Un día de luna de miel con Gala en Torremolinos
Fue en 1929, postrimerías de la dictadura, en Cadaqués, cuando tuvo lugar el primer encuentro entre Gala y Dalí. El flechazo parece que fue mutuo y Paul Eluard, el marido de Gala, comprendió que no tenía nada que hacer sino regresar a París. En la primavera de 1930 decidió Dalí pasar su luna de miel con Gala en Málaga y en la Costa del Sol, que entonces no tenía aún ese eufórico nombre, pues era sólo una mala carretera bordeada de blancos y pequeños pueblos de pescadores.Probablemente fue su amigo malagueño José María Hinojosa, uno de los pocos surrealistas españoles de aquel momento, quien le aconsejó el lugar, baratísimo en aquella época. Hinojosa, que era rico por su familia, le prometió comprarle un cuadro, cuyo importe cubriría con creces los gastos de esa luna de miel malagueña. Había dirigido con Emilio Prados la revista Litoral en su última época más surrealista -1929-, y Prados pensó en fundar entonces una nueva revis ta surrealista con la colaboración de Dalí y el dinero de Hinojosa. Hubo un encuentro en Málaga en casa de Prados, para perfilar el proyecto de la revista como órgano del surrealismo español, pero sin duda el carácter revolucionario que querían dar-a aquélla- Dalí y Prados asustó a Hinojosa, que retiró su ayuda financiera, y el proyecto no llegó a realizarse.
En su estupenda autobiografia La vida secreta de Salvador Dalí, recuerda el autor su estancia en Málaga, donde reinaba como único rey el sol malagueño. Dalí había alquilado en Torremolinos una casa cuyos muros estallaban de cal junto a la playa. La casa tenía dos habitaciones: una grande, que era el estudio del pintor, ,y otra pequeña, que servía de dormitorio. Pero lo admirable era la terraza natural que se extendía delante de la casa y en la que solían comer y recibir a los pocos amigos que iban a verles, entre ellos Prados e Hinojosa. Una tarde, Prados nos llevó a vanos amigos suyos más jóvenes que él -acabábamos de descubrir la poesía nueva- a Torremolinos, para visitar a la parejaLa mirada de Gala me impresionó. Sus pupilas falguraban intensamente como si quisiesen quemar todo lo que tocaban. Vestía Gala, por todo vestido, una ligera faldifia roja. Los senos, muy morenos y puntiagúdos, lucíalos al sol con perfecta naturalidad. A su lado, Dalí, muy delgado y morenísimo por el sol malagueño, parecía un salvaje con su taparrabos color chocolate. Alrededor de su cuello llevaba su famoso collar del grandes cuentas verdes y se mostraba mucho más cordial con nosotros que Gala. Estaba muy satisfecho con su gran cuadro surrealista El hombre invisible, que terminó en aquella casa de Torremolinos. La tarde era larga, y fue Emilio Prados quien propuso que jugáramos a uno de los juegos surrealistas que estaban entonces de moda: le cadavre exquis. Consistía en dibujar una figura humana representando a cada miembro de ella con objetos o símbolos. A cada jugador se le ocultaba la parte ya dibujada, y el resultado final era una especie de monstruo divertido. Como recuerdo de aquel encuentro, con Dalí y Gala en Toffemolinos conservo el cadavre exquis que ilustra estas líneas, y que se reproduce por primera vez. El dibujo está fechado el 18 de mayo de 1930 y los participantes en el juego fueron Gala, que dibujó la cabeza; Dalí, el cuello; Darío Carmona, el pecho; yo mismo, el vientre y el sexo, y Prados, las piernas. Llegó la hora de marcharnos y Dalí nos acompañó hasta la carretera donde teníamos que tomar el autobús para regresar a Málaga. Se mostraba cordial y sencillo, muy distinto del personaje, circense y grotesco a ratos, en que habría de convertirse muchos años después.
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