El último ahijado de Jomeini
Con la liquidación de Sadeq Gotbzadeh el imán Jomeini ha perdido al último de sus ex íntimos colaboradores civiles, devorados todos en la pira revolucionaria islámica. De 46 años, había sido uno de los personajes más influyentes de la revolución iraní y de la República Islámica de Irán, en su primera fase. Con él desaparece de Irán la última personalidad política civil abiertamente favorable a proyectar Irán hacia Occidente.A su condición de consejero íntimo del imán Jomeini, durante el exilio parisiense de la oposición antimonárquica, sumó luego las de miembro del Consejo de la Revolución, jefe de la radiotelevisión iraní y, más adelante, la de ministro de Asuntos Exteriores.
Gotbzadeli reunía en su personalidad, compleja, todos los ingredientes del prototipo del político de Oriente Medio: astucia, frialdad, lucidez y crueldad.
Hombres hubo, aunque no muchos, más astutos, más intrigantes y más crueles que él. Han sido los que le han llevado ante el piquete de ejecución en la prisión teheraní de Evín.
Su fusilamiento puede interpretarse, en una primera lectura, como una derrota del pragmatismo que ha acompañado en muchas ocasiones al imán Jomeini, protector, tutor y valedor del reo hasta hace muy poco. Asentir en la ejecución de Gotbzadeh por parte de Jomeini significa no sólo la pérdida de un ahijado político, sino sobre todo una afrenta en pleno rostro del Bazar, el principal núcleo comercial iraní, verdadero soporte sobre el cual basculó políticamente el ajusticiado.
Pero Gotbzadeh, un hombre a caballo entre el sentido práctico de los norteamericanos y la sagacidad del tendero iraní, no sólo se acercó al poderoso Bazar, pulmón de la economía comercial iraní. También se aproximó antes al propio Jomeini. A sus pechos, en Najaf y París, creció la vocación / ambicíón política de Gotbzadeh, un hombre oficioso, casi adulador d el imán, al que, según su propia confesión ante la televisión, quiso derrocar violentamente.
Caído en desgracia tras su salida de Asuntos Exteriores, desde donde tuvo que lidiar con el espinosísimo problema de los rehenes norteamericanos, de cuya captura discrepaba, el ex jefe de la radiotelevisión iraní corrió luego hacia el gran ayatollah asarbayaní Chariat Madari, a quien casi todos en Irán atribuyeron durante un largo tiempo el segundo peldaño de la jerarquía religiosa, tras Jomeini.
Nada pudo, empero, salvar a Gotbzadeh, cuyas confesiones, por contra, han precipitado al ayatollah de Tabriz hasta el borde del acantilado. Chariat Madari ha dejado políticamente de existir.
A Gotbzadeh de nada le sirvió arrepentirse, ni pedir el castigo por haberse atrevido a conspirar contra su otrora amado imán Jomeini, ni denunciar presumiblemente a más gente de la que de hecho conspiró.
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