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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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EI Líbano que quiere acaudillar Bechir Gemayel

Bernabé López García

El 23 de septiembre finaliza el mandato del presidente Elías Sarkis. Líbano es una República parlamentaria con amplios poderes para el presidente, pieza clave del edificio constitucional libanés, cuyo mandato dura seis años. El Jefe del Estado es también Jefe del ejecutivo, nombra y revoca a los ministros entre los que escoge a un primer ministro; comparte la iniciativa de las leyes con la Cámara de los Diputados.Según la Constitución vigente, promulgada el 23 de mayo de 1926 con algunas modificaciones posteriores, podría ocupar este puesto cualquier libanés que cumpliese las condiciones para ser elegible a la Cámara de los Diputados. Sin embargo, junto a las leyes escritas, tiene carta casi constitucional lo que se conoce con el nombre de Pacto Nacional de 1943, especie de compromiso histórico concluido entre los líderes de las dos principales comunidades religiosas libanesas: cristiano-maronitas y musulmano-sunníes. Este pacto significó para los musulmanes la aceptación de la entidad estatal libanesa que hasta entonces rechazaban y para los cristianos el reconocimiento de la arabidad de Líbano.

De este pacto viene el tradicional reparto de los cargos políticos atendiendo a la importancia numérica de Ias distintas comunidades. Maronita tenía que ser quien ocupara la jefatura del Estado, en atención a que su comunidad era el grupo más numeroso (alrededor del 30% de la población). Aunque no se olvide que era el económicamente más poderoso. Sunní sería el presidente del Consejo de Ministros, dado que esta comunidad integraba algo más del 20% de los habitantes del país. A este grupo pertenecía gran parte de la burguesía urbana. Los chiíes, próximos al 20%, sector más desfavorecido de la sociedad, controlarían la presidencia de la Cámara legislativa y los griego-ortodoxos (10%) la vicepresidencia.

El funcionamento parlamentario

Desde aquella fecha, y hasta la guerra civil de 1975-1976, el sistema parlamentario libanés ha sido el único ejemplo claro de funcionamiento regular de todo el mundo árabe, basándose en la aceptación de un reparto de escaños en el Parlamento que sigue las líneas del acuerdo intercomunitario de 1943. El número de diputados ha oscilado en los treinta años transcurridos de 55 a 99, pero siempre ha respetado la proporción de seis cristianos por cinco musulmanes. En el Parlamento actual, los cristianos contabilizan 54 escaños y los musulmanes -incluyendo los drusos- 45 (51 y 41 hoy, en virtud del fallecimiento de siete diputados). Desde 1972 no se celebran elecciones dadas las circunstancias excepcionales en que ha vivido el país.

El equilibrio intercomunitario libanés aunque inestable, sirvió de base para el funcionamiento democrático a lo largo de su historia como país independiente. Sin embargo, las imperfecciones del sistema eran evidentes. El mantenimiento del confesionalismo como razón de un Estado es, hoy por hoy, un anacronismo y un obstáculo para la evolución política. No se han desarrollado de manera natural los partidos, convertidos, en la mayor parte de los casos, en apéndices para la hegemonía de un líder sobre su propia comunidad. Así, en el Parlamento de 1972, sólo cuarenta diputados estaban vinculados a partidos, y los 59 restantes lo estaban a grupos parlamentarios difusos creados en torno a una persona, sin verdadero programa nacional. El feudalismo político ha sido una consecuencia de este sistema. Han sido las grandes familias, los grandes apellidos, los que se han repartido el poder. Incluso hoy, en los dos partidos libaneses más importantes, su apoyatura confesional y el liderazgo familiar son evidentes. Así no nos extraña ver a Walid Yumblat heredar la jefatura del Partido Progresista Socialista de su padre, el druso Kamal Yumblat, asesinado en 1976; ni al maronita Bechir Gemayel, hoy candidato a la presidencia del Estado, hijo del fundador y dirigente de las Falanges libanesas (Kataeb), Pierre Gemayel.

