La elección presidencial del domingo, un rito cada seis años
La democracia más estable de América latina es, cuando menos, una democracia poco usual, a la que algunos califican de monopartidista.El libre funcionamiento de los partidos es apenas un logro de cinco años atrás. Quien lo institucionalizó fue López Portillo, presidente elegido en una justa electoral en la que no tuvo ningún opositor.
Su reforma política (una especie de carta otorgada) ha hecho posible que la izquierda salga de las alcantarillas y que seis partidos le disputen al PRI la banda presidencial, cierto que sin ninguna posibilidad.La segura victoria priísta no tiene que afincarse
necesariamente en el fraude electoral, aunque éste haya sido una constante en el último medio siglo, según reconocen los propios historiadores mexicanos. Aun en comicios con candidato único ha solido
manipularse el voto, no tanto por instrucciones de lo alto como por la necesidad de los caciques locales del PRI de demostrar a sus superiores una alta votación.
Un fraude superfluo
El fraude es, por lo demás, superfluo, aunque esta vez haya competidores. Desde el momento mismo en que el PRI destapa a su candidato, por designación expresa del dedazo presidencial, sabe que tiene asegurado un mínimo de
dieciséis millones, de votos, más de la mitad del censo de electores.
Esta es la cifra de afiliados que el partido oficial suele dar. En cualquier otro país indicaría una extremada politización popular. En México es sólo el reflejo de un sistema autoritario en el que el carné del PRI
es a menudo la única llave para conseguir trabajo, ingresar en el paraíso burocrático, escalar en la carrera administrativa o, simplemente, poder cultivar unas tierras que, en una parte importante, son propiedad del Estado.
La manipulación de¡ voto es, pues, previa a las urnas. Es cierto que han pasado los tiempos del presidente general Plutarco Elías Calles, inventor del PRI en 1929 con el nombre de Partido Nacional Revolucionario,cuando legalmente se exigía la pertenencia al partido gubernamental para ser funcionario del Estado. Pero aún hoy es casi imposible encontrar un empleado público que se proclame militante de la oposición. De hecho, estaría peligrando su puesto.
El PRI, como la Iglesia
Luis Javier Garrido, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París, autor de uno de los más serios estudios sobre el PRI, opina al respecto: "En México no hay
y ni un régimen de partidos ni un sistema de partido único. La naturaleza del PRI. y el papel que éste tiene en la vida política mexicana permiten afirmar que lo que hay aquí es un sistema de partido y que el Estado-PRI reposa en la adaptación a un régimen autoritario de un aparente sistema de partidos".
Un hombre del sistema, Francisco Galindo, nombrado este año por López Portillo coordinador general de comunicación social para que la Prensa no se desmande en sus crecientes críticas al presidente, emplea una comparación muy
ilustrativa: "El PRI es como la Iglesia: se le ataca, pero nunca se le derrota".
"Algunas de las prácticas que han caracterizado al PRI desde sus orígenes", dice Luis Javier Garrido, "no son accidentales, sino fundamentales. La corrupción y la represión de dirigentes de oposición,
la ausencia de vida democrática en las diversas instancias partidarias, el recurso sistemático de las autoridades al fraude electoral, la subordinación del partido a los intereses del gran capital o su incapacidad para actuar en función de los principios que proclama, características que han causado su gran desprestigio ante la mayoría de la población, son fundamentales para la supervivencia del sistema político mexicano. La existencia del PRI ha fortalecido al Estado posrevolucionario, pero ha debilitado a la nación de manera muy
grave".
Confusión Partido-Estado
La confusión PRI-Gobierno-Estado se ha enraizado tanto en los usos políticos mexicanos que en ocasiones se pasa de la práctica soterrada a una defensa teórica desde las más altas instancias.
Críticas como las de Luis Javier Garrido, publicadas en la revista Proceso, la más ácida de la Prensa mexicana, le han valido recientemente a esta publicación que el Gobierno le retirase toda la publicidad oficial, que se reparte con enorme generosidad y que permite la subsistencia a la mayoría de los medios de comunicación.
Lo que inicialmente se presentó como una decisión de Galindo fue asumido luego por el propio presidente, que eligió nada menos que la comida anual de la libertad de Prensa para teorizar ante los periodistas una justificación de la medida.
Haciendo referencia a una relación sadomasoquista, López Portillo resumió su punto de vista con la siguiente frase: "No te pago para que me pegues". Añadió que el Gobierno paga publicidad para mejorar su imagen, y que es absurdo que lo haga a quien sólo encuentra perfiles negativos en su acción. Es lo mismo que haría cualquier empresa mercantil. Sólo que el Gobierno no lo es, han contestado unos pocos, y que su dinero no es suyo, sino de todos.
Incluso un periódico como Excelsior, el más influyente de México, ha defendido al presidente, olvidándose de que hace medio siglo clamaba contra idénticas represalias adoptadas en su contra por el mandatario de turno.
De esta forma, el ejecutivo parece haberse quitado la máscara de que la publicidad gubernamental no era más que un espacio comprado, sin ulteriores obligaciones. Cualquier
medio que aspire a. ella tendrá que moderar a partir de ahora sus críticas al poder. En muchos casos está en juego la propia supervivencia de la empresa. La explicación presidencial de que con ello no se atenta a la libertad de expresión, porque las publicaciones represaliadas pueden seguir saliendo a la calle, tiene, cuando menos, un cierto tono sofista.
Después de este episodio no tiene por qué extrañar a nadie que para ingresar en la nómina de Pemex, empresa
estatal que monopoliza el petróleo, haya que pertenecer al sindicato priísta, y que lo mismo ocurra en teléfonos o en las acerías del Estado. Cualquier mando intermedio de la Administración pública puede sentirse ahora armado de razón para despedir a un subordinado que no acuda a las grandes concentraciones del PRI, y hasta cualquier caciquillo local puede justificar el expolio de un campesino que, viviendo a cuenta de tierras estatales, no muestre un suficiente apego al partido oficial.
La oposición
Así se explica que al partido de oposición más antiguo, el derechista PAN (Partido de Acción Nacional), que ha solido cosechar en ocasiones hasta cerca de un millón de votos, le cueste encontrar en los pueblos pequeños quien le represente en las urnas para vigilar el proceso electoral.
Su candidato, Pablo Emilio *Madero, ha dicho: "En nuestra gira no han faltado quienes espontáneamente nos han prometido su voto, pero al mismo tiempo se han negado a representarnos por temor a represalias, puesto que a veces llegan a quitarles las tierras ejidales
(propiedad del Estado) que les permiten vivir". Lo mismo les ha ocurrido a los candidatos de izquierda, aunque en este caso la militancia suele ser menos temerosa.
De ahí que el investigador Luis Javier Garrido saque conclusiones muy negativas sobre el papel del PRI en la vida política mexicana: "En los años treinta restó potencialidades revolucionarias a los organizaciones campesinas; en los cuarenta mediatizó la combatividad del movimiento obrero, hasta terminar por convertirse en un aparato electoral". El antiguo Partido Revolucionario, que aspira a representar las reivindicaciones de obreros, campesinos y organizaciones populares, es para Garrido "la antidemocracia". "Democratizarlo", añade, "equivaldría a hacerlo desaparecer y con el sistema político mexicano".
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