El otro Sócrates
En la víspera de su muerte, en la cárcel, Sócrates le rogó a un músico que le enseñara un tema que interpretaba en la lira. "¿Y para qué", le preguntó el músico, "si vas a morirte?" "Para saberlo antes de morirme", le respondió Sócrates.El Sócrates que dijo esto fue el filósofo griego, no el delantero del equipo de fútbol de Brasil * El Sócrates futbolista sobrevive con excelente salud, a juzgar por su actuación en los partidos del Campeonato del Mundo.
De todos modos, hay que constatar que la filosofía, amor a la sabiduría, expresión superior del conocimiento, es perfectamente aplicable al fútbol. Esto probablemente no lo crea la torcida brasileña seguidora del Sócrates contemporáneo, ni los telespectadores de mi país y del mundo que no saben de la existencia del otro Sócrates, pero no es difícil demostrarlo. Luis Santibáñez, el director técnico del equipo chileno, salió del país haciendo declaraciones rimbombantes, anunciando que los equipos de Alemania y de Austria tenían que ponerse a temblar, y regresó mudo, sin que la selección suya hubiera conquistado un solo punto. Fue un caso extraño: el equipo chileno era mejor cuando jugaba los partidos preliminares contra Ecuador y Paraguay, que ahora, cuando jugó en España. Tenía nervio y ritmo; en España, en cambio, fue un cuadro abúlico, de una mediocridad abrumadora.
Aquí viene a punto la lección de Sócrates. La del otro Sócrates. Si Santibáñez, aparte de estudiar a los futbolistas de ahora, es decir, a Sócrates y compañía, hubiera prestado un poco de atención al filósofo del siglo V antes de Jesucristo, no se habría colocado en una situación ridícula frente a la Prensa europea. Por ejemplo, en vez de pronosticar la derrota de los alemanes por Chile, habría podido decir, como el griego: "Sólo sé que nada sé". Habría sido un gol periodístico, por lo menos. Semejante a los que metió Chelato Ucles, el entrenador de Honduras, cuya modestia desconcertó a los entrevistadores y fue una demostración de sutileza e incluso de ironía. Si se hacen declaraciones humildes y se obtienen resultados mediocres, no importa mucho. Si los resultados son buenos, tanto mejor, La humildad de los pronósticos resulta valorizada en forma retrospectiva.
El equipo chileno tenía jugadores excelentes, a pesar de lo poco que mostraron en España, y su problema no consiste en haber ganado o perdido. Le tocó un grupo difícil, y para que alguien gane, alguien tiene que perder. Se trata de un juego. Pero todo juego resulta corrompido y degradado por la obsesión del triunfo, sobre todo cuando la televisión la transforma en un delirio colectivo.
En el caso de Chile, la derrota de sus futbolistas no tiene la menor importancia. Lo grave consiste en haber acaparado el tiempo de los chilenos durante más de tres años cultivando ilusione delirantes y provocando, en me nos de una semana, una sensación de estupor y de frustración generalizada.
Creo que Luis Santibáñez, inefable, habría trabajado mejor si hubiera conocido otra máxima de Sócrates (el griego): "Conócete a ti mismo". Es decir, conoce tus posibilidades, tus limitaciones. Eso le habría permitido se menos arrogante en ciertas afirmaciones que hizo acerca de lo intelectuales chilenos poco ante de emprender el viaje con su armada invencible. En esa oportunidad declaró a un periódico d Santiago que los escritores criticamos al fútbol porque no conseguimos la primera plana de la noticias, como los futbolista Agregó, para consolación nuestra, que las tendremos el día que obtengamos el Premio Nobel de Literatura.
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Esta sí que es una declaración boomerang, género que parece constituir la especialidad de nuestro célebre director técnico. Chile, en materia literaria, se parece a Brasil en fútbol. Hemos ganado nada menos que dos premios Nobel, el de Gabriela Mistral, en 1945, y el de Pablo Neruda, en 1971. Mis distraídos compatriotas tuvieron que correr a darle el Premio Nacional de Literatura a Gabriela después de conocida la decisión de la academia sueca.
A Vicente Huidobro, otro de nuestros grandes poetas, no le dieron el galardón criollo nunca. Vivía muy lejos, en París; en Chile, su remota provincia, tenía fama de loco y de excéntrico. No era posible que un García Huidobro y Fernández, heredero de los ricos viñedos de Santa Rita, se dedicara a confeccionar caligramas y a escribir "poemas árticos" encerrado en una buhardilla de Montmartre.
La sociedad chilena, enferma de mala memoria, como todas o casi todas las sociedades latinoamericanas, no saca las conclusiones del caso.
Dedica enormes cantidades de dinero y esfuerzo al fútbol, que no mete goles, en el caso de Chile, ni cuando le conceden tiros penales, y mantiene a sus escritores en estado agónico: crisis del libro, ausencia de revistas de cultura, ediciones reducidas a un quinto del tiraje y del número de títulos de hace quince años. Para no hablar de lo que llamaré, prudentemente, "obstáculos administrativos...".
Si la Televisión dedicara a los libros una centésima del espacio que dedica al fútbol, la terrible crisis de la lectura en Chile, capaz de poner en peligro el futuro de un país, podría superarse. Lo que sucede es que hemos recuperado el temor medieval a la palabra escrita. Y hemos inventado una separación ficticia entre el deporte y el arte. En lo que a mí respecta, soy amante de los libros y aficionado al fútbol desde niño, sin claudicaciones.
Por lo demás, la separación entre el juego, el juego en sus diversas manifestaciones, y la creación artística, nunca existió en las grandes sociedades cultas de la historia.
Si no lo creen, interroguen a Sócrates. Al griego.
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