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Últimos enigmas

El autor de este artículo recibió del propio Dalí el encargo de comentar los tres cuadros del pintor recientemente adquiridos por el Museo Español de arte Contemporáneo

Quiere Dalí que presente al público los tres cuadros -Senicitas (1926-27), Arlequín (1927) y Los tres enigmas gloriosos de Gala (1982)-, que acaban de entrar en las salas del Museo Español de Arte Contemporáneo.No ignoro que esta presentación es innecesaria. Pues ¿qué mejor presentación que la propia presencia de los cuadros, que la presentación que hacen de sí mismos y de lo que por derecho propio representan en el conjunto de la obra daliniana y en el de las exploraciones estéticas de nuestro siglo? Pero sé también que en el terreno del arte no figuran las excusas basadas en el argumento de la necesariedad o la innecesariedad de las cosas, a no ser que queramos borrar, por gratuito, lo que el arte nos muestra y tachar y quebrar así el espejo más poderoso inventado por el hombre para leer en las líneas de su propio rostro, en los prestigios de su mano, en las geografías secretas de su vida. Sentido, inteligencia y sentimiento, condicionamiento y libertad: de partículas con esas valencias está hecho el azogue oleaginoso de ese espejo excepcional.

Compañera de un enigma

Esta presentación, con todo, me permite evocar conversaciones recientemente habidas con Dalí en el castillo de Púbol, ante los cuadros que ahora entran por los ojos del museo, y particularmente, ante Los tres enigmas gloriosos de Gala. A la floración de estos últimos asistí, entre los meses de mayo y julio, en aquellos días en que Gala, la esposa de Dalí, la compañera de una vida o, por mejor decir, de un enigma, fue a situarse, con su muerte, en el raro firmamento que huellan los que vistieron los días con el mito.

De Gaudí a Rafael; con este lema, Dalí me mostró el cuadro. Las tres formas escultóricas que se repiten en el lienzo aseméjanse, en efecto, a balaustradas gaudinianas, pero se asientan en el espacio con la clásica placidez de tres formas que, alejándose, se repliegan en sí mismas sobre el plano.

Esta quietud delátase aún más cuando, al girar el cuadro noventa grados, vemos, como si fuese brusca aparición, tres perfiles en dramática, violenta, obsesiva, fantasmal sucesión. Basta un giro de noventa grados para hacer del expresionismo un surrealismo clasicista.

Plomo y ceniza

La extensión plana e infinita de Los tres enigmas es algo que a menudo hemos visto en otros cuadros de Dalí; pero los oros de ,otros tiempos son aquí plomo y ceniza, un desierto gris-irisado en el que viene a mirarse un cielo de cárdenas pizarras.

La repetición de tres motivos enigmáticos también la hemos visto en cuadros de Dalí, como el titulado Las tres esfinges de Bikini (1947); pero en Los tres enigmas trátase de una cabeza de perfil, vuelta hacia el suelo, visión que desde los años veinte aparece intermitentemente, con numerosas variaciones significativas, en la obra daliniana, y cuya procedencia hay tal vez que buscar en una peña del cabo de Creus y en una fotografía -inédita, anterior a 1927que Dalí hizo a Federico García Lorca en la playa de El Llané, de Cadaqués. En esta fotografía, el poeta, tendido sobre la arena, aparece con la cabeza vuelta hacia el suelo, rodeada por discos de fonógrafo.

Homenaje a Gala, Los enigmas, ¿por qué no referirse a la escritura catastrofeiforme con que Dalí ha ido llenando páginas y páginas en estos últimos tiempos? ¿Por qué no ver en las extrañas y, repetidas formas escultóricas del cuadro una alusión a las cabezas megalíticas de la isla de Pascua, esa isla situada en el pacífico de los océanos, en el más occidental también, por donde los soles se ponen y renacen? A ambos lados de Los tres enigmas gloriosos de Gala imagina Dalí, colocados en el museo, sus cuadros juveniles y cruciales Senicitas y Arlequín. En el primero, con la ligereza proliferante del neutrino, se dan cita, sinóptica, retrospectiva y proféticamente, las líneas de fuerza de la estética surrealista, del vanguardismo daliniano.

Obra crucial

En Senicitas están, la delgadez espectral de los pelos y el fantasmal volumen de la masa carnosa. Allí, como imágenes dobles -grado cero del disfraz-, senos-ojos, cuerpo-piel, pinchada como un globo del que brotan hilos geométricos de sangre, aves y pirámides, reglas, cifras y ramificaciones cerebrales, prótesis deritales y risas histéricas, asnos podridos, desmaterializados, y moscas, una escultura surrealista y una construcción metafísica, guitarras-corbata de lazo y, en fin, los armónicos dispersos del delirio. Senicitas es también la estética daliniana del San Sebastián; es decir, del rigor de la Santa Objetividad, en simbiosis con los estereotipos de la putrefacción posromántica. Obra crucial, hecha. con el ramo de olivo de esa vejez antifáustica de que hacía gala el Dalí joven, prefigura también Senicitas la idea daliniana de un Dios infinitamente pequeño.

Lo mínimo que desarrolla un efecto máximo siempre ha fascinado a Dalí, hasta el punto de que esa idea le ha llevado a afirmar seriamente que Dios no es infinitamente grande, como se suele creer, sino trillones y trillones de veces pequeño, a semejanza de los neutrinos. Con lo que Dalí no hace más que dar la razón al famoso teólogo neoplatónico cristiano del siglo V Dionisio Areopagita, que, en De los nombres divinos, dice que aplica a Dios la palabra pequeño o sutil porque Dios se aparta de todo volumen o distancia y, sin impedimento, lo penetra todo. "Así, pues", dice Dionisio, "la palabra pequeño se ha de atribuir a Dios, en cuanto sin dificultad lo penetra todo y es en todo".

A favor de Zurbarán

Senicitas me trae a la memoria también aquello que en cierta ocasión dijo Mondrian a Dalí: "Cada piedra, cada pequeña figura que pinta Dalí está siempre en su sitio; no se puede cambiar". Frase tan exacta como de Mondrian, de cuya pintura Dalí diría que era como la de los maestros holandeses, "igual que la de Vermeer, sólo que mientras que Vermeer pintó todo, Mondrian no pintó casi nada". Definición exacta también.

Al Arlequín, por último, el más monumental de los tres cuadros, pese a la aparente ligereza del tema, se le podría aplicar el lema Contra Braque y a favor de Zurbarán.

De Zurbarán son los pliegues del paño blanco-gris. En la imaginación de un Picasso, el arlequín aparecía teñido con una figurativa sentimentalidad; en Dalí es escueto, puro y monumental disfraz, pintura sin más, que anuncia ciertos aspectos relativos a la interacción del fondo y la superficie que en los últimos años han explorado diferentes artistas de orientación abstracta. Si cuando recorríamos Senicitas Dios se nos antojaba infinitamente pequeño, este Arlequín, cuando se le contempla en la distancia, parece -querer demostrar que es infinitamente grande.

¿Un nuevo enigma? ¿Cómo evitar que la presentación de tres enigmas dejara ella misma, en conclusión; de serlo?

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