La paz es posible y necesaria
La humanidad, desde sus orígenes, ha vivido en pugna con las adversidades de la naturaleza, dominándola y utilizando sus recursos en beneficio de la especie. Pero, en contradicción con este esfuerzo por conservar y mejorar la vida, la guerra nos ha acompañado hasta hoy, amenazando con aniquilarnos a todos en un apocalipsis nuclear.Para Clausewitz, la guerra era la continuación de la política por otros medios. Lenin, recogiendo este aforismo, decía que era la continuación de la política de una determinada clase, de una deter minada potencia, variando única mente y de manera dramática su forma de acción. Para este político, el origen de la guerra estaba en la estructura social, y una socie dad como la de su tiempo, y la nuestra, basada en la explotación de hombres y pueblos, ha de conducir inevitablemente a la guerra; por tanto, sin un cambio en profundidad de la sociedad es poco menos que imposible su desaparición. Pero si la sociedad ha crista lizado sobre estas bases, ha sido porque permitían cubrir una serie de necesidades; lo que ocurre es que, al mismo tiempo que ha satisfecho unas, ha generado otras, como la necesidad de paz, que es precisamente una de las que moverán a los hombres al cambio de esas estructuras que la hacen imposible, estructuras que nacieron para cubrir ciertas necesidades y que hoy se hacen insoportables para la humanidad.
¿Hay algo en la naturaleza biológica del hombre que le conduzca inevitablemente a la guerra?
El naturalista Conrad Lorenz considera que la agresividad es el impulso belicoso del hombre y el animal dirigido contra miembros de la propia especie; para él, la agresividad sería un instinto y, como tal, algo que forma parte de nuestra naturaleza biológicay que nos conduce a la guerra intraespecífica.
Agnes Heller, en oposición a Lorenz, dice que el hombre se remontó al resto de las especies con la demolición de los instintos, y argumenta que si tuviésemos un instinto agresivo que, como tal, fuese compulsivo y por ello urgiese a la descarga, no hubiese habido nunca quien se opusiera a la guerra o al servicio de las armas, y, sin embargo, los hay incluso en las tribus más primitivas. La agresividad para ella, viene a ser a lo sumo, el combustible de la guerra, pero no su motivo y ocasión, en general.
La agresividad se originaría, más bien, por la inseguridad en nuestro propio yo, porque no conseguimos desarrollar nuestras capacidades, porque racionalizamos nuestras debilidades mediante el éxito de otros, etcétera, siendo la orientación competitiva de la vida una de sus mejores fuentes de alimentación.
Más arriba decía que los hombres hemos tenido que luchar por el dominio de la naturaleza. Los hombres hemos salvado etapas decisivas para el futuro de nuestra especie (desnudos, sin techo, sin fuego, etcétera) y ahora estamos ante una nueva etapa también decisiva para nuestro futuro. Pero la diferencia con las anteriores está en que hemos sido nosotros mismos los que hemos engendrado y engordado el monstruo que hoy nos amenaza: la guerra nuclear.
Esta guerra no entraría en el tipo de las que analizaban Clausewitz y Lenin; esta guerra ya no sería continuación de nada, pues una vez iniciada no se podría controlar, como ha ocurrido hasta ahora, y nuestra civilización desaparecería. Por esto pienso que desde ya la gran mayoría de los hombres podemos estar en disposición de oponemos a la posibilidad de esta guerra o, lo que es lo mismo, en favor del desarme, única forma de desecharla.
Respecto al instinto agresivo, me oriento a favor de las argumentaciones de Heller, pues pienso, como ella, que el hombre no es en ninguna forma un ser gobemado por instintos. Por esto nos rebelamos contra la guerra y la agresión a la naturaleza, en orden a poner las bases del futuro de paz que deseamos. /
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.