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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El sueño tecnológico

La escasez de crudos y de recursos naturales, unida a la amenaza de hecatombe ecológica., a las convulsiones del orden económico internacional imperante, a la explosión demográfica, a las no por controladas menos aterradorastensiones Este-Oeste y al creciente distanciamiento Norte-Sur, dio lugar a un pesimismo planetario casi tan irreal como el optimismo que le había precedido. Pesimismo y desesperanza, alentados por los poderosos, que veían tambalearse sus tasas de beneficio con las nuevas circunstancias, que disiparon súbitamente, como si de un amargo despertar se tratase, las ilus.10nes que habían encontrado en la innovación científico-técnica el nuevo cuerno de la abundancia sin límites.El cambio que se operó fue más radical y espectacular. Fue una milagrosa conversión de conciencias y opiniones que llevó a los tratadistas a descubrir la unibigüedad y ambivalencia de la ciencia, cuando no su parcialidad, en una medida nunca vista hasta entonces, añadiendo que sus aplicaciones técnicas ya nunca volverían a ser inocuas, pues emujaban, con mayor o menor intensidad, a la humanidad hacia un fatal cataclismo.

La telemática como sueño sustitutivo

Las consecuencias económicas y sociales que tal estado de pensamiento encubría y justificaba no tardaron en hacerse patetes: "La caridad bien entendida empieza por uno mismo", y comenzó la reducción de ayudas a los más menesterosos, la instrumentación de barreras proteccionistas que salvaban a unos a costa de arruinar a los que nada tenían que proteger, en la acentuación de los controles sociales y en el abandono de toda preocupación por, la solidaridad y la cooperación. Los nuevos horizontes sociales y políticos que algunos habían pergeñado, amparados en las novedades técnicas y sus potencialidades, fueron rápidamene sustituidos por las nuevas filosofías, propias del mejor estilo victoriano, que exaltaban el individualismo a costa de aislar aún más a unos ciudadanos obsesionados en su egoísmo de procurarse su libertad y bienestar al margen de sus prójimos.

Este sombrío panorama, sin embargo, no detuvo la creación científica y, en consecuencia, las novedades técnicas que de tal creación resultaban necesitaban ser vendidas con igual o mayor perentoriedad que antes. Entre ellas, como la más revolucionaria y, sorprendente, destacaba, indudablemente, la microelectrónica y, sus múltiples aplicaciones. De éstas, a su vez, la de resultados e impacto social más espectacular era la imbricación de las telecomunicaciones y la informática: la telemática. Pareja a ella, y con una incidencia en el mundo laboral nada desdeñable, se estaba desarrollando la robótica, imprescindible para racionalizar y abaratar los procesos productivos y causante encubierto, aunque no única causa, de un paro estructural que desdice con su crecimiento imparable las tesis de un sistema más eficaz y rentable desde el punto de vista humano y colectivo.

Tanto la telemática como la robótica, desarrollos casi naturales de la galopante innovación microelectrónica, han permitido engendrar el nuevo sueño, pues se afirma que con su aplicación es posible desterrar la maldición bíblica del trabajo sudoroso y alienante. Paradójicamente, por el contrario, la realidad diaria parece afirmar que la verdadera maldición de nuestra época es el desempleo irremediable que aflige a un número cada vez mayor de hombres que dudan de su condición de tales al carecer de algo tan esencial para su hominización como es un oficio o una profesión.

¿Qué sociedad, qué tecnología?

Estas nuevas innovaciones técnicas inciden en un mundo que ya no es el de la abundancia y la coexistencia pacífica. Se aplican, a su vez, en un sistema económico-social donde se han acrecentado los recelos entre bloques políticos y países que los integran, donde se pretende consolidar, a toda costa, la actual división internacional del traba o que confirma al Occidente desarrollado y a la Unión Soviética como centros de decisión indiscutibles, y donde la caridad hacia los países débiles no es sino una forma más sutil de imperialismo que a su vez permita la perdurabilidad y rentabilidad de las vigentes relaciones de intercambio y de las estructuras industriales de los países centrales.

Ese mundo ve cada día cómo se concentran -actividades empresariales, cómo se alianza la pujanza de las multinacionales, cómo se internacionalizan, en detrimento de las maltrechas soberanías nacionales, las relaciones económicas y comerciales, cómo se sustituye el trabajo por el capital haciendo cada vez más imposible de atajar el aumento del paro estructural, cómo se dificulta las políticas de infraestructura y planeamiento a medio. plazo y se las sustituye por políticas coyunturales y parciales que pretenden acomodar sus objetivos a la rentabilidad económica olvidando la rentabilidad social.

