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Ira y tristeza de las viejas figuras de la teología germana al hacer balance de su obra

Había muchos en la Feria del Libro de Francfort que no entendían por qué el tema central de este año era la religión. No lo entendían los editores de los países del Este y se alzaban de hombros los editores latinos, a pesar de estar más familiarizados con el tema. Los organizadores alemanes habían dispuesto una exposición de libros sobre el asunto La religión de ayer en el mundo de hoy, para que al menos los visitantes supieran a qué atenerse.Lo que allí se ofrecía eran libros piadosos para niños, abundancia nórdica de ecología, la Biblia en todas las variantes imaginables, escritos de Lutero y el agosto de las sectas, que tan pronto te brindaban la salvación a domicilio como el bálsamo mirífico de Fierabrás.

Difíicil resultaba en estas circunstancias la importancia cultural, política y comercial que se presume debe tener el tema central. La clave podía estar, sin embargo, en la sala de congresos, donde el ex ministro Eppler, el filósofo judío Pinchas Lapide, la escritora Dorothee Soelle, el teólogo católico Metz y el protestante Zanht animaron cada día distintos debates en los que la religión estaba en la encrucijada de planteamientos culturales y políticos.

Juan Bautista Metz se rodeó de cuatro viejos venerables, que se expusieron a un interrogatorio de otros tantos jóvenes. El fundador de la teología política presentaba a los Karl Rahner, Eugen Kogon, Ernst Käsemann y Walter Jens como viejos hombres íiirados. "Ser contestatario a los veinte años es algo que pide la biología", decía Metz, "pero serlo a los setenta es, en los tiempos que corren, un milagro de la gracia". Los jóvenes querían saber contra qué se habían rebelado. Contra una Iglesia burocratizada, cómplice de dos guerras mundiales, sin que haga nada por impedir la tercera; contra una Iglesia que excomulga, aliada con la burguesía reaccionaria, que ignora al obrero y no cree en el ecumenismo, respondía airado el biblista Käsemann. El público aplaudía a rabiar, mientras el interpelado desgranaba el rosario de su indignación. Poco tardó Rahner en replicar al radicalismo del teólogo protestante: "Llevamos años hablando, criticando, y no hemos conseguido nada. Y es que nosotros somos parte de esa Iglesia burocratizada cobarde y pecadora. Basta ya de tanta palabra, mero discurso moralizante. Tenemos que ver la manera de cambiar las cosas". Cuando los profesores alemanes debaten, ya se sabe, no hay paños calientes. El público se dividía en sus aplausos. Hasta que habló el octogenario Eugen Kogon, judío católico, prisionero de los nazis, fundador de la democracia cristiana y periodista unánimemente respetado.

Kogon respondió a Rahner que en esa contestación había más que palabras. Recordó la ilusión con que muchos católicos fundaron la democracia cristiana, con la obsesión de una reconciliación nacional, con una política claramente antimilitarista, tan plural que hasta había comunistas en un principio. "Pero la Iglesia nos volvió las espaldas", añadía, mientras cambiaba su tristeza inicial por la ira, "prefirió apoyar el milagro económico alemán, en lugar del moral".

Como, Metz luego comentaba, en todo ese diálogo se ponía de manifiesto la frustración del mejor catolicismo alemán. Su fuerza se había reducido a la discusión académica, con reconocidos resultados teóricos, pero que no habían contribuido a cambiar las cosas.

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