_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El autor, en el palco

Mario Vargas Llosa, elegante, sobrio, como un personaje de Oxford y Cambridge trasplantado a la meseta de la carrera madrileña de San Jerónimo, rompió anteayer con una bien guardada tradición teatral: abandonó las candilejas anónimas que suelen ocultar al autor en el momento del estreno y se situó en un palco, bien visible, frente al palco en el que el presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo asistía a la tragedia sentimental de La señorita de Tacna.

Al final de la representación, el autor abandonó la atalaya, se escondió tras el escenario y dejó en su asiento a un sustituto: su hijo Alvaro, estudiante en Cambridge, escritor de dieciocho años, un nuevo Varguitas en la escena literaria Posterior al llamado boom. Sentado allí, Alvaro parecía ser el intérprete callado de otra escena retrospectiva, un recurso tan frecuentado por la obra estrenada: a los espectadores que alternaban su vista del escenario con la contemplación del palco les parecía estar viendo a aquel joven periodista de Conversación en la catedral, asistiendo a la historia de sus múltiples demonios familiares.

Más información
Una cierta, decepción

La presencia del autor en el palco, la asistencia de los ministros de Cultura y de Defensa, Soledad Becerril y Alberto Oliart, los rostros de los políticos Javier Solana y Nicolás Sartorius, y los semblantes de artistas como Pilar Miró o Francisco Umbral, no pudieron rivalizar con la expectación que despertó la tardía llegada al teatro del líder aliancista Manuel Fraga Iribarne, que entró en el patio de butacas más de media hora después del comienzo del espectáculo, cuya contemplación abandonó en el descanso. No volvió más. Se perdió, entre otras cosas, claro, el desnudo de Rosalía Dans, cuya circunstancia ya reseñan el crítico en esta página y Umbral en página 19 de este número.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_