba. Las calles estaban cubiertas por toneladas de papél picado. La propaganda, emitida por altavoces, era atronadora.
Telegrama de Felipe González
En las playas, los bikinis de las cariocas exhibían pequeñas franjas y cintas de colores en favor de sus candidatos. Había propaganda en las velas de los barcos y en largos carteles arrastrados por aviones de un motor, frente a las islas de Tijuca. La concentración final más importante era la de Brizola, y uno de sus momentos emotivos era la recepción de un telegrama de Felipe González: "Veo de lejos que el pueblo de Río de Janeiro está adoptando el mismo rumbo que el pueblo español".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.