Las unidades del dolor, centros para aliviar el sufrimiento inútil
"Desde el punto de vista científico, no se puede hablar de conformismo con el dolor. El dolor puede evitarse", afirma el doctor José Luis Madrid Arias, jefe de la Unidad del Dolor creada en la ciudad sanitaria madrileña Primero de Octubre en noviembre de 1981, a semejanza de las Pain Clinic, nacidas en Estados Unidos a comienzo de los años sesenta para investigar la naturaleza de los síndromes dolorosos y el mejor modo de eliminarlos. Porque éstos son "una enfermedad dentro de otra", y le suponen a un país un alto coste económico y social. Estados Unidos lo ha cuantificado: 70.000 millones de dólares al año (cerca de ocho billones de pesetas).
El dolor se presenta de dos formas: aguda y crónica. En el primer caso, tiene un valor diagnóstico, pues, una vez eliminadas las causas que producen el dolor, éste desaparece. Sin embargo, el dolor crónico deja de ser un síntoma para ser un mal. Persiste durante más de seis meses, resiste a las terapias habituales e incapacita al paciente para desarrollar una vida normal. "Este dolor no tiene un valor biológico; es un sufrimiento inútil, una enfermedad dentro de otra", sostiene Madrid Arias.A su vez, este dolor persistente puede tener un carácter benigno o maligno. Aunque no es progresiva, la dolencia benigna acompaña continuamente al enfermo y le obliga a un consumo prolongado de medicamentos (muchas veces, de forma marginal, desconfiando del médico). Por ejemplo, neuralgias del trigémino, artritis, lumbalgias, reumatismos..., molestias que acusan el 60% de los dolientes. El resto sufre dolor maligno, que es. originado por una enfermedad progresiva y fatal, como el cáncer.
Un problema sin resolver
Madrid Arias comenta que a un sector cada vez más amplio de la profesión médica le preocupa el hecho de que el problema del dolor aún está sin resolver, y que en todo el mundo está tomando proporciones alarmantes, con enormes gastos sociales y económicos. Uno de los factores de este aumento es la mayor expectativa de vida, y otro, la frecuencia de enfermos de cáncer, quienes, en su fase avanzada, presentan un dolor intratable, con el que llegan a morir.De acuerdo con unos sondeos efectuados en Estados Unidos, solamente en el Estado de Washington se han perdido siete millones de días de trabajo a costa de lumbalgias y otros dolores crónicos, y en todo el país, cerca del 80% de los pacientes de cáncer fallecidos han sufrido en el último momento.
La preocupación médica por las incidencias del dolor, "traducida en investigaciones y un abordaje audaz de técnicas y métodos antidolorosos, ha surgido en los últimos veinticinco años. Hasta entonces, el tratamiento del dolor se ha estado haciendo como en tiempos de Hipócrates", afirma el doctor Madrid, quien expuso sus teorías en un simposio celebrado en Valencia hace dos meses con el lema El dolor es evitable.
El germen de las Pain Clinic, o clínicas del dolor, centros para aliviar el dolor crónico, el sufrimiento inútil, surgió en Norteamérica, en los años cincuenta, después de la segunda guerra mundial, y al comenzar la década de los sesenta se montaron las primeras unidades. El profesor Bonica, médico anestesista comprobó la dificultad de tratar a los heridos de guerra: no había volúmenes de orientación médica, costaba trabajo la reunión de varios especialistas para afrontar el problema de una forma global, se notaba cierta reticencia con respecto a los enfermos que no acaban de mejorar, su padecimiento crónico era una pesadez para los médicos.
El coste del dolor
En la Universidad de Washington, Bonica creó un centro en el que poder tratar a esos pacientes molestos y, al mismo tiempo, investigar sobre la naturaleza de esos padecimientos, y publicó en 1953 un documentado volumen, Tratamiento del dolor, que hoy es un libro clásico entre los médicos interesados en este tema. Bonica fomentó asimismo la creación de la Sociedad Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), compuesta por 2.000 miembros, que, bajo su presidencia, promueve investigaciones y simposios y edita una guía internacional de clínicas del dolor.José Luis Madrid Arias, que permaneció seis años en Estados Unidos, donde hizo la especialidad de anestesista, trabajó durante dos años al lado de Bonica y, a su regreso a España, en 1966, intentó poner en práctica sus conocimientos sobre "el objetivo médico del alivio del dolor". Comenzó a trabajar en la clínica madrileña de la Concepción, de la Fundación Jiménez Díaz, y en 1980 presentó una memoria a las autoridades sanitarias españolas en la que reflejaba la filosofía de los centros específicos de tratamiento del dolor y hacía un repaso de las experiencias realizadas en otros países, especialmente Estados Unidos (tienen un gasto de dolor de 70.000 millones de dólares anuales), Italia y Reino Unido.