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En los últimos años, dos hechos fundamentales han roto el equilibrio inestable sobre el que se creó el Estado libanés. El primero ha sido el crecimiento demográfico que ha invertido los porcentajes de las comunidades. Parece un hecho cierto que los cristianos ya no son mayoritarios en Líbano. Los chiíes, con mayor índice de natalidad, aseguran contar con el 40% de la población. Pero no son hechos constatables porque desde 1932 no se ha hecho un censo oficial, para evitar puedan subvertirse las bases del pacto de 1943.

El segundo fenómeno que ha roto el equilibrio libanés ha sido la creciente polarización política entre conservadores y progresistas. Los años setenta han visto extenderse por Líbano, al amparo del milagro económico, una agitación social sin precedentes en su historia, que ha consolidado una fuerte izquierda, sobre todo entre la población musulmana, que ha hecho del apoyo a la resistencia palestina su caballo de batalla y su principal punto de choque con la derecha.

Medio país sin representar

La invasión israelí, con el objetivo de eliminar a la OLP, ha contribuido poderosamente a que el conflicto, que opone cristianos a musulmanes domine sobre el que era cada vez más evidente entre derecha e izquierda. Ha consolidado las bases confesionales del sistema y su consecuencia directa va a ser la permanencia de la hegemonía maronita sobre toda la sociedad. Pero ahora no dirigida por líderes de la integración y de la coexistencia como fue en su día Fuad Chehab (1958-1964), sino capitaneada por el jefe de las milicias falangistas, el sector más derechista e intransigente de los cristianos.

Bechir Gemayel se presentaba, en una entrevista concedida a Al Mustaqbal a principios de agosto, como el salvador de Líbano: "Mi candidatura es un acto de salvación para todo Líbano". Pero a nadie se oculta que un Líbano escindido, cuya mitad musulmana boicotea la elección de quien no puede representarla por haber tomado partido y armas contra ella, difícilmente va a salir estabilizado de esta elección. "No habrá cambio en el pacto de 1943", promete Gemayel, olvidando las reivindicaciones de quienes, cómo el movimiento chií Amal, aspiran a un reajuste nuevo de poderes, o de quienes rechazan el fundamento confesional del Estado. No hay duda que sin el anacrónico pacto de 1943 la mitad libanesa ahora silenciada podría presentar otro candidato de distinta confesionalidad a la máxima instancia del país.

Hace unos meses, Bechir Gemayel decía que no podían celebrarse las elecciones presidenciales a la sombra de la ocupación siria. Ahora, sin embargo, van a celebrarse a la sombra de la ocupación israelí, por lo que la acusación que se le hace de ser el candidato de los sionistas no carece de fundamento. Lo más sorprendente es que parece ser, a la vez, el candidato de los regímenes conservadores árabes. En pleno asedio de Beirut fue invitado a Taef (Arabia Saudí) para discutir una salida conservadora al problema libanés y al de los palestinos en Líbano.

La eleccion de este joven de 34 años parece asegurada, pese a que a última hora se encuentre con algún opositor. Aunque no consiga los dos tercios del Parlamento en la primera votación, parece contar con más de los 47 votos que necesita en la segunda. La elección va a coincidir (y no es un simple azar) con la evacuación de los guerrilleros palestinos del territorio libanés. Es un obstáculo que los israelíes le han eliminado, para que pueda ser el hombre fuerte que vuelva a los sirios a sus fronteras y firme unos nuevos acuerdos de Camp David. Queda por ver si el Movimiento Nacional Libanés y el grupo Amal aceptan las bases, para la reconstrucción de Líbano que les quiera imponer este caudillo constitucional, que no cree que el pueblo libanés esté preparado para vivir en un Estado laico.

Bernabé López García es profesor de Sociología del Mundo Arabe en la Universidad Autónoma de Madrid.

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