Madrid propiamente dicho
El doctor Olaizola, ese genio que anda suelto, decide hacerme una toilette de no sé que para limpiar las zonas catarrales de mi garganta, y acabar, si es posible, con mis faringitis y catarros. Entre cama y camilla, escribo la ¿última? columna para este periódico, pensando que también España necesita una toilette.
Luego, cuando vuelvo del vapor (operan a toda anestesia), me dedico a escribir mentalmente, entre la vida y la muerte pequeña del sueño, y retoco mi teoría de la toilette política. No ya un cirujano de hierro, que ésos siempre cortan por lo insano y a los ideológicamente sanos les mandan a Carabanchel o la Gomera. Pero sí un hombre de manos sensibles y sensitivas, como el doctor Olaizola, que nos aclare la garganta, nos dé luz a la voz y ponga orden en lo que queremos decir, y que suele estar agazapado en las cuerdas vocales en forma de grito. Para cirujano de hierro, un suponer, ya está haciendo un curso acelerado e intensivo don Manuel Fraga, como si se fuera a hacer radioelectricista por la escuela / radio Maymó. El uniforme de Bismarck se lo ha alquilado a Cornejo y parece que le sienta. Con esa toilette quiere que le hagan la investidura, llegado el día, y si en la ceremonia irrumpe un turco, como es costumbre, tendrá que atenerse a lo que diga Bismarck. Al día siguiente de mi toilette quirúrgica, y aún con una paloma herida en la garganta, doy una conferencia sobre Madrid, que he centrado en Quevedo / Larra / Valle-Inclán. Quevedo, como gran barroco, tiene horror al vacío y traza un círculo, la casa de Cabra, metáfora de todo Madrid, que llena de estudiantes golfos (la cultura como picaresca, tópico de la España imperial y ágrafa desde los Reyes Católicos), más el hambre inextinguible (metáfora del sexo prohibido por la inquisición) y el propio dómine: modelo de arbitrista, lo que hoy llamaríamos un "ingeniero social", o sea Fraga.
Larra, paseando las afueras de Madrid, hace con sus pisadas el plano municipal de la ciudad. No ya la voz ronca y barroca de Quevedo, sino la voz irónica de Voltaire y D'Alembert. Valle-Inclán: Luces de bohemia, que transcurre, según acotación, "en un Madrid absurdo, brillante y hambriento". Esperpento itinerante de la casa de Sawa al café, la librería de viejo, el calabozo o el despacho del ministro. Don Pablos El Pobrecito Hablador, Max Estrella: tres prodigiosos textos itinerantes sobre Madrid. Ahora, al costado de las flores de Fermín / Espasa, que llegan chorreantes, medito sobre estas tres voces (segura y nada ceceante la de Valle, como quiere el tópico). A Madrid no le han faltado voces fuertes, verdades vozarronas, voces claras, irónicas verdades, buenas voces de denuncia barroca, romántica, modernista. En la política y en la literatura. Me lo decía un político alemán, en reciente visita de los Mundiales:
-Un Parlamento donde casi todo el mundo lee. Qué clase de democracia es ésta.
La española, claro. Nuestros políticos de hoy, mayormente el centrocentrismo ucedé, leen porque no tienen voz, verdad, veracidad, convicción. El papel no comunica, sino que distancia, protege, separa. Con el papel no hay diálogo porque nadie se sale de lo escrito. Nuestros políticos forman así el orfeón de los torpes, el coro de voces turbias de insinceridad, no aseadas por Olaizola, e incluso algunos se ve que proceden de los puericantores de Cuelgamuros y fray Justo Pérez de Urbel.
Calvo Sotelo habla oscuro de indecisión. Lavilla, soturno de devoción. Fraga, ronco de obstinación. Martín Villa, tocado de Rosón. A casi todos habría que pasarles por el doctor Olaizola, que aclarando la garganta, parece mentira, se aclaran mucho las ideas. Y hasta las intenciones.
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