En todo el mundo funcionan unas 500 unidades del dolor, 300 de ellas en Estados Unidos, donde han alcanzado un alto grado de especialización: un centro sólo para tratamiento de cefaleas, otro para lumbalgias, otro para enfermos neoplásicos (de tumores). Estos centros norteamericanos, con mayor rodaje que los europeos, realizan investigación clínica y básica y elaboran estudios epidemiológicos.
En noviembre del pasado año, por decisión del Instituto Nacional para la Salud (Insalud), se creó en Madrid la primera Pain Clinic española (figura en la guía de la IASP), dependiente de la dirección de la ciudad sanitaria de la Seguridad Social Primero de Octubre. Este Centro para el Estudio y Tratamiento del Dolor, llamado comúnmente Unidad del Dolor, comenzó a ser operativo en enero de este año, y, hasta el momento, han pasado por él 1.093 enfermos (un 60% hombres), un gran número de ellos neoplásicos. Del conjunto de pacientes, 370 eran extrahospitalarios, y de ellos, 194 procedían de los diversos centros sanitarios del territorio nacional. El resto de los enfermos atendidos ha sido enviado por especialistas de los grandes complejos hospitalarios situados en Madrid: La Paz, Hospital Clínico, Ramón y Cajal, Jiménez Díaz. Hospitales de Barcelona, Bilbao, Salamanca, Sevilla y otras ciudades brindan ahora servicios especiales a los dolientes crónicos, como preparación al futuro montaje de unidades del dolor.
La Unidad madrileña del Dolor está instalada en un ala del citado centro, con una policlínica diaria y una zona con ocho camas para hospitalización corta. En ella trabajan de forma fija dos médicos (en breve lo harán cuatro), dos más son becados, y otros profesionales españoles y extranjeros colaboran como consultores.
"Tenemos un contacto muy estrecho con los servicios de neurocirugía y psiquiatría, pero prácticamente todo el Primero de Octubre nos ayuda", indica José Luis Madrid, que pretende montar en la unidad un centro de información para sus colegas y para quien "la labor de enfermería -hay doce personas- es fundamental: nos orientan mucho sobre el comportamiento y la evolución de los enfermos".
También destaca el jefe de esta Unidad del Dolor la importancia de la integración en un gran centro hospitalario: "Los dolientes crónicos necesitan una dedicación exclusiva por parte del médico, una atención de veinticuatro horas, muy apoyada por las facilidades técnicas. En un centro pequeño y con pocos medios esto no se puede llevar a cabo. Para que sea eficaz tiene que montarse con ciertas garantías", dice.
Las unidades del dolor no son, por tanto, centros de reposo esporádico o de encuentro de gentes que intercambian penas y currículos de enfermedades. Son, a la vez, centros hospitalarios y de investigación, en los que, según Madrid Arias, "el estudio de los síndromes dolorosos se hace con un planteamiento agresivo, valiente, multidisciplinario, con todos los medios que se tienen al uso". Además de la mera labor asistencial, en la Unidad del Dolor del Primero de Octubre se realiza una investigación clínica, mediante una valoración de la eficacia de los fármacos (efectuando un control bioquímico) y una comprobación de los resultados positivos de las distintas modalidades terapéuticas. Entre ellas: técnicas paraquirúrgicas, como radiofrecuencia o crioanalgesia (anestesia por congelación), técnicas de bloqueo nervioso, estimulación eléctrica transcutánea, acupuntura e hipnosis. Todas estas experiencias están grabándose en vídeo.
Participación familiar
Por otro lado, la familia del enfermo participa en el tratamiento propuesto por la unidad, y son frecuentes las charlas con el paciente. "Ellos agradecen, al igual que nosotros, el ejercicio de una medicina sin agobios", comenta el jefe de la unidad. Pero algo les diferencia de otras unidades estadounidenses, donde los enfermos apelan a su derecho constitucional a saber qué enfermedad tienen.En esta no asunción de la enfermedad, convertida muchas veces en rebeldía, "hace que abunden las intenciones suicidas entre los dolientes crónicos". Pero la eutanasia como "opción terapéutica" no entra en los planes de las unidades del dolor, si bien "el enfermo tiene derecho al no dolor, a soportar el suftimiento el tiempo que considere necesario. Hoy existen en la medicina los suficientes medios como para que no haya que recomendarles calma a los pacientes y conformidad con el «castigo divino»".
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