El estado de la revolución
BREZNEV HA pronunciado el discurso de conmemoración de la Revolución de Octubre -63º aniversario- dentro de unos términos concretos de la situación actual de enfrentamiento de la URSS y Estados Unidos: el tema de la revolución en sí, de su significado y su vigencia, ha quedado perdido, relegado a segundos planos insignificantes. No es esa la tradición. En los grandes tiempos -no tan lejanos-, cada aniversario del octubre suponía una especie de renovación de votos y un mensaje a los no redimidos. Poco a poco, esas palabras se han convertido en rutina y en repetición de tópicos ternes que los ideólogos que se suceden en el PCUS, sin más ritmo que el del paso de las generaciones, no abrillantan, renuevan o aceran. Entre otras razones, porque el medio interior en que piensan y trabajan ha perdido, incluso para ellos, sus condiciones estimulantes. Forman parte del cansancio de las ideas. Breznev y los otros oradores del aniversario se han centrado más en la práctica y en la coyuntura, lógicamente preocupantes, del rearme, en el crecimiento de la tensión y en la ya conocida sensación de cerco que en las exhortaciones a otros países para que levanten sus propias revoluciones.Hace ya tiempo que los eurocomunistas anunciaron su renuncia al modelo de octubre y determinaron un vuelco considerable en la noción ideológica de que 1917 había sido un hecho científico que respondía a unas condiciones objetivas y a un trabajo de partido como vanguardia del proletariado, al que siempre negaron su capacidad espontaneísta, para pasar a la adopción de la idea de que la revolución de 1917 fue un hecho genuinamente ruso, imposible de repetir. La idea de repetición y modelo tuvo también mala fortuna en casos posteriores: la suposición cubana de que el modelo vietnamita era exportable y repetible produjo el espectacular sacrificio de Ernesto Guevara. Es, en cambio, el espontaneísmo -la reacción de la necesidad- lo que tiene más fuerza.
La renuncia a octubre y su relegación a las páginas de la historia, con todos los acentos de heroísmo y gloria que se le quieran poner, pero centrado en sí mismo, como cualquier otro de los grandes hechos del tiempo pasado -desde Espartaco hasta la Revolución Francesa-, y el análisis lógico de las deducciones e influencias de ese hecho -como de los otros hechos históricos- no coincidieron por casualidad con la noción de la imposibilidad de las revoluciones en Europa. Una determinada brillantez económica, una introducción en masa de la tecnología avanzada en el momento justo en que todavía no había comenzado a engendrar paro y su producción no había sido violentada por la reacción de los productores de energía, produjo esa sensación grata de que se estaba en una sociedad de bienestar, y hasta comenzó a administrarse el ocio como nueva riqueza del hombre europeo. Hay una tendencia del optimismo de la política y de la filosofía a considerar que ciertas situaciones que se viven forman parte de un progreso con características de destino o de sentido de la historia, para lo cual hay que tener una considerable ceguera para los hechos reales de la historia. No hay ninguna seguridad de que las tensiones sociales en los países europeos no vayan a crecer de forma que el espectro revolucionario reaparezca.
Sucedió, en ese tiempo de optimismo y exceso de confianza, que las tensiones revolucionarias se exportaron al Tercer Mundo. Es en ese amplísimo grupo de países (tan distintos entre sí por su historia, su tradición, su economía natural o sus formas de cultura) donde se están desarrollando las revoluciones, hasta el punto de que nos parecen, siguiendo dentro de la misma ceguera histórica, que son sus características, casi raciales; de la misma forma que a los padres colonialistas les parecían características étnicas la pereza, la ignorancia, la resistencia a la civilización.
Por encima de las propagandas, casi ninguna (por no decir ninguna) de las revoluciones en marcha tiene ya como vanguardia el partido comunista, ni incluso las premisas, previsiones o estimaciones del marxismo. Hay, en parte, una razón práctica: los revolucionaristas por estado de necesidad se han visto numerosas veces abandonados por la Unión Soviética y desmentidos y negados por sus propios partidos comunistas prosoviéticos, que en algunos casos han llegado a colaborar con las dictaduras, sobre la base de las condiciones objetivas. Hace ya decenios que se pudo advertir que la Unión Soviética -como luego sucedió con China- se centraba en su política de potencia, y que podía desprenderse con toda facilidad de revolucionarios molestos. Incluso oficialmente: la transformación del Komintern en Kominform y su anulación final tenían más valor objetivo del que aceptó la mentalidad occidental. La segunda razón -y no menos importante- es precisamente la de la desaparición del modelo de Estado marxista-leninista-stalinista como ideal. Las revoluciones del Tercer Mundo son hoy producto de coaliciones muy amplias, de fuerzas muy diversas. Sobre el principio del internacionalismo ha prevalecido toda clase de nacionalismos, de peculiaridades religiosas -como ha sucedido con el Islam y sus diversas divisiones (la de los chiitas, por ejemplo; o con la religión católica en países latinoamericanos y en el Ulster-, culturales, históricas, folklóricas... Los nuevos dirigentes revolucionarios no son ya de escuela fría y lejana, no son agentes como en los tiempos de La condición humana; son elementos nutridos en bases muy nacionalistas, generalmente de procedencia burguesa y letrada.
Breznev sigue, no obstante, interesado en conectar el estado mundial de la revolución con el espíritu de octubre. Puede así continuar alardeando de un poder que ya no tiene, de una fuerza mundial que dejó de ser suya. Reagan, a su vez, está igualmente interesado en seguir levantando la bandera del antisovietismo y del anticomunismo y envolver con ella las causas de los pueblos y forzar así el esfuerzo común de sus aliados. Son, eso sí, dos enormes faros de propaganda, de difusión de sus puntos de vista y conversión de sus intereses particulares en doctrinas generales: tienen también la suficiente capacidad de intromisión militar, económica y técnica como para intentar alterar situaciones que tienen otro origen, otro desarrollo y otra finalidad. Pero parece, a la luz de hoy, e incluso tomando como partida los actos conmemorativos de Moscú, que la Revolución de Octubre, el carácter científico del marxismo y la constitución del Estado soviético y de otros países con régimen similar no pueden representar el estado actual de la revolución -de las revoluciones- en el mundo, y, desde luego, no tienen ningún futuro en Europa, sean cuales sean los avatares que aguarden a este continente.
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