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Reportaje:

Sedentarios en invierno y nómadas en verano

Un cuarto de millón de gitanos recorre estos días la España agrícola en busca de jornales

Durante el invierno los gitanos renuncian a su vocación nómada y se establecen en los cinturones suburbiales de las ciudades, donde compiten con las ratas por los desperdicios de la sociedad paya. Recogen chatarra o cartones, venden flores, limpian zapatos y parabrisas de coches, con permiso o sin él. Algunos roban, y todos intentan sobrevivir como pueden. Pero no todos lo consiguen. La esperanza de vida del gitano es de 43 años. Claro que arrancan con un handicap: un índice de mortalidad infantil del 15%.Con el buen tiempo, las familias Heredia, Vargas, Montoya, Ramírez, Gabarri y demás se ponen en marcha. Los carromatos de otros tiempos han sido sustituidos por furgonetas o coches que arrastran roulottes. Nadie sabe de dónde los han sacado, pero está descartada la posibilidad de que sean robados, porque bien se preocupa la Guardia Civil de comprobarlo. Buscan los trabajos eventuales que pueden proporcionarles las cosechas en las amplias zonas de la España agrícola. Es la remolacha en Tierra de Campos, el tomate en Toledo y Badajoz, la patata y el espárrago en La Rioja, la fruta en Lérida y en toda la costa mediterránea, la vendimia en todas partes, el olivar y el algodón en Andalucía, y, finalmente, ya entrando el invierno, los agrios en la costa mediterránea.

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Una población analfabeta

Las condiciones de trabajo no son buenas. Toda una familia se contrata por 2.000 pesetas al día. Como hay que competir con otras familias, de cuantos más brazos se disponga, mejor. Así que desde los cuatro años cualquier niño puede trabajar. Incluso tiene ventaja para ciertas recogidas, como la de la remolacha, respecto a los mayores. No importa si han tenido que dejar la escuela. Para los padres gitanos, la escuela de sus niños no es una necesidad de primer orden, ni puede serlo. Por delante está la supervivencia. Además, la adaptación del niño gitano a la escuela nunca es óptima. Se sienten rechazados y su absentismo es enorme. En cualquier caso, antes de fin de curso tienen que cumplir con su destino nómada y hacer el ciclo agrícola, así que la escuela no puede pasar de ser, en el mejor de los casos, más que una ocupación secundaria para el invierno. Para los ratos que quedan después de limpiar zapatos o parabrisas y de pedir limosna, que no son muchos.

Para su desgracia, los Heredia, Vargas y demás, que no hace muchos años perdieron el fructífero negocio del tráfico de animales de carga, sustituidos por el diesel, se encuentran hoy con la competencia de las máquinas recolectoras, que les quitan el trabajo, y con la de otra minoría más desfavorecida que ellos mismos, los negros, negros de Angola o de cualquier otro lugar de Africa, que aspiraban a llegar a Francia y se han quedado en el camino y que trabajan por parejas a cien pesetas la hora para cada dos.

Para Manuel Martín, presidente de Presencia Gitana, una de las varias asociaciones que combaten por remediar la situación de esta gente, no cabe duda de que en este caso la Administración ampara una explotación descarada: "Si usted fuera ahora a un pueblo de Lérida a recoger fruta, quien le contratara tendría que ofrecerle residencia, pagarle Seguridad Social y darle un jornal. Un jornal por su trabajo, no por el de toda la familia. Ni a usted ni a él se les ocurriría, probablemente, poner a recoger a un niño de cuatro años. Sin embargo, con los gitanos no se guardan esas normas. Nada de casa: que acampen donde puedan. Todo lo más, a algunos se les deja el pajar. No hay contrato; sólo un acuerdo verbal. Y trabaja toda la familia por poco más de lo que se le debe pagar a un trabajador. Yo lo hablaba hace poco con un personaje del Ministerio de Trabajo, y me decía que si obligaban al agricultor a facilitar domicilio y Seguridad Social a los gitanos, le dejaban sin ganancias. ¿No es eso amparar la explotación del hombre por el hombre?".

Para el dueño de los campos, pues, la presencia del gitano es positiva. Mano de obra barata. Pero el resto del pueblo les ve con recelo, les rechaza. Recientemente, en el pueblo leridano de Palau de Anglesola los vecinos hablaron incluso de la creación de un piquete armado para expulsarlos. Consiguieron asustarles y forzarles a marcharse. El alcalde del pueblo, Eloy Palau (véase EL PAIS del 13 de agosto), trató de quitar importancia a los problemas.

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El problema de Palau de Anglesola sirvió para que el gobernador civil de la provincia firmase el pasado día 20 un acuerdo con diez alcaldes de las comarcas afectadas por el que se onligaba a los payeses a facilitar alojamiento a los recolectores. Pero el acuerdo ha tenido un triste estrambote: el sindicato de Jóvenes Agricultores de Lérida ha protestado contra este acuerdo, que estima ha sido tomado "de espaldas a los agricultores y con cargo a su economía".

