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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El espectáculo papal

Es cierto que el mismo Pontífice ha cortado en varias ocasiones el estentóreo entusiasmo, porque quería que escuchasen sus palabras en vez de expresar sin pausa un júbilo ciego la masa asistente. Y en este sentido menos bullicioso su visita puede haber sido positiva, al podemos devolver con su palabra parte de la decaída esperanza que casi ha desaparecido entre nosotros.Esta misma actitud didáctica de Juan Pablo Il -al poner antes la palabra que la emoción masiva de sus oyentes- debe hacernos pensar sobre el significado religioso de tales concentraciones multitudinarias. La Iglesia está ahora usando estos grandes medios de comunicación, estimulando esas reuniones de cientos de miles de personas -que el protestante Billy Graham o el católico padre Lombardi inauguraron hace años-. Actos que comportan todo lo que lleva anexo la metodología de masas: altavoces que acallan cualquier voz, cánticos rítmicos, música expresiva y grandes esperas, que fatigan nuestra capacidad de autodominio sereno. Con lo que, al llegar el momento de la palabra, queda ésta oscurecida. Porque al utilizar estos medios, el mensaje de fondo cae en la trampa de la misma finalidad superficial que tienen estos instrumentos. Lo mismo estos actos que su transmisión por televisión o radio envuelven nuestra mente, impidiéndole pensar por cuenta propia, dejando sólo su huella en lo más externo del individuo, ya que no son favorecedores de le intimidad, ni pueden serlo.

Y esto es grave, porque sin intimidad no hay religión: sólo cabe la magia o la superstición. Y particularmente si se trata de cristianismo. Los grandes investigadores del mismo -como el católico Karl Adam o el protestante Heiler- descubrieron que, de todas las religiones, el cristianismo es la que había descubierto mejor la entraña religiosa interior.

La oración del Evangelio, como ejemplo de acto refigioso, no es el rutinario om mane padme om de los budistas tibetanos, ni el sortilegio de unas palabras que tienen virtud por sí mismas en cualquier religión del mundo negro. La oración cristiana es diálogo íntimo, es contacto, personal con un tú que está en lo más hondo de nuestro ser, porque se pone en relación con le centella del alma de los místicos renanós, o el castillo interior de Santa Teresa.

Ante estas realidades interiores, que aportó principalmente el cristianismo a los hombres religiosos, ¿qué papel pueden jugar los medios masivos de comunicación social? ¿Son estimuladores de la interioridad o, por el contrario, ocultan y apagan ésta para hacer del hombre un robot a quien se le lava el cerebro para que no piense nada más aquello que tales medios le transmiten? No olvidemos, además, una gran verdad: que, en estos instrumentos de comunicación, lo más importante no es el contenido, sino el medio mismo, que marca con su huella al hombre que está sometido a su impacto.

Religión y automatismo

Por eso pudo decir con toda razón Mac Luhan que "el medio es el mensaje". En una palabra: es el medio mismo el que transmite fundamentalmente el mensaje de no pensar y así convertirnos después en un robot que se acostrumbra a vivir en la superficie de las cosas.

Entonces podemos preguntarnos: ¿qué quedará del mensaje interior que nos ha transmitido el Papa en estos memorables días? ¿Solamente el impacto mecánico de tales concentraciones, que se parecen más a unos fuegos artificiales que a un escuchar reflexivo, porque después de brillar durante un momento queda apagada su luz, y estamos en más oscuridad que antes por la reacción que se produce tras el deslumbramiento momentáneo?

La Iglesia católica debía plantearse seriamente este hecho. Porque, a lo mejor, está creyendo de buena fe que hace a los hombres más cristianos, y probablemente lo que consigue es todo lo contrario. Porque al matar tales procedimientos de transmisión nuestra capacidad de interiorización, mata aquello en que consiste principalmente el auténtico fenómeno religioso. Porque religión es creencia personal, pero no reacción automática a unos estímulos externos, como suele ocurrir en estas manifestaciones de masas.

Seguir el juego

Lo curioso es que estos medios de comunicación -la Prensa, radio y televisión- han seguido el juego que aquí pretendo desvelar con su casi absoluto silencio acerca del significado de estas concentraciones. No se han atrevido a analizar, salvo excepciones, el fondo de la cuestión. ¿Por qué? ¿Porque ellos mismos han sido inconscientemente captados por el propio instrumento que manejan? ¿O será porque la finalidad de tales medios es acrecentar la propagación numérica de ellos mismos, una finalidad puramente cuantitativa y -como decía nuestro Lope de Vega- debemos dar esto por bueno, ya que lo quiere así la masa amorfa, indiscriminada, que se la impide su capacidad de reflexión propia?

Yo no me he atrevido a negar el derecho de la multitud a seguir el gusto que le producen estas demostraciones de revival puramente externo. Pero una cosa es aceptar la inclinación emotiva de estos grandes núcleos de gente y otra muy diferente dejar sin analizar el hecho, para consideración y meditación de los que son actores pasivos del mismo.

Porque dejar sin cumplir esta segunda misión crítica del que escribe o habla es caer en el cepo de esta sociedad que carece de vida íntima, porque hasta una buena parte de la psicología que viene de Norteamérica -el país de la superficie- quiere convencernos de que sólo somos autómatas más o menos inteligentes, pero sin interioridad. Y al final nos convertimos en esclavos de los pocos que sólo pretenden manejarnos como sucedáneos del hombre, ya que nos utilizan como robots.

Que la Iglesia medite este camino que ha emprendido antes de que, pasados unos años, se dé cuenta del engaño en que cayó, atraída por el espejismo superficial de los poderosos medios que emplea, unidos a toda la técnica que el mundo moderno pone a su disposición. Porque no es por ahí por donde puede surgir la nueva religiosidad que aparece realmente en Occidente, aunque sea en lontananza.

El cristianismo requiere algo de mayor peso que los fuegos fatuos de un momento de emoción colectiva. Y el clero -si se percata de ello- puede hacer mucho para convertir el entusiasmo de estos fieles en convicción reposada.

Enrique Miret Magdalena es especialista en cuestiones religiosas.

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