Israel rechaza el plan de paz de Ronald Reagan que los países árabes aprueban veladamente
Aunque parezca exagerado hablar, como lo hizo el presidente norteamericano Ronald Reagan, de "un alba de paz", nunca, desde la creación del Estado de Israel, hace ahora 34 años, tantas circunstancias han estado reunidas en Oriente Próximo para iniciar una negociación que permita resolver la cuestión palestina y asentar la paz en la región más conflictiva del mundo. Por primera vez desde 1948, casi todas las partes implicadas en el conflicto están dispuestas a aceptar, con algunos matices, el plan de paz de Reagan como punto de partida de una negociación.
Sólo el Gobierno israelí de Menájem Beguin -no la oposición laborista- lo ha rechazado tajantemente.El 1 de septiembre pasado, cuando los últimos fedayin navegaban en barcos que les evacuaban de Beirut sitiada, Ronald Reagan interrumpió sus vacaciones, voló en helicóptero hasta la localidad californiana de Burbank y suspendió el rodaje en un estudio de televisión del serial Mama Malone para leer un texto con tachones y anotaciones a mano en el que proponía un plan de paz norteamericano para Oriente Próximo.El plan, obra del nuevo secretario de Estado George Shultz, descarta, a la vez, la creación de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza, ocupadas por Israel desde hace quince años, y la anexión de esos territorios por Israel.
Pero el proyecto de paz estadounidense denota también una nueva percepción norteamericana de la problemática de Oriente Próximo al mencionar por pnmera vez "los derechos legítimos de los palestinos" y al preconizar, a diferencia de lo estipulado en los acuerdos de paz de Camp David, firmados en 1979, la creación de una entidad palestina, asociada a Jordania, y pedir la interrupción de la construcción de nuevos asentamientos de población judía en Cisjordania y Gaza.
La reacción israelí no se hizo esperar. El Gabinete Beguin lo rechazó de lleno, y en un gesto provocador votó, cuatro días después del anuncio del plan Reagan, un presupuesto de 2.110 millones de pesetas para la creación de tres nuevos asentamientos judíos en Cisjordania.
El lunes pasado, Beguin insistía desde la tribuna de la Kneset (Parlamento), a propósito de Cisjordania y Gaza, en que "la cuestión no consiste en lo que hay que hacer para cambiarlos de manos, sino en lo que no hay que hacer para que permanezcan bajo nuestro control".
Veinticuatro horas antes de que se hiciese público el plan Reagan, el Gobierno de Israel, que había sido informado previamente de su contenido, se esforzó incluso por reducir su impacto filtrando a través de Uri Dan jefe de Prensa del ministro de Defensa Ariel Sharon, sus grandes líneas a la radio estatal israelí. De ahí el anuncio precipitado de Reagan con el que el jefe del ejecutivo norteamericano intentó evitar cualquier interpretación malintencionada de su proyecto.
La acogida árabe
La acogida árabe fue más fa vorable. Sin llegar a darle su sí explícito al plan -que prevé la evacuación de los territorios ocupados por Israel desde 1967 y propone la auto administración de la población palestina y no define de antemano el estatuto de Jerusalén-, obtuvo una cierta luz verde en la cumbre árabe de Fez, que aprobó una resolución final cuyo séptimo punto preveía un reconocimiento implícito del Estado de Israel y suponía, por tanto, un acercamiento a la postura norteamericana.
El rey Hussein de Jordania, al que Reagan convierte en el pfincipal interlocutor árabe en una eventual negociación, propuso el 20 de septiembre -veinticuatro horas antes de que el emisario norteamericano Philip Habib hiciese escala en Amman- crear una confederación jordano-palestina que se asemeja a la asociación sugerida por el presidente de Estados Unidos y constituye, de hecho, una respuesta positiva al plan norteamericano.
Otro protagonista del escenario de Oriente Próximo, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), se cuidó muy mucho de rechazar las propuestas norteamericanas, y hasta su líder, Yasir Arafat, declaraba recientemente en Amman que el plan tenía "algunos aspectos positivos".
