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La muerte de una niña de tres meses en Francia reaviva las críticas contra la escisión ritual

Cuando el padre de Bobo la llevó al hospital, ya estaba muerta. El médico ordenó una autopsia. Bobo se había desangrado lentamente, durante 48 horas, a consecuencia de una escisión realizada en Francia, donde sus padres, emigrantes procedentes de Malí, viven desde hace diez años. Bobo sólo tenía tres meses de edad; la hija mayor, de cuatro años, también sufrió en su día la operación. Treinta millones de mujeres en el mundo han sufrido esta modalidad primitiva de mutilación ritual.

Realmente angustiada, la madre de Bobo se pregunta por qué han detenido a su marido: no han hecho nada malo, sólo han cumplido con su religión, "en Malí todo el mundo lo hace". Es cierto: todo el mundo lo hace en Malí, pero también en Sudán, Zaire, Tanzania, Chad, Mozambique, Senegal, Alto Volta, Costa de Marfil y muchos otros países, veinticinco exactamente, entre comunidades animistas, musulmanas y cristianas.En realidad, es una práctica corriente, a consecuencia de la cual miles de mujeres cada año quedan definitivamente mutiladas; pero, a pesar de todo, como dijo Frank Hosken, sigue siendo el secreto mejor guardado del mundo. Ha sido necesaria la muerte de Bobo para que la opinión pública se conmueva y horrorice ante lo que, púdicamente la OMS denominó "prácticas tradicionales" de las que son víctimas treinta millones de mujeres.

Tras el congreso de Jartum (véase EL PAIS de 17 y 18 de marzo de 1979), donde por primera y única vez se planteó el problema a nivel internacional, y gracias a la campaña realizada por feministas del mundo entero, incluido el continente africano, muchos pensaron que el problema, si no solucionado, al menos estaba en Vías de solucionarse. Desgraciadamente, nada es menos cierto. Hoy como ayer, estas auténticas torturas que, son la escisión y la infibulación continúan practicándose. Pero (y este pero es quizá lo que convierte estas prácticas tradicionales en "bárbaras costumbres", por eso del racismo activo o latente) resulta que ahora no sólo se realizan en los países del Ilamado Tercer Mundo (lo que, evidentemente, al occidental le cae cómo muy lejos), sino en los nuestros, cultos, desarrollados y en la punta del ejemplo, o Suecia, donde tuvo lugar un debate en el Parlamento, al descubrirse que se realizaban cliteridectomías en hospital sobre niñas africanas ("mutile, pero higiénicamente" , podría ser la consigna de los médicos suecos).

Desgraciadamente, para muchos, el que estas prácticas se realicen en malas condiciones y "en su propia casa" es lo único que les hace intolerables, el enterarse de que periódicamente grupos de emigrantes pagan a una matrona que desde Africa se traslada al país europeo que corresponda para realizar el ritual sobre niñas de entre pocos meses de edad y catorce años; porque esta vez la falocrática costumbre produjo una víctima, y lo que es cotidiano para muchas mujeres del mundo ha saltado escandalosamente a la primera página de los periódicos, mientras que las sucesivas llamadas de atención de los pocos médicos conscientes que reciben en sus consultas niñas excisadas o los cirujanos que atienden a mujeres emigrantes que vienen para que el doctor "repare en lo posible los daños" porque en Europa se sienten "más diferentes", "más estropeadas", caen normalmente en el vacío.

Posiblemente, sin el sentido de la responsabilidad del médico que ordenó la autopsia, nada se hubiera sabido, porque a Bobo sólo le hicieron una escisión, una simple operación qué consiste en la ablación del glande clitoridiano o del clítoris entero, así como de las partes que rodean los labios pequeños o incluso la ablación complata de éstos. Si hubiera tenido otro origen, etíope, por ejemplo, difícilmente hubiera escapado al martirio de la infibulación o "circuncisión faráónica", llamada así porque, aparece, narrada en un papiro del siglo II antes de Cristo. Aunque resulte increíble, hace más de dos milenios que las mujeres son sistemáticamente mutiladas, a pesar de que, hasta hace muy pocos años, ni los antropólogos, ni los etnólogos, ni el poder colonialista en plaza, ni los médicos, ni los estudiosos de "ritos y costumbres ancestrales" parecieran darse por enterados.

La infibulación añade a la excisión la ablación de los labios grandes. Luego, las dos partes de la vulva se cosen, obstruyendo todo el orificio vaginal, excepto un pequeño agujero para que salga la orina y la sangre de las reglas. Las consecuencias que estas prácticas tienen sobre la mujer son enormes: en el mejor de los casos impiden prácticamente, de forma definitiva, el placer sexual, y en el peor, como se ha visto, causa la muerte.

Riesgos de todo tipo

Pero aun en los casos en que la intervención es un éxito, los riesgos que corre su salud son importantes: además del choque psicológico, la monstruosa deformación de su sexo y la frigidez, estas mutilaciones hacen que el acto sexual sea doloroso, aumenta la incidencia de hemorragias, infecciones, urinarias, septicemias, cánceres vulvares, lesiones del ano, fistulas, esterilidad y por supuesto, desgarros en el momento del parto, que pueden tener consecuencias catastróficas (en los países más atrasados, entre un 5% y un 6% de las mujeres mueren a causa de ello). ¿Cuáles son las razones que sustentan estas prácticas? Quienes las han estudiado afirman que normalmente los argumentos que se tratan de esconder o disfrazar la causa real, que resulta duro de reconocer. Entonces se argumenta diciendo que son imperativos religiosos; falso, pues ninguna religión las preconiza; se invoca el mito o la leyenda: el clítorís es "un pene en potencia" que impide a la niña convertirse en auténtica mujer, o es "un dardo escondido en la vagina" capaz de herir e incluso matar al hombre, durante el acto sexual (tenía que salir el fantasma de la castración).

"El odio al clítoris, es casi universal", escribió el doctor Gérard Zwan en El sexo de la mujer, o se buscan razones higiénicas: "aumenta la fertilidad", "disminuye la mortalidad infantil", lo que se ha demostrado totalmente erróneo, pues reduce o anula la primera y, según las estadísticas, los pueblos que Ias practican, tienen los mayores índices del mundo de mortalidad infantil.

Por otra parte, la infibulación garantiza la virginidad antes del matrimonio. El cancerbero (aunque prefiera las ilegítimas no excisadas, según demuestran las estadísticas) puede dormir tranquilo, incluso si la penetración la noche de bodas ha sido tan difícil que ha habido que recurrir al cuchillo, pero está seguro que su mujer no le deshonrará y sus futuras hijas no serán violadas.

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