"En el País Vasco no sobrevive el nacionalcatolicismo, pese a la fuerza social de la religión"
Juan María Uriarte, obispo auxiliar de Bilbao, nació en Fruniz (Vizcaya) hace 49 años. "Me gustaría", dice, "que hubiera aquí grupos cristianos más críticos, que nos empujaran". Haberlos haylos, pero, según propia confesión, "todos estamos con este obispo valiente y dialogante". Claras han sido sus denuncias a la violencia etarra, como claras sus críticas a la LOAPA. Gracias a él se ha creado en el País Vasco un poderoso movimiento juvenil pacifista. Y para que las palabras se plasmen en hechos, él encabezó una manifestación contra un asesinato de ETA, lo que provocó críticas aplausos.
Pregunta. En España, el taranconismo hizo imposible el renacimiento de la democracia cristiana. Menos en Euskadi, donde el partido democristiano, el PNV, es el mayoritario. ¿Puede ser esto síntoma de un cierto arcaísmo de la Iglesia vasca?Respuesta. A mi entender, el triunfo político de la democracia cristiana vasca se ha debido a que ningún otro partido, con fuerte implantación en el pueblo, le ha disputado un espacio político moderado. No se debe en modo alguno a que la Iglesia vasca le haya prestado un apoyo que se haya negado a otros. Las relaciones entre Iglesia y política están aquí tan diferenciados y secularizados como en cualquier otra parte.
P. Pero se oye decir que la misa forma parte de la inauguración de un batzoki (local político del PNV).
R. El criterio de los obispos vascos es que no se celebre la eucaristía en ningún local político, como son los batzokis. La Iglesia ofrece a los cristianos que asisten a la inauguración de estos locales misas de hora a las que asisten junto a otros cristianos. Tratamos de diferenciar claramente lo religioso de todas las opciones políticas concretas. Aquí estamos vacunados contra todo tipo de santas alianzas, ya que con el régimen anterior tuvimos que padecer hasta el extremo ese tipo de simbiosis. Basta echar un vistazo al proyecto socioeconómico que se desprende del conjunto de las publicaciones y catequesis de nuestros secretariados sociales para concluir que nuestras opciones desbordan no sólo las del Partido en el Gobierno, sino incluso las de algunos partidos socialmente más avanzados.
P. No le parecen, pues, pertinentes esas críticas de que en Euskadi sobrevive una cierta forma de nacionalcatolicismo.R. Si por ello entendemos que la fe es un ingrediente sustancial de la identidad vasca, de tal manera que el no creyente sea un vasco de segunda categoría, me parece un disparate mayúsculo. Si se quiere decir que existen unas connivencias invisibles u oficiosas entre religión y política, tampoco se ajusta a la realidad. En nuestros escritos como en nuestros contactos con las autoridades, sumamente sobrios, procuramos marcar una exquisita distancia. En el Pais Vasco no sobrevive el nacionalcatolicismo, pese a la fuerza social de la religión.
P. Será por eso que algunos recurren al mito del milenarismo vasco para explicar todos sus problemas actuales, que los abertzales sueñan con ese paraíso perdido vasco hecho de bondad roussiana, democracia espontánea y bucolismo naturalista, todo ello profanado por el invasor de afuera.
R. Conozco toda esa literatura. Si por milenarismo se entiende la concreción del Reino de Dios, ya realizado en un modelo sociopolítico, tengo que decir que tal concepción no responde ni a la mentalidad de la sociedad vasca (mucho más secular que todo esto) ni a la de la Iglesia vasca (mucho más respetuosa de lo secular). Si con ese recurso lo que se quiere significar es la incapacidad de nuestro pueblo a la modernidad y a la tolerancia, tampoco estoy de acuerdo. En el Pais Vasco hubo en la época foral un funcionamiento democrático que admiró al propio Rousseau. El Pais Vasco se encontró tempranamente con la Ilustración, introducida por los caballeritos de Azcoitia, la Sociedad Vasca de Amigos del País y del mismo seminario de Vitoria, que en los años veinte se constituyó en un centro de apertura científica, con José Miguel de Barandiarán al frente.
