España ha vivido el verano de los concursos de 'rock'
Durante todo este verano España se ha llenado de concursos de rock. Como una avalancha, más de setecientos grupos se han presentado en los cuatro rincones de este país a los certámenes propiciados por unos ayuntamientos que han comprobado cómo ésta es una forma idónea, aunque no única, de poner en marcha a los jóvenes de su tierra. Grupos buenos y malos, innovadores y clásicos, casi niños y gente ya madurita, babosos, irritantes y pelucos, de todo ha habido en esta viña de ningún señor.
En este tiempo sobre todo se ha sentido el deseo de hacer algo, de expresarse frente a otros, de sacar fuera lo que uno lleva dentro. Gracias a estos concursos y a otras iniciativas más aisladas y menos oficializadas, nuestro país se va llenando del mismo movimiento que hace ya unos cuatro años comenzó en Madrid. Esto significa que, a lo tonto, nos vamos encontrando entre los países más dinámicos de Europa en cuanto se refiere a formas de expresión contemporáneas y generalmente jóvenes. Y, aún más, implica que miles de personas han podido disfrutar con algo suyo y que depende totalmente de ellas para salir adelante. Y esto, señores, es nuevo y no merece ser minusvalorado.El concurso de rock que el pasado fin de semana tuvo lugar en Jerez de la Frontera lo era en realidad de toda Andalucía. Se presentaron a él más de 150 grupos; en las semifinales y fases de calificación actuaron gente como Mecano y Nacha Pop, con asistencias enormes (en la semifinal, donde actuó Mecano, se juntaron más de 8.000 almas), y la final se prolongó al día siguiente con la presentación de los ganadores de los concursos de Madrid, Barcelona, La Coruña y del mismo Jerez.
Un concurso este último que tuvo la cualidad de sacar a la luz uno de los mejores grupos que haya en España ahora mismo: Danza Invisible, de Málaga. Un grupo de tal calibre que los otros tres finalistas (Puppa, Jaleo y Rompehielos) no tuvieron, a pesar de su buen nivel instrumental, casi ninguna oportunidad.
Allí, en plena Feria de la Vendimia, ahogados en vino fino, Danza Invisible dejó boquiabiertos no sólo a los propios del lugar, sino a quienes habíamos llegado desde lejos para tratar de entender aquello. Allí estaban suficientemente asombrados grupos como Gabinete Caligari (que actuarían como invitados en la final), Derribos Arias (ganadores en Madrid), Metro (vencedores en La Coruña) o Rigor Mortis (triunfantes en Barcelona).
Su asombro estaba bien justificado porque los malagueños hacen una música influida por grupos como U2, Simple Minds, Echo and The Bunnymen o según que Bowie, esto es: uno de los mejores cócteles que pueden prepararse hoy con la música inglesa. Y este combinado recibe un tratamiento repleto de detalles, como si cada compás y cada acorde hubiera sido el fruto de una atención especial, de un cariño loco.
Su cantante, con dieciocho años (el grupo tiene una edad media de apenas veinte) es un tipo asténico que dice con una voz poderosa y se mueve por la escena como un demente azogado y elegante. Su música, por otra parte muy seria y consciente, consigue poner a bailar a cualquiera que se encuentre en su radio de escucha. Una barbaridad de grupo. Pronto editará un maxi-single de cuatro canciones, que, pese a ser magnífico, no refleja lo que esta gente es capaz de ofrecer en directo.
El simple hecho de que en provincias surjan grupos como Danza Invisible o Siniestro Total, en Galicia, es la mejor noticia que ha recibido la música hispana desde que se editó el extended play de Kaka de Luxe. Es ni más ni menos que el nacimiento de algo.
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