En el fondo, una mayoría árabe está ya dispuesta a aceptar el proyecto de paz estadounidense como eje de una futura negociación, y la presencia de Arafat en la capital jordana, a mediados de octubre, sirvió sobre todo para elaborar con el rey Hussein una estrategia conjunta para intentar recuperar los territorios ocupa dos y hablar con una sola voz en una eventual negociación.
La única discrepancia aparen te entre Arafat y Hussein, de acuerdo sobre el principio de una confederación jordano-palestina -el líder de la OLP recordó adrede en Ainman que palestinos y jordanos formaban un sólo y mismo pueblo- consiste en determinar si la unión surgirá tras la creación de un Estado palestino independiente o si éste, como preconiza el monarca, no llegará a la independencia y se federará inmediatamente con Jordania.
Reconocimiento de Israel
Subsiste, sin embargo, un obstáculo que impide el inicio de conversaciones de paz: el no reconocimiento por la OLP del derecho a la existencia de Israel, que Estados Unidos exime para no dialogar directamente con la central palestina y marginarla de cualquier negociación.
El rey de Jordania alentó al líder palestino a reconocer cuanto antes al Estado hebreo, y este se mostró predispuesto a dar ese paso histórico, como ya lo hizo en septiembre con el papa Juan Pablo II y el presidente de la República Italiana, Sandro Pertini. .¿Qué espera entonces para hacerlo?", se preguntaba en Túnez, mientras esperaba a Arafat, Claude Cheysson, ministro francés de Relaciones Exteriores.
La OLP no es una organización homogénea, y más ahora que sus fedayin y dirigentes políticos están desperdigados por varios países árabes y padecen más directamente sus influencias. Varias organizaciones prosirías o radicales de la resistencia palestina, con sede en Damasco, se han pronunciado contra cualquier reconocimiento explícito o incluso implícito de Israel, y Arafat no quiere sacar a relucir las divergencias interpalestinas.
El Consejo Nacional Palestino (CNP, Parlamento en el exilio) zanjará probablemente la cuestión el próximo mes de noviembre, cuando, como anunció al diario francés Le Monde, Nayef Hawatmeh, líder del Frente Democrático de Liberación de Palestina (FDLP), su grupo presente una propuesta en este sentido.
Hawatmeh ha moderado sus posturas en el seno de la OLP, acercándose a Arafat, por cuya cuenta defenderá en reallidad la iniciativa, evitándole así el riesgo de quedar eventualmente: en minoría, como le ocurrió cuando sostuvo el plan de paz del entonces príncipe Fahd, precursor del plan de Fez, que contribuyó personalmente a redactar y que también incluía un reconocimiento implícito de Israel.
Si la iniciativa palestina abrira, sin duda, a Yasir Arafat las puertas de numerosas capitales europeas y hasta las del Departamento de Estado, es hairto dudoso, sin embargo, que el Gobierno israelí e incluso su oposición laborista respondan a la iniciativa palestina con un reconocimiento recíproco de la OLP como representante de un pueblo palestino que se obstinan a considerar como meros refugiados.
Presiones de EE UU
El Departamento de Estado aseguró en septiembre tener la intención de ejercer las "presiones apropiadas" para conseguir que el Gabinete Beguin se sentase en una mesa de negociaciones en la que se discutiese el plan Reagan; pero más que sobre un improbable cambio de actitud del actual Gobierno israelí, la Aministración norte arrierican a parece apostar por un cambio de mayoría en el Estado hebreo que lleve al poder al laborismo o a una opción centrista.
Pero si el retorno de los moderados al poder permitiera, por lo menos, empezar a negociar el futuro, de Cisjordania y Gaza, que el llamado compromiso territorial laborista acepta devolver en unos dos tercios a Jordania, no por eso está asegurado el éxito de las conversaciones de paz.
El laborismo de Shimon Peres parece, en efecto, aferrado a la capitalidad de Jerusalén, al rechazo de la creación de tina entidad palestina autoadministrada o al mantenimiento bajo control israelí, por motivos de seguridad, de un tercio de los territorios ocupados, exigencias que contradicen básicamente al plan Reagan.
Sólo las presiones norteamericanas, económicas y militares, sobre un país que depende totalmente de la ayuda de Estados Unidos, podrían entonces conseguir una flexibilización de la postura israelí.
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