En el aspecto laboral de ese mundo, los trabajadores se sienten cada vez más indefensos y alienados respecto a su papel en la empresa y el proceso productivo al que aportan sus labores, cada vez más monótonas, especializadas y sin sentido para ellos. Labores que cada día es más plausible que sean realizadas con el concurso de un robot que hará más eficaz el proceso y que obligará a añorar desde el gueto del paro las tareas repetitivas que antes se maldecían. La productividad se incrementa más y más a medida que la racionalización aludida se hace más patente, y otra ola de taylorismo parece dispuesta a convertir en un espejismo o cuento de hadas que nunca existiese los escasos ensayos de democracia industrial y participación que se iniciasen en la época ante que se iniciasen en la época anterior. Cada hora que pasa son menos los que se dedican a tareas de planificación y dirección y son más los que ejecutan mecánica y regla mentadamente las complejas ór denes de aquéllos.

Estos hombres, aislados en su puesto de trabajo, que temen per der el día de mañana, se recluyen en sus hogares, donde los mensajes televisivos les aconsejan la conveniencia de ser como la inmensa mayoría, les inyectan pasividad, les áturden contándoles la complejidad de los problemas que les angustian y rodean y les desalientan para que m mtenten comprenderlos, ni tampoco tratan de atajarlos. A mayor información suministrada de modo caótico y desorganizado, encubriendo -los nexos causales, se corresponde una mayor incapacidad para la decisión y una subsiguiente paralización de cualquier iniciativa. Estos hombres, que dudan de sí mismos y que se amedrentan ante la posibilidad de que se les considere ineptos para desempeñar su monótono oficio, se someten dócilmente a un entramado que les suministra entretenimientos tan alienantes como las obligaciones que soportan durante su jomada laboral. En eso queda la tan traída y llevada cultura del ocio que la robotización y la telemática iban a propiciar. No obstante, como si de una burla del destino se tratase, la hueca voz de, los profetas sigue anunciando que en esa civilización del ocio será posible, gracias a los nuevos medios, la democracia más directa jamás pensada.

Nada se dice, claro es, de cómo se compatibilizarían esos lujos e ilusiones con el desempleo masivo, el hambre y la miseria de grandes masas de habitantes del planeta, el empobrecimiento arrollador del Tercer Mundo y unos recursos naturales y financieros cada vez más escasos e inalcanzables. Esos logros técnicos son todavía lejanos para la inmensa mayoría, sólo accesibles para unas minorías privilegiadas dentro de una minoría de países, y la experiencia nos advierte que los.poderosos no parecen muy dispuestos, aunque su propia supervivencia y beneficio se lo aconsejen, a repartir la riqueza, la cieÚcia y el poder que posibilitan la extensión de los avances tecnológicos Los poderosos se apréstan, muy al contrario, a vender sofisticados instrumentos y armas a pueblos que carecen de alcantarillado o electricidad incluso en sus principales ciudades, justificando tal actividad mercantil con el pomposo nombre de cooperación tecnológica.

Innovación tecnológica que los receptores no entienden ni asimilarán por el momento y que viene a reforzar los ya asfixiantes lazos de dependencia con los que anteayer saqueaban los yacimientos de materias primas, ayer vendían productos manufacturados y hoy suministran, junto a los nuevos cacharros y dispositivos, ideas y creencias que justifiquen, aún más, la estupidez social de una irracional adquisición tecnológica. Mientras, y para que sea posible seguir comprando ideas y diseños, el centro del sistema se aviene a transferir a la periferia las actividades sucias que todavía precisan de mucha mano de obra barata, en un intento de desarrollar el fordismo a escala planetaria, propiciando la apertura de nuevos mercados y con ella la mayor rentabilidad de las firmas que controlan todo el proceso.

El cambio social como solución

De lo anterior se colige, pues, que las aplicaciones tecnológicas no hacen más que intensificar las tendencias de un sistema sociopolítico que atiende los intereses de los menos a costa del bienestar de los más y que se traduce' en el orden internacional en un triángulo donde la miseria del Tercer Mundo constituye un terreno privilegiado para la hegemonía del Este y el Oeste. Tales aplicaciones tecnológicas son realidad por la confluencia de las posibilidades técnicas con los intereses de explotación. Ni unos ni otros están en manos de los débiles, y, por tanto, nada cabe esperar de la innovación tecnológica a la hora de transformar la sociedad.

Es, por contra, la transformación socialla que permitirá que la innovación tecnológica no sea una espada de Damocles sobre la cabeza indefensa de los humanos, y es la condición imprescindible para que tal innovación deje de ser una incertidumbre que interesa a sus vendedores y se convierta en un objetivo decidido y a favor de los que la experimentarán.

No son, en definitiva, las nuevas tecnologías las culpables, ni es. una exigencia rechazarlas indiscriminadamente. Lo que sí es exigible es un análisis de sus repercusiones sociales y económicas previo a su aceptación y que debe ser parejo a una firme voluntad de transformación social que impida que la ciencia y la técnica sigan siendo patrimonio de una minoria.

Sólo así los hombres volverán a ser dueños de sus destinos, se reconciliarán con su capacidad creativa, dejarán. de amenazar al entomo natural que soporta su acción y sentarán las bases de un mundo a medida de todos los pobladores del planeta.

José Manuel Morán es ingeniero. Profesor de la Universidad Politécnica de Madrid.

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