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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las Malvinas y la razón

LA RESOLUCION adoptada por la Asamblea General de la ONU pidiendo la reanudación de negociaciones entre el Reino Unido y Argentina acerca de la soberanía de las islas Malvinas es justa y razonable, a pesar del rechazo radical del Gobierno británico, (no así de la oposición y de numerosas opiniones independientes del mismo país). El solo hecho de que la disputa de ese archipiélago haya conducido a una batalla tan descomunal como fuera de 'toda razón exige que se lleve a una mesa de negociaciones. Sin embargo, tanto la moción como los diferentes votos están impregnados de otras políticas y de otras intenciones. La resolución misma, presentada y sostenida por Argentina, lleva consigo la idea de que la conclusión de las negociaciones no puede ser otra que la entrega a Argentina de las islas, en plazos y condiciones que serían los que únicamente podrían determinar las negociaciones. Los discursos en defensa de la moción -del que es perfectamente claro ejemplo el texto del delegado español, Piniés- han contenido repetidamente esta noción de propiedad argentina. Es decir, que no se trata de una negociación esclarecedora, analítica o mediadora, sino de una estipulación de formas de entrega.El sentido de los votos tiene también su carga propia. Los países americanos han estado reforzados por todo el conjunto del Tercer Mundo o del subdesarrollo: para ellos es una simple cuestión de anticolonialismo o antiimperialismo, partiendo del hecho -que consideran incontrovertible- de que las Malvinas son un territorio ajeno a la nación que lo ocupa y lo explota. El voto de Estados Unidos es una aproximación al conjunto latinoamericano, con el que se enfrentó en el momento de la guerra, y podría encerrar la idea de que una cosa es determinar una negociación, mediante un acuerdo que puede pasar al limbo del tiempo sin respuestas, y otra forzar a salir de su reducto a las fuerzas a las que ayudó a establecerse en él. No se le puede ocultar a Estados Unidos que una gran parte del voto antiimperialista le está dedicado. Une su voto en esta cuestión al de la URSS y los países comunistas, lo cual no deja de ser otra contradicción formal; los comunistas votan por la misma razón por la que Reagan les ataca y dirige contra ellos toda su política: por amputar el mundo occidental de sus suministradores -todavía- de materias primas y mano de obra barata. En los tiempos de la guerra, los satélites espaciales y los barcos espías de la URSS favorecieron a Argentina, mientras los de Estados Unidos favorecían al Reino Unido. Verles votar juntos en esta cuestión parecería un hermoso rasgo de conciliación si no encerrara otras sordideces.

Los doce países que han votado en contra de la resolución son, por una parte, aliados demasiado estrechos de Gran Bretaña; por otra, algunos que tienen contenciosos parecidos y votan por analogía. En cuanto a los que se han abstenido, son, básicamente, y aparte de otros casos analógicos o nacionalistas, los europeos, con la excepción de España que, más allá de las razones históricas expuestas por su embajador, insiste en el refuerzo de su política de hispanidad y en el tema de Gibraltar -ni tan distinto ni tan distante como el presidente del gobierno perdedor de las recientes elecciones pretendía-. La abstención europea puede interpretarse como una concesión moderada y dudosa a la alianza con el Reino Unido en la OTAN y en el Mercado Común, y a los deseos continuos -que se están expresando en París con la visita de Margaret Thatcher a Mitterrand- de que no se rompa una ya muy relativa unidad continental. El solo hecho de no haber votado a favor de Thatcher indica una considerable reserva europea a las tesis oficiales británicas.

Sean cuales sean las finalidades particularistas de cada voto y sus impurezas con respecto a la cuestión debatida, la negociación clarificadora acerca de la soberanía sobre las Malvinas es un imperativo. No puede quedarse el problema congelado como está. Pero parecen precisas dos condiciones específicas: una, que la resolución final no se imponga como una cuestión de derrota o victoria, porque todos los problemas que se deciden así no terminan nunca de ser problemas; la otra, que no parece que deban ser los militares argentinos de la tristemente célebre Junta los que mantengan esa negociación. Aparte de que no son los indicados para hablar de ningún tema en nombre de un pueblo al que aherrojan, aparecen claramente culpables de haber utilizado la guerra para disfrazar sus pecados nacionales, que van desde la violación visible de los derechos humanos del país del que se apoderaron, hasta su desastre económico incesante. Si en los discursos y las votaciones de la Asamblea General el tema de las Malvinas se ha utilizado muchas veces como pretexto para otra política, los primeros en utilizarlo como pretexto fueron los militares argentinos.

No hay que hacerse demasiadas ilusiones acerca de la idea de que un Gobierno democrático, abierto y representativo en Argentina pudiera obtener de la obstinación británica unas condiciones mejores o un principio de cesión. Tendría, también, que cambiar el Gobierno en el Reino Unido, y aun así habría razón para mantener las dudas. Sin embargo, Argentina podría encontrar muchos más apoyos morales, intelectuales y éticos en su petición. No es fácil apoyar una reivindicación, aun sabiéndola nacional y popular, cuando se sabe que al mismo tiempo se está apoyando una violación de libertades y la perpetuación de una injusticia a manos de un régimen militar.

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