Dos millones de estudiantes, población escolar de la emigración en la CEE
Durante el pasado curso 1981-1982 ha entrado en vigor, dentro del ámbito de las Comunidades Europeas, una directriz que asegura la educación de los hijos de los emigrantes en igualdad de condiciones y de oportunidades, frente al futuro socio profesional, para los alumnos nativos de los diez. No obstante, se conservan dentro de los programas de estudio materias referentes a la cultura del país de procedencia. Se trata de una recomendación, no obligatoria para los Estados miembros.
De los aproximadamente doce millones de emigrantes que habitan en la Europa comunitaria, el 73% procede de países ajenos a sus límites. Principalmente, se trata de ciudadanos de la Commonwealth británica, turcos, portugueses, yugoslavos, españoles y argelinos, con un promedio de medio millón de personas por cada grupo. La sexta parte de este contingente de extranjeros son individuos menores de dieciocho años que han de acogerse a los sistemas educativos de cada país.Estos dos millones de alumnos, que suponen el 4% de la población total escolar y estudiantil de los países del área, son una cifra suficientemente importante como para que sus problemas, en un sistema de enseñanza y un ámbito social del que apenas si alcanzan a conocer el idioma, puedan ser obviados por las autoridades competentes.
Regulaciones comunitarias
Ya en 1968 se estableció a nivel comunitario un reglamento europeo en el que se consignaba la libre circulación de los trabajadores oriundos de algún país miembro por el resto de los comunitarios, garantizándoseles, entre otros, el derecho a recibir educación y formación profesional en las mismas condiciones que los nacionales (incluyendo becas y ayudas económicas). Pero quedaba por solventar el tema de los trabajadores emigrantes de terceros países.
Para muchas familias de cultura y lengua diferentes a las de los países comunitarios, a los que acuden en busca del puesto de trabajo que no han encontrado en su tierra natal, es difícil adaptarse a la nueva sociedad. Procedentes de Africa y de Asia, e incluso de España, Portugal y Turquía, se topan con un idioma extraño, con unas formas de comportamiento y con una ideología que en algunos casos son hasta contrapuestas a las que ellos traen en el equipaje.
Para los niños, la adaptación a las nuevas formas es más fácil cuanto más pequeños son y menos pasado al que aferrarse tienen. Los padres han de optar por enviar a su hijo a un colegio especial para niños de su nacionalidad (si es que lo hay en la localidad de residencia) o enviarlo a una escuela cualquiera, donde convivirá con niños del país y donde asimilará las características de la sociedad en la que tendrá que vivir largos años, quizá siempre.
En 1977, la Europa comunitaria elaboró una directriz en la que se preveía la escolarización de los hijos de los emigrantes de países extracomunitarios, asegurándoles la misma calidad de enseñanza que al resto de los alumnos.
La directriz tenía dos principales objetivos: el primero, integrar al niño extranjero en su nuevo ámbito social a través de la enseñanza, y el segundo, mantener el idioma materno y la cultura de origen por si algún día vuelve al punto de partida. Desde aquel año, la Comisión de las Comunidades Europeas ha promovido y financiado cursos piloto en diferentes localidades de su geografía y ha entrado en contacto con países remitentes de grandes grupos de trabajadores para obtener su apoyo en la programación y la formación de los profesores que atenderían tales cursos.
En 1979, el Fondo Social Europeo contribuyó a la organización de la enseñanza especial para la inserción escolar de los niños emigrantes, aportando 32 millones de ecus (unidad de cuenta europea, equivalente a cien pesetas) y favoreciendo a 85.000 niños.
El 31 de julio del año pasado entró en vigor la directriz de 1977 con carácter permanente. Intentará afectar paulatinamente a los dos millones de extranjeros que no han cumplido los dieciocho años.
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