Discutible afirmación
Buscan nuevas vías, pero se refugian en moldes antiguos. Parecería lógico que una película con el tenor de moda, Luciano Pavarotti, se diferenciara claramente de las que en los años cincuenta interpretaba Mario Lanza. Sin embargo, la misma blandura argumental, los mismos tópicos, aparecen sin actualizar. Poca imaginación han desarrollado los autores de la historia y guión para justificar las intervenciones musicales del tenor.Es indudable que los admiradores de Pavarotti disfrutarán con la proyección; tienen más elementos para entenderla. Los espectadores que pretendan contemplar una película de interés, probablemente no acaben de encontrarlo en la trivial peripecia.
Un famoso cantante tiene que recurrir a los servicios de un médico que cure su afonía. Aunque al principio rechaza a la doctora que le atiende, se enamorará de ella; se establece una relación difícil, en la que ninguno de los amantes quiere dejarse dominar por las necesidades profesionales del otro; relación, pues, con vaivenes, que tanto permiten separaciones dolorosas como violentas reyertas.
Sí, Giorgio
Director: Franklin J. Shaffner. Guión: Norman Steinberg. Fotografía: Fred Koenekamp. Intérpretes: Luciano Pavarotti, Kathryn Harrold, Eddie Albert, Emerson Buckley. Comedia sentimental. Norteamericana, 1982. Local de estreno: Colisevm.
Que sea Shaffner el director de la película no mejora su escasa capacidad espectacular. Ninguna relación tiene Sí, Giorgio con títulos como El señor de la guerra, El planeta de los simios o Papillón.
Pavarotti luce su capacidad de tenor interpretando fragmentos de Turandot, Manon Lescaut, Rigoletto o de algunas canciones populares. Su lucimiento como actor es, en cambio, inexistente. Tiene cierta simpatía en su cometido de macho sinvergonzón, pero se remite continuamente a un tópico de muecas que no le diferencian de cualquier otro torpe actor improvisado.
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