P. Sin embargo, Euskadi ofrece el ejemplo, atípico en España, de una minoría violentamente radical.R. Es así. Pero para que la teoría del milenarismo vasco cuadrara habría que probar que ETA es un condensado de las "esencias vascas", una afirmación que me resulta, desde el punto de vista científico, temeraria y, en mi opinión, insostenible. La intolerancia de ETA tiene unas raíces menos metafísicas: es la reacción irracional y crispada ante la historia de una comunidad a la que durante más de un siglo ha estado negado el pan y la sal para ser ella misma.
P. Muchos son los que asocian a ETA y Herri Batasuna con las sacristías.
R. Históricamente, ETA nace de una escisión política y no por una motivación religiosa. Es cierto que en un segundo momento encontraron en algún sector del clero simpatía; en menor grado, apoyo conyuntural; en casos muy minoritarios, una cierta mílitancía. Hay que recordar, de todas formas, que la ETA de los años sesenta era socialmente menos peligrosa que la actual y que se desenvolvía en un contexto político totalitario. Pero hay que decir que ya entonces la gran mayoría del clero vasco desautorizaba la violencia etarra, una actitud que se intensifica a medida que se radicaliza la organización en los años setenta. Hoy no conozco en Vizcaya ningún cura que apruebe los asesinatos de ETA. Un ex etarra contaba recientemente en la revista Muga que el componente cristiano de algunos militantes funcionaba como una instancia crítica frente a la dialéctica del terror de la propia organización,
P. Un dirigente de Herri Batasuna, Pedro Solabarría, bien conocido en ambientes eclesiásticos, legitimaba recientemente los asesinatos de ETA como un acto de limpieza de los mafiosos.
R. Este hombre lleva ya muchos años apartado del ministerio y varios años con la expresa prohibición episcopal de ejercerlo en ningún momento. En cualquier caso su afirmación me parece demencial, peligrosa y absolutamente reprobable. Es inútil buscar en la justificación de la violencia etarra una inspiración religiosa..
P. Hasta hace tres años se denuncíaba a los obispos vascos por no criticar explícitamente los asesinatos de ETA, prefiriendo, como decían ustedes, "crear convicciones".
R. La opinión pública y algunos políticos a veces tienen mala memoria. En 1980, en el funeral por un etarra muerto, el sacerdote oficiante condenó sin ambages la violencia revolucionaria. Un influyente periodista comentó: "Ya era hora de que un curita de pueblo dijera lo que los obispos deberían haber dicho hace tiempo". Pues bien, aquella homilía reproducía una que yo había pronunciado dos años antes, en el día de Viernes Santo, en la catedral de Bilbao. Siempre hemos hablado clara y concretamente. Aquí, cuando condenamos los secuestros, los impuestos revolucionarios y cosas semejantes, todo el mundo sabe de qué va. Y además llamamos frecuentemente a ETA por su nombre.
P. Ahora son ustedes más explícitos.
R. Sí, resueltamente, sí; para responder al azote de ETA y otras injusticias disponemos de dos instrumentos evangélicos: la denuncia de los hechos y la formación de las conciencias. No se restan, aunque sí se condicionan mutuamente. El educador que sólo censura es mal pedagogo. No hay que perder de vista a esajuventud tentada por ETA y que podría no tomarse en serio una mera y constante condena. Por eso conjugamos la condena con la educación cristiana de, las actitudes cívicas.
P. La juventud se ha constituido, para ustedes, en el vehículo pacificador capital.
R. Hace tiempo que los obispos nos preguntamos si no había que pasar de las palabras a los gestos y a las acciones eclesiales. En ese contexto hay que situar mi participación en la manifestación con que quisimos responder al asesinato del ingeniero Múgica. Luego tuvo lugar una convocatoria que hicimos los obispos de Vizcaya a los jóvenes creyentes, turbada por la irrupción violenta de grupos abertzales radicales en la iglesia. Asistieron 2.500. Hoy son muchos más (12.000?, 15.000?) los jóvenes cristianos que están participando activamente en este proceso educador pacificador.
