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ÓPERA

'El caballero de la rosa' cumple diez años bajo la dirección de Carlos Kleiber

Ninguna producción de un festival europeo presenta un récord parecido como en el reciente Festival de Munich - Der Rosenkavalier en el montaje muniqués de Otto Schenk, Jürgen Roese y Carlos Kleiber- ha celebrado estos estos días su décimo aniversario. De hecho, esta temporada que ha comenzado en Munich será la undécima de representaciones ininterrumpidas.

Se puede objetar que la magistral producción de la Clemenza di Tito, debida a Ponelle, se estrenó en 1971, en el Cuvillies Theater, un año antes que El caballero de la rosa, pero el título no se representó ni en 1975 ni en 1979, con lo que la ópera de Richard Strauss ostenta una marca de continuidad superior a la del drama mozartiano. Ni el legendario Cosi Fantutte de Salzburg, que Karl Boehm dirigiera durante siete años, alcanza la cota de este hit bávaro.Una de las razones de este éxito sin precedentes es la ausencia de cambios. El mismo equipo que estrenara la producción en 1972 sigue representándola una década después. Claire Watson, la primera mariscala, fue sustituida en 1974 por Gwyneth Jones, una cantante irregular que, contra todo pronóstico, se reveló como traductora exquisita de la Princesa Werdenberg. Cargada de sensualidad y ternura, Gwyneth Jones rejuvenece al personaje -que no tiene por qué ser la alte frau, la vieja dama presagiada-, una mujer inteligente y hermosa que vive el esplendor de su madurez. Con ella en escena, no es incoherente que un adolescente como Octavian se halle enamorado del personaje. En los últimos dos años, Johanna Meier se ha alternado con la Jones en las representaciones, siempre dentro del mismo planteamiento, aunque a aquélla le falta algo de la picardía de ésta.

Brigitte Fassbaender, una de las mejores contraltos actuales, sigue incorporando el Octavio que ella estrenara. Es la suya otra creación de un personaje, depurada año tras año. Sus gestos y las múltiples inflexiones de su voz trazan el arduo aprendizaje del muchacho que, en un breve plazo de días, ha de asumir una vida de adulto.

Respecto al personaje de Sophie, estrenado por Lucia Popp, sólo en este año el festival ha acordado transferirlo a otra intérprete, la americana Helen Donath, con buenos resultados en lo vocal y algo de cursilería en la escena. Tres cantantes han dado vida al Baron Ochs durante esta década: Karl Ridderbusch, Kurt Moll y Manfred Jungwirth, siendo los dos últimos quienes actúan esta temporada. Munich mima de tal modo este montaje que para los seis minutos escasos de intervención del tenor italiano contrata.

La gran baza de la permanencia y el rigor es, con todo, el director de orquesta, Carlos Kleiber. El hijo de Erich Kleiber debutó como responsable musical de un Rosenkavalier muniqués en 1969, cuando el montaje iba aún firmado por Rudolf Hartmann. Tras dos temporadas triunfales, se elaboró para él la nueva producción de 1972. Kleiber junior es un músico sui generis, autocritico hasta la frontera de la locura -es famosa la anécdota de su Elektra, en el Covent Garden, cuando la sala le aclamaba histérica y él se daba de bofetadas en el camerino porque había habido fallos en la orquesta-, misántropo, solitario, de repertorio reducidísimo, basado en unas cuantas obras que constantemente repasa, enmienda y perfecciona.

Los músicos actúan ante él hipnotizados, pendientes de sus ademanes de poseso. Cada función que dirige es una descarga masiva de adrenalina. Es además un adicto al perfeccionismo.

Tiempo atrás montó el mismo número con la EMI británica, con su Nonnata, grabación de Wozzeck.

Esta compañía le cerró desde entonces todas sus puertas. Es comprensible que Carlos Kleiber sea odiado por muchos. Pero cuando se le ve en el foso de la Opera de Munich, transformando la brillante decadencia de la presentación de la rosa de plata en majestuosa declaración de amor, hasta sus más irredentos detractores tienen que perdonárselo todo. Es la victoria de la inteligencia sobre la rutina.

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