Ciriaco de Mita: "La DC italiana no puede ser ya el partido que gozaba de la renta de un PCI congelado"
Ciriaco de Mita, 52 años, padre de cuatro hijos, es desde hace cinco meses el nuevo secretario nacional de la Democracia Cristiana italiana (DC). Como Aldo Moro, pertenece a la izquierda del partido. Fue elegido mediante votación secreta por el Congreso Nacional democristiano. Poco después de la sorpresa de su elección, se empezó a hablar de que se abría una nueva página en la historia de la DC, el partido de mayoría relativa de este país, que lleva ininterrumpidamente en el poder cuarenta años. De Mita ha conocido al corresponsal de EL PAIS en Roma una entrevista, la primera que efectúa a la Prensa española, en la que analiza el cambio que se está operando en su partido y el problema de la cuestión comunista. De Mita es el primer dirigente democristiano que reconoce la legitimidad política del partido comunista (PCI) y plantea el problema de alcanzar la democracia plena en Italia. "La Democracia Cristiana no puede ser ya el partido que gozaba de la renta de un PCI congelado", afirma De Mita.
El nuevo secretario nacional democristiano se ha convertido en un personaje de gran relieve dentro de la vida política italiana que suscitado un gran interés y expectación en el país por las posiciones que ha adoptado. De él ha llegado a escribir el semanario económico II Mondo: "Lástima que sea democristiano". Dicen que es el secretario más laico que ha tenido nunca la DC y el primero que se interesa la DC y el primero que se interesa a fondo por los problemas de economía. Y, sobre todo, De Mita es el primer secretario del partido que fundó Ale¡de de Gasperi que, como ha escrito el principal crítico de la DC, el editorialista de Repubblica Gianni Baget-Bozzo, "ha reconocido plena legitimidad política al Partido Comunista".De Mita considera negativo el aislamiento del PCI en la vida política ya que eso difuculta la elaboración de las reformas institucionales que necesita Italia para alcanzar una democracia plena y en las que debe participar el PCI como ocurrió en la realización de la Constitución al finalizar la segunda guerra mundial.
Los escépticos piensan que esta nueva imagen democrístiana, sin embargo, pued.a ser sólo una astuta operación de la DC para devolver credibilidad a un partido que estaba perdiendo fuerza y vitalidad política.
Pregunta. Usted ha llegado a la secretaría nacional de la DC con fama de un horribre de izquierdas. Los socialistas han temido que usted pudiera tender la mano al Partido Comunista italiano (PCI) que dirige Enrico Berlinguer. Ahora, al contrario de Moro, usted acaba de declarar que democristianos y comunistas son fuerzas alternativas de poder que no pueden gobernar juntas y, por tanto, ha dado un plumazo al compromiso histórico planteado por Berlinguer. ¿Cuál es de verdad su actitud frente a la nunca resuelta cuestión comunista italiana?
Respuesta. Ni Moro ni yo fuimos nunca favorables al compromíso histórico. La teoría de que los partidos se unen para gestionar el poder, que es la idea base del compromiso, está muy lejos de esa cultura liberal en la que se funda la cultura política de la izquierda democrática. No es casual que la cultura liberal haya nacido en aquellos países donde el alternarse de los partidos a la cabeza del Gobierno es una regla ya consolídada.
P. ¿Qué era entonces la política de unidad naciona! acuñada por Aldo Moro?
R. La unidad nacional entendida como mayoría de Gobierno con la participación del PCI era una cosa diferente. Por una parte, era una respuesta a los problemas graves que Italia tenía que afrontar en aquel momento, como la economía y el terrorismo; por otra, era un modo de afrontar el problema comunista, que es el problema central para el desarrollo de la democracia en Italia. Y sobre esto no existen contrastes en mi partido. La unidad nacional es una experíencia más que fallida, terminada y no repetible. Considero que el problema comunista, que es, por otra parte, el tema de la democracia plena, hay que afrontarlo creando las condiciones para que pueda existir una verdadera alternanza (fuerzas distintas que se alternan en el poder).
P. ¿Por dónde empezar para que en este país se creen las condiciones para esta dinámica de alternativa?
R. Pienso que un modo para crear todos los partidos juntos las condiciones necesarias sea el debate sobre las reformas de las instituciones, que el crecimiento de la sociedad ha convertid o en inadecuadas a las necesidades de cada uno y que ya no garantizan la eficiencia necesaria.
P. A sólo cinco meses de su elección usted ha conseguido conquistarse a toda la Prensa del país, que hoy habla de De Mita más que de Bettino Craxi (scretario general del Partido Socialista) o de Berlinguer. ¿Cómo explica este fenómeno?