P. En ese esfuerzo por concretar la lucha por la paz y contra la violencia, ¿qué lugar ocupa el polémico documento de los obispos vascos sobre la LOAPA?R. Lamentablemente, fueron muchos, sobre todo fuera de aquí, quienes no supieron entender el móvil pacificador de esa carta pastoral. Los obispos vascos hemos apostado por la pacificación del Pais Vasco y de toda la sociedad española. Esta es la inspiración evangélica de nuestra intervención. Otra cosa es que hayamos sabido trasmitirlo de manera atinada. Pensamos que en nuestro pueblo ese difícil proceso va ligado inexorablemente al diálogo entre las fuerzas políticas y sociales vascas, y, sobre todo, a un diálogo con el Estado. Grupos vascos nada exiguos no creen en la eficacia de este diálogo. Una decisión unilateral del Estado, como es el proyecto de la LOAPA, era una desautorización práctica del diálogo y confortaba la terrible tentación del recurso a la violencia. Eso nos aterraba. Y es lo que nos indujo a hacer una crítica concreta de un proyecto concreto, desde una óptica que nos parecía envangélica. Lo que no significa que dicha crítica sea un dogma de fe, aunque sí un acto del ministerio eciesial y no de ingerencia política indebida.
P. A lo largo de la entrevista surge con frecuencia la expresión nuestro pueblo". ¿Cuál es, para la Iglesia, la extensión geográfica del pueblo vasco?R. Los obispos no somos quienes para definir los límites geográfico-políticos del País Vasco. Pero sí para definir, en comunión con la Santa Sede, las unidades de acción pastoral. El criterio central es el siguiente: allí donde haya una unidad natural y socio-cultural con problemas pastorales afines, conviene que exista una unidad de acción pastoral. Por eso abogamos por unirnos a la provincia eclesiástica de Pamplona. Esta unión jurídica y canónica no se daría sin el respaldo de lo que ya existe: hay una intensa comunicación pastoral en todos los terrenos pastorales, como seminarios, liturgia y Cáritas.
P. El lendakari Garaikoetxea subrayaba ante los periodistas extranjeros que acompañarán al Papa a España que la venida del Papa a Euskadi será una fiesta de todos los vascos y que hasta el obispo de Bayona estaba invitado.
R. Bayona es una diócesis contigua a Guipúzcoa. Siempre en la Iglesia la comunión entre las diversas iglesias locales se ha manifestado en la presencia de los pastores cercanos en los grandes acontecimientos. Por eso estará el obispo de Braga en Santiago. Por otro lado, no puede negarse que existe también una cierta comunidad cultural en toda la comunidad vasca separada por los Pirineos, aunque más debilitada por la pertenencia a dos Estados diferentes. Esta unidad es el fundamento de una comunicación pastoral real, aunque menor, entre la diócesis de Bayona y las de aquí. La presencia del obispo de Bayona, o de su delegado, se inscribe en este contexto.
P. ¿Qué ofrece la Iglesia vasca a un pueblo donde la religión tanto pesa y cuya secularidad trata de respetar?
R. La pregunta recoge bien los dos términos del problema. Por un lado, la Iglesia tiene un peso moral en el Pais Vasco. Por otro, quiere respetar la autonomía de la secularidad. No me perdonaría como pastor que la Iglesia en el País Vasco no colaborara apasionadamente, al máximo, desde su puesto, en la pacificación y reconciliación. Aunque algunos nos tacharán de "metemos en política" y otros de no habernos metido antes. Tampoco me perdonaría el jugar un papel que no nos corresponde. Si las esperanzas o la gravedad de este momento requirieran de nosotros una colaboración especial, nos lo pensaríamos dos veces, pero la ofreceríamos.
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