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Tribuna
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Etiología de una anemia perniciosa

Las posibilidades electorales de UCD han ido en descenso de forma alarmante durante la legislatura que ahora finaliza. La gestión gubernamental en un período especialmente abrasivo es una de las razones, pero no la única. Buscar otras razones puede representar un recordatorio útil ante una recomposición del sistema de partidos que, a estas alturas, es ya inevitable.UCD nació con voluntad integradora, tanto hacia el exterior como hacia el interior, acogiendo en su seno a personas que habiendo tenido un compromiso mayor o menor con el régimen autoritario apostaban sinceramente por su cancelación y a personas que habiendo militado con mayor o menor intensidad en la oposición democrática eran partidarias de la reforma como metodología del cambio. Se rompía así el círculo vicioso al que conducía la dialéctica franquismo-antifranquismo, al patrocinarse su superación por la vía de hecho. El resultado fue una coalición, luego transformada en partido, donde concurrían personalidades y sectores ideológicos dispares. Aquel mosaico político policromo tenía, no obstante, tres aglutinantes que garantizaban su supervivencia: proyecto, poder y líder.

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Un proyecto renovado
Voluntad política y liderazgo

Proyecto. El que representaba la instauración de un régimen de libertades en España, ambición tan deseada como tradicionalmente huidiza.

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Poder. El que se derivaba de ocupar el Gobierno, Olimpo para una clase política con inercias de una larga época de mando monolítico.

Líder. Aquel que con habilidad y tenacidad indiscutibles había conseguido situar al país ante las urnas después de 41 años de ostracismo participativo y con posterioridad lograría la alquimia de UCD de coalición a partido.

Como era presumible, a medida que estos aglutinantes se han ido diluyendo, bien por amortización, bien por debilitamiento, bien por desplazamiento, las fuerzas centrífugas latentes en el partido se han ido haciendo presentes con mayor intensidad hasta acabar poniendo en peligro su propia viabilidad.

El proyecto era un aglutinante consustancialmente perecedero y supeditado a la institucionalización de un sistema político democrático. Era aglutinante en cuanto hacía referencia a un marco genérico. Y así, una vez establecidos y aceptados los principios democráticos, a medida que se han tenido que ir concretando en realidades domésticas, el proyecto ha dejado de ser un aglutinante para pasar a ser, en ocasiones, un verdadero disolvente.

No es lo mismo el reconocimiento de la aconfesionalidad del Estado que la articulación jurídica de la disolución del matrimonio o la contemplación legal de la Iglesia como empresario de la enseñanza. No es lo mismo la asunción del principio de la libertad de expresión que el criterio de concesión de frecuencias de emisión a entidades privadas. Ni es lo mismo la aceptación del sistema de libre empresa que la determinación del grado de intervención económica estatal en una época de recesión.

Las aspiraciones que podían ser comúnmente compartidas se han materializado ya, y ante algunas realizaciones concretas hay ahora una pluralidad de alternativas.

En cuanto al poder, como en una democracia no se dan ya poderes absolutos o vitalicios, es un aglutinante sujeto siempre a peripecias y a expectativas. El poder ha pasado a ser papel a cotizar en la bolsa de valores de la opinión pública. Y lo que no hubiese sido un problema en otros partidos lo ha sido en éste por su forma de constituirse.

UCD nació en el poder, que es siempre una cuna demasiado blanda. No ha tenido, por tanto, una tradición de lucha por la conquista del mismo. Y además, el abaratamiento del cargo público que supuso la necesaria renovación de la clase política representó una devaluación de los conceptos esfuerzo, tenacidad y combatividad.

Una desafortunada decisión, no tanto en sí misma como en su forma y su tiempo, comportó una hipoteca para UCD en tres procesos electorales sucesivos (referéndum para la ratificación de la vía autonómica para Andalucía, elecciones al Parlamento vasco y elecciones al Parlamento catalán). Pues bien, fue más perjudicial para el partido el descubrimiento de la posibilidad de la derrota que las derrotas en sí.

Para un demócrata, la asunción de la posibilidad de la derrota debe ser un principio de funcionamiento, y no sólo por ética, sino por instinto de conservación. UCD, partido auténticamente democrático, tenía interiorizada la derrota como posibilidad tan remota que cuando oteó su cercanía acusó el golpe muy por encima de lo que hubiera sido razonable. Y así, el efecto pasó a ser causa, entrando el partido en una suicida espiral de derrotismo sólo comprensible por su inmadurez como grupo político organizado. El poder, intuido su eclipse, ha dejado de ser un aglutinante o lo es ahora en mucha menor medida.

Por último, en lo que se refiere al liderazgo, la operación de recambio de Suárez, apoyada con entusiasmo por un sector de UCD, estaba llamada a ser una operación de efecto bumerán en cuanto que suponía un atentado objetivo contra el patrimonio del partido.

Dada la estratificación sociológica de la militancia centrista, constituida en gran medida por personas con opinión propia elaborada, con buen concepto de sí mismas y con plena conciencia de sus posibilidades políticas, a veces sobrevaloradas, la aceptación de la preeminencia de otra persona, del liderazgo, no es un fenómeno fácil. Hay incluso quien estima que el liderazgo tiene connotaciones autocráticas. Pero eso sería tanto como confundir el liderazgo con el caudillaje. En una democracia, el juego de las colectividades ha de primar sobre el juego de las individualidades, mas renunciar por ello a la posibilidad de que los principios defendidos por un partido tengan una cierta encarnación en la persona que lo dirige es una forma de dificultar la identificación del electorado con esa opción política.

Si UCD se define como partido interclasista (no favorecedor de intereses específicos de clase), reformista (partidario del cambio gradual) y progresista (propiciador del cambio a mejor), difícilmente puede ser liderado por alguien vinculado a los grandes intereses económicos y que no sea capaz de asumir el riesgo que lleva implícito todo cambio (objetivo, selectivamente contemplado, tanto por el reformismo como por el progresismo). Y, sin embargo, una situación de aparente contradicción entre lo que defiende el partido y lo que significa aquel que lo representa es posible en UCD, porque en un partido de espectro ideológico tan amplio se suelen acabar imponiendo los hombres-síntesis, que son los únicos que pueden ser aceptados por todos. Se acaban imponiendo los antilíderes.

El liderazgo en UCD es quizá ya irrecomponible. En UCD no ha habido una sustitución de un líder por otro, ha habido seguramente una liquidación del liderazgo como posibilidad. Los líderes no se pactan, se imponen por la abrumadora fuerza de su personalidad.

Todo partido que trate de enarbolar la enseña centrista ha de tener muy en cuenta la trayectoria de UCD y los motivos de su empalidecimiento. Ni es conveniente una indefinición excesiva para agrupar personas alrededor de unas siglas, porque al final son más los adversarios que los aliados; ni es aconsejable que se polarice a la militancia en el culto al poder, porque el poder no es eterno, ni se debe prescindir gratuitamente de un líder aceptado, porque su sustitución puede no ser fácil y a veces puede resultar imposible.

José Antonio Pérez Gonzálezes presidente del comité local de UCD de Vallecas.

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