El latín
El alcalde Tierno le ha dado la bienvenida al papa Wojtila en latín, como ustedes saben. Esto asombra al personal. Al personal que no cuenta con que hay rojos que saben latín. A Tierno yo le he visto/oído, en las cenas de Liria, hablar en alemán con el Duque de Alba (a quien debo carta desde el verano: sin duda he perdido su favor) sobre la Escuela de Frankfurt y ese fascinante Walter Benjamin de quien no llega ahora (Alfaguara) su Infancia en Berlín, que está muy en la narración filosófica que propugnaba Schelling.Aquí en España hizo narración filosófica Azaña (El jardín de los frailes, más una novela arcaizante y destruida, algo así como un Ricardo León de izquierdas), y recuerdo esto porque algo tiene Tierno, hablándole al Papa en latín, de un post/azañismo coronado y, sobre todo, de una Revolución municipal, que es la que ha amagado repetidamente entre nosotros. La I República la trae una revolución castiza, municipal y espesa. La II República, una revolución municipal en las urnas. Luego hemos tenido otra revolución municipal, ya en nuestros días, que llevó a los Ayuntamientos a tantos socialistas y comunistas. Como eso que Máximo llama "Gobierno en ciernes" aún no ha tomado posesión, el único rojo de la recepción al Papa era el alcalde, rojo notable, me refiero, y Juan Pablo II ha podido comprobar que la izquierda española no es escarpada y ágrafa, sino municipal, humanista y nada espesa. Luego, Tierno le dio al Visitante pluma de ave para firmar el Libro Consistorial, pero alguien le anticipó bolígrafo. Y es que con este Papa nunca se sabe, ya que por una parte manda a la curia vaticana vestir traje talar, y advierte al mundo de no mirar a la santa esposa con lujuria (lujuria en verdad difícil, habiendo Angelas Molina), pero, por otra parte, siempre les echa una mano estibadora a los de¡ muelle Lenin de Varsovia y Walesa contra el Jaruzelsk¡/coño.
La revolución española, en fin, ha sido siempre una revolución municipal, por la convocatoria o por el alcance, y no a otra cosa podemos aspirar, ahora que las revoluciones ya no se llevan. Dice Henri Lefebvre que "el Estado se manifiesta siempre por el vacío", aludiendo a las inmensas plazas de París.
La plaza de San Pedro, en Roma, es un vacío teológico y circular que precede al Estado vaticano, como la plaza de Oriente es el atrio del Estado español. Si nuestras revoluciones municipales nos han castrado, durante mucho tiempo, como "versiones sistemáticamente deformadas de la Historia europea", que decía Valle-Inclán, he aquí que todo Occidente ha entrado en la era imaginaria (Lezama Lima) de lo municipal revolucionario, de Gaston Deferre a Tierno Galván. Porque la Revolución Francesa tiene que hacerla luego un pequeño caporal (Buonaparte, realmente, por la misma cristalización léxica italiana que Buonarroti); la revolución de Jefferson tienen que hacerla, al otro lado del mar, las Trade/Unions británicas, y la revolución de Octubre, en Rusia, manifiesta lo que tiene de municipal revelándonos ayer mismo, por agencias, que los niños soviéticos aprenden a nadar antes que a andar. Como en la piscina de la Casa de Campo. Queremos un Estado que no se manifieste por el vacío, y el vacío, en este caso, se llama Calvo Sotelo.
Coco Rossi, banquero argentino de visita estos días en España, y con el cual he cenado, parece dudar de que Felipe González tenga un staff preparado para gobernar. Los siete grandes banqueros españoles, querido Coco, han echado números con el staff socialista y les salen. Una nieta de Botín está de novia con el hijo de un arquitecto currante. Mientras el Papa festeja a Santa Teresa, Octavio Paz festeja a Sor Juana Inés de la Cruz en la Autónoma. Dos grandes mujeres de clase media como tantas que integran el alma municipal de España/América. Hagamos revoluciones municipales, siquiera porque Tierno luzca su latín.
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