R. La personalízación en política es inevitable. La personalización excesiva es un mal, porque simplifica o deforma los problemas. De cualquier modo es índice de un bajón peligroso de nivel en el debate político; se va más a la búsqueda ilusoria del hombre que resuelva todos los problemas que a la búsqueda concreta de la forma para resolverlos. Y hay que reconocer que en los últimos años ha habido una decadencia, en este sentido, de lapolítica. No creo, sin embargo, que el fenómeno toque a la Democracia Cristiana de modo particular.
P. Pero ahora estamos hablando de su partido, señor secretario.
R. Es verdad. Pero en este caso le diré que, por lo que se refiere a la Democracia Cristiana, el fenómeno es diferente. Con mi elección, que no estaba prevista y por tanto fue sorprendente, y con la puesta en marcha de las iniciativas consecuentes a mi elección, la gente está descubriendo la Democracia Cristiana y entiende que el tema central es siempre el de la libertad y el de la organización de la libertad.
Y esto relanza objetivamente el papel y la imagen de la Democracia Cristiana. El fenómeno se presenta más vistoso porque a partir de los años sesenta la propaganda de inspiración radical socialista y comunista han presentado a mi partido como la causa de todos los males del país, enfatizando escándalos verdaderos o presuntos, olvidándose de los méritos históricos y negándole cualquier posibilidad de futuro. Creo que el reflejo de dicha imagen deformada ha llegado también al extranjero, con la convicción ingenua que todo se habría resuelto echando a la DC del poder.
P. No pocos se preguntan, sin embargo, si los sectores mas anquilosados de su partido aceptará pacíficamente el que usted haya empezado a romper toda una serie de tabúes, como la legitimación política del PCI, la lucha contra las corrientes, o la lucha contra la Mafia. ¿Cómo piensa usted resistir a sus posibles contragolpes?
R. Pero, ¿dónde están estos contragolpes? Desde el Congreso a hoy ha ido creciendo la unidad interna del partido, es decir, una tendencia a agregarse, también por parte de la minoría, en torno a esas iniciativas que usted considera tan revolucionarias para nuestro partido. Mire, una cosa es cierta, dentro de mi partido nunca fui un sujeto misterioso, quien favoreció mi elección sabía lo que hacía y lo que habría podido esperarse de mi.
P. ¿Y en cuanto a los sectores más anquilosados?
R. Ese es otro asunto: hay mucho dentro de la Democracia Cristiana (como lo hay también, y hasta más, en otros partidos, como, por ejemplo, en el Partido Comunista).
En la Democracia Cristiana existen malas costumbres y algún vicio feo: sabemos que derivan de un ejercicio del poder muy prolongado. El partido nuevo del que hablamos debe ser precisamente el partido que vuelva a conquistar la sensibilidad de la sociedad, de los fenómenos nuevos".
P. ¿Y si se tratara más bien, como piensan sus opositores y críticos, de una operación de fachada lanzada como anzuelo electoral?
R. Quien piensa de este modo no ha entendido todavía que las cosas están cambiando profundamente. Vamos hacia el desbloqueo de la Democracia Cristiana, es decir, hacia la introducción del Partido Comunista en el juego político democrático. De alguna manera estamos ya en esta fase. La DC no puede ser ya el partido que: gozaba de la renta de un PCI congelado, que debía medir su iniciativa sólo con los partidos aliados del centrismo o del centro izquierda. Tiene que cambiar, prepararse. No es un cálculo hipócrita. Es un desafío.
P. Italia está siempre preocupada por las continuas amenazas a la joven democracia española. ¿Cuál piensa usted que podría ser el mejor antídoto posible contra las intentonas golpistas?
R. Creo que existe una gran afinidad entre España e Italia, por lo que se refiere a las situaciones históricas y a las fuerzas políticas. En España se ha hecho una experiencia que sirve no sólo para comprender cuál puede ser el camino mejor para la construcción de un proceso democrático, sino también para entender mejor lo que ha sucedido en Italia. Y al revés, los acontecimientos italianos, desde el final de la última guerra mundial a hoy, pueden enseñar mucho a España.
Ante todo que la democracia no se conquista sólo con deseos ni se defiende con proclamas. La única defensa consiste en el consenso en torno a las instituciones. Un método que es ya difícil por sí mismo, pero aún más en los países en los que el proceso democrático no tiene raíces profundas. En las realidades sociales donde la estructura del poder no tiene solera democrática y, por tanto, el poder está concentrado en pocas manos, la posibilidad de conservar la democracia está confiada a un esfuerzo continuo y paciente, siempre en tensión, para buscar soluciones justas que obtengan el consenso popular.
Fue ésta la gran intuición de Gasperi en Italia: escoger lo posible, no lo mejor. Convencer con paciencia más que dar órdenes y mantener siempre abierta la ocasión para ensanchar el consenso evitando el choque entre los grandes principios, detrás de los cuales se esconden fuertes intereses dispuestos a machacar las posibilidades suscitadoras de vida democrática.
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