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EI modelo Mundiespaña

Fernando Savater

La campaña política veraniega nos ha traído un artilugio, si no nuevo, al menos remozado: el modelo de sociedad. Viene de la mano del señor Fraga Iribarne, con lo, que la solvencia del lanzamiento está suficientemente garantizada. Si no proviniese de él, no me hubieran faltado dudas y suspicacias al respecto. En efecto, lo del modelo de sociedad suena un poco a aquello del conjunto de la sociedad, contra lo que nos prevenía otro maestro del pensamiento político de enjundia no menor a la del ilustre líder gallego, el profesor Michel Foucault: "Hablar de un conjunto de la sociedad fuera de la única forma que la conocemos es soñar a partir de elementos del pasado. Se cree con facilidad que el exigir a las experiencias y los proyectos renovadores que tengan en cuenta al conjunto de la sociedad es lo mínimo que se les puede exigir, lo mínimo requerido para existir. Creo, por el contrario, que es exigirles el máximo; que es, incluso, exigirles una condición imposible, ya que el conjunto de la sociedad funciona precisamente con el fin de que no puedan existir, ni triunfar, ni perpetuarse". Desde que hace años leí lo que antecede, he estado convencido de que ningún movimiento político' de izquierdas puede caer en la trampa del conjunto de la sociedad, ni aplazar o sacrificar ninguna reforma concreta con el pretexto de tal abstracción reaccionaria. El conjunto de la sociedad, para los hombres de izquierda, es el germen de todas las utopías totalitarias, es decir, de todos los intentos de esclerotizar el abierto, tentativo e inacabable ímpetu utópico (que pretende revocar las relaciones de poder vigentes) y convertirlo en dirigismo burocrático. Pero estos recelos no cuentan en el caso del señor Fraga, pues él no habla desde una propuesta revolucionaria, ni siquiera reformista, sino propiamente conservadora, Y naturalmente, es propio que desde tal perspectiva se utilice lo del conjunto de la sociedad y lo del modelo de sociedad, pues tal lenguaje es ya en sí mismo armamento pesado al servicio del inmovilismo social y del retroceso político.Permítanme aclarar un poco lo de tal inmovilismo y tal retroceso. Cuando el señor Fraga expone los dos modeles de sociedad en su conjunto que, según él, van a contraponerse en las próximas elecciones, le ocurre al contundente teórico y cabecilla derechista lo mismo que les pasa a los teólogos cuando hablan del cielo y del infierno. En efecto, estos últimos suelen ser pródigos en picantes o aterradores detalles sobre el régimen interno por el que ' se rigen los condenados, mientras sobre el paraíso sólo saben decir que va a ser cosa fina y entran en éxtasis. A Fraga no me lo imagino en éxtasis, pues esa palabra significa parada, y bien sabido es que el prohombre aliancista no para jamás. Pero él también es más rico en caracterizaciones pintorescas del infierno que nos amenaza y donde todos viviremos colectivizados y seremos. fichas perforadas de la computadora manejada por Javier Solana o algún Mabuse parecido, que en datos sobre el cielo prometido. Esta cauta disposición es más lógica en Fraga que en los teólogos cristianos: nada más coherente en un conservador que no prometer demasiadas exaltaciones políticas a su clientela, sino más bien amenazar con ellas para que se prefiera su opción; en cambio, los partidarios del par¡ bienaventurado quizá debieran precisar más su entusiasmo y declarar con minucia la calidad del arrebato que prometen, en lugar de entretenerse en espantar con las calderas de Pedro Botero. El modelo social de Fraga es puramente reactivo, tal como exige la ortodoxia de la reacción: defensa de la familia que conocemos, de la empresa libre, del Ejército como espinazo de la patria, de la enseñanza religiosa subvencionada como hasta ahora, etcétera. Es decir, el inmovilismo social, el no se preocupen que esto lo freno yo, hasta ahí podíamos llegar. Pero para que una sociedad en la que la familia y la moralidad han sufrido cambios radicales; en la que la empresa libre para los empresarios y coercitiva para los trabajadores es ya un sueño discutido; en la que la mayoría de los ciudadanos desea que el Ejército sea un servicio público como cualquier otro y no una emanación de esa Patria, con mayúscula, en la que nadie personal y concretamente habita; en la que la enseñanza religiosa no puede esperar conservar unos privilegios de adoctrinamiento que el propio catolicismo ya ha perdido sociológicamente; en la que las nacionalidades históricas no van a conformarse con una descentralización travestida de autonomía, etcétera, en una sociedad tal, como es la española actual en su conjunto, el inmovilismo social tiene que ir acompañado de un retroceso político, es decir, de un aumento de la coacción sobre los ciudadanos. Lo que antes se aceptaba mayoritariamente con relativa resignación o incluso cordial adhesión, ahora sólo puede ser hecho tragar por la fuerza: esa fuerza -llamada eufemísticamente autoridad competente y firme- es la que promete el modelo social de Fraga.

El otro día, yendo en un taxi, oí por la radio a un hotelero gallego que hablaba de sus experiencias durante la era Mundiespaña. El buen hombre reconocía haber subido los precios de su establecimiento al 300%, pero no parecía demasiado contrito: "Mire usted", decía, "todos queríamos nuestra parte de la tarta que nos habían prometido". Reconocía, eso sí, que se les fue un poco la mano con la tarta y acogotaron a la proverbial gallina de áureos huevos. A mí me parece que el modelo de sociedad que propone el señor Fraga (tomado aquí como digna antonomasia de todos esos vergonzantes y vergonzosos partidillos conservadores que proliferan ahora, a los que nada distingue salvo el apellido y la ambición personal del candidato a jefe que los encabeza) es el modelo Mundiespaña. La gran tarta de la que todos, al precio de lo que sea, tienen que sacar tajada. El terror a las colectivizaciones no es en el modelo Mundiespaña más que fidelidad al privilegio y terror a perder el pluriempleo, sea uno médico o concejal. El modelo Mundiespaña es el de quienes gritan "¡basta ya."' ante cada asesinato terrorista o cada secuestro, pero se saltan la noticia de los reclusos muertos en las cárceles y consideran cada despido no domo una expresión de, terrorismo patronal, sino como un desajuste de la infraestructura económica debida a la crisis del petróleo. En el modelo Mundiespaña, el caso Almería es un desdichado incidente producido por el exceso de celo de unos funcionarios. y no el inevitable resultado de incitar, a la población a la delación (como aquí se hizo, y no sólo, ay, los líderes de derechas) y del sistemático echar tierra sobre una de las realidades más inmundas de este país: la tortura. El modelo Mundiespaña es el del coqueteo con las fórmulas suaves del golpismo civilizado (¿cuándo oiremos por primera vez esta expresión?) y su utilización como espantajo para asegurar ese inmovilismo social y retroceso político de que antes hablábamos. El modelo Mundiespaña es el de la LOAPA y lo que venga después de ella para agravarla aún más y dar argumentos al terrorismo nacionalista, que por otro- lado se dice intentar combatir.

Algo bueno nos tenía que quedar de este Mundial-82, en el que, según parece, todo el mundo ha perdido o ganado menos de lo que se esperaba, salvo los vivos de siempre: nos queda el modelo Mundiespaña, la política de moda para la próxima temporada otoño-invierno. Un modelo con el que la mayoría perderemos en lo interior y nos avergonzaremos cara al exterior: la tarta no llegará para todos, estará hecha con aceite de colza y además se la habrá comido un señor de la trama civil antes de servirla a la mesa.

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