La inquietud

Problemas parecidos se produjeron no mucho más tarde en Bahares, pueblo de La Rieja de seiscientos habitantes, a cuyo lado se instalan 1.500 gitanos, que buscan trabajo no sólo ahí, sino en toda la comarca, que incluye también Haro, Santo Domingo, Zarratón, San Torcuato, Rodezno, Manzanares, Castañares, Cidamón y Cidueña. En la voz de Eduardo Lasa, gobernador civil en funciones de La Rieja, las quejas de los vecinos de Bañares se toman en razonables: "Figúrese que a las afueras de Madrid se instalase mañana una comunidad extraña, de la raza que sea, de nueve millones. ¿No les preocuparía eso a ustedes? Ya no es porque se tema ninguna agresividad de parte de ellos. Simplemente, que no hay agua ni condiciones higiénicas. Y también, ¿por qué no decirlo?, que existe una prevención atávica contra los gitanos en toda España, y verlos en tan gran número asusta".

En Bañares se produjo un incidente, una pelea en un baile. Salió una navaja a relucir y hubo un herido leve: "No se ha comprobado que fuera gitano el agresor. Dijeron que tenía aspecto gitano, pero no se le ha identificado en absoluto. Le puedo decir que, a la vista de las investigaciones que se hicieron, es injusto y temerario cargarles eso a los gitanos. Y además se trataba de una pelea entre dos jóvenes en un baile. Algo muy frecuente, por desgracia, como para que nos sirva para descalificar a todo un pueblo. Yo, con una pareja de la Guardia Civil que tenemos allí día y noche, estoy tranquilo, porque ellos siguen respetando mucho a la Guardia Civil. Eduardo Lasa propone soluciones: "En principio, y a la vista de que la comarca necesita de esos recolectores ambulantes para la patata y el espárrago, parece justo que todos los pueblos que se benefician de su presencia carguen con los costos sociales que eso acarrea. Que no sean un solo pueblo y un solo alcalde quienes se las tengan que componer para proveer agua y alimentos a toda esta gente. Piense que no es fácil cuadruplicar el suministro de comestibles a una ciudad, y que, al mismo tiempo, a la madre gitana que va a la tienda a comprar algo no se le puede negar".

Robos y peleas

Robos y reyertas. He ahí las dos acusaciones que acompañan a los gitanos como el color moreno de su piel. Ramírez Heredia, el diputado gitano, recuerda un refrán: "Cuando veas a los gitanos venir, guarda tu ropa del vecino". Para él no cabe duda de que los gitanos son el escudo de muchos: "Cuando hay gitanos cerca, el payo puede robar libremente, porque la culpa va a ser del campamento gitano que hay ahí. Yo descarto que el porcentaje de amigos de lo ajeno entre los gitanos sea mayor que entre los payos. Con una diferencia: los gitanos que roban lo hacen en pequeñas cantidades. Son hurtos insignificantes, a los que les empuja la necesidad de sobrevivir. Ningún gitano estafa grandes cantidades al frente de una empresa, ni explota a sus semejantes. Esas son especialidades eminentemente payas".

Ramírez Heredia se queja de que hace dos años presentó una proposición no de ley tendente a resolver estos problemas: "Se basaba en un estudio sobre lo que ocurre en la Rioja Alta y se proponían soluciones. Se pueden crear campings como los de los turistas, contratar a maestros en paro para que den clases en las escuelas a los niños gitanos, disponer de un mínimo de personal sanitario y, desde luego, forzar al ministerio de Trabajo para que no permita los abusos a que estamos asistiendo. Pero ni entró en discusión".

Tampoco Eduardo Lasa considera a los gitanos como una raza de ladrones: "No; cuando pasan por aquí no se detecta un aumento alarmante de los hurtos. No se han incrementado las denuncias, al menos, aunque siempre hay quien comenta a sus vecinos que le ha desaparecido una gallina o un cordero".

Y las reyertas. Reyertas internas, casi siempre. Reyertas que impone la ley gitana, una ley no escrita que obliga al gitano a matar a quien le miente sus muertos. Y que obliga a los hermanos de la víctima a matar al asesino de éste. Y a los hermanos de éste a seguir la rueda. La red de vendettas termina cuando los ancianos de la tribu se reúnen y detienen el proceso con una medida quirúrgica: los Vargas, por un lado, y los Heredias, por otro. Y los Vargas se van hacia el Norte y los Heredias hacia el Sur, dejando la comunidad en paz.

Manuel Martín defiende el derecho de los gitanos a tener su ley: "En la cultura gitana hay muchas cosas de las que los payos deberíamos aprender. Estamos ahora intentando logros que para ellos son antiguos, como la conquista del ocio o el divorcio, problemas que ellos tienen resueltos hace tiempo. Bien: se pelean, se matan, pero según su ley y entre ellos, y no tantas veces como se cree. Dígale usted a un gitano que se matan mucho entre ellos, y le contestará: 'Pues ustedes, los payos, bien que se atizaron en el 36', y le dejará sin respuesta".

Si no roban, si sólo se pelean entre ellos, ¿por qué siembran la alarma allá donde van? Y de nuevo Manuel Martín, este payo de rostro que parece salido de un cuadro de El Greco, tiene una respuesta rotunda y fuerte: "En España nos hemos distinguido siempre por nuestro ahínco en la persecución de las minorías. Un repaso a la historia nos puede aclarar por qué machacamos tanto al gitano. Además, creo que en el hombre sedentario existe una tendencia natural a odiar al nómada. Da envidia ver a uno que viene, no se sabe de dónde, y se va, no se sabe a qué sitio, mientras tú estás inmerso en una rutina poco agradable".

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