Las Falkland
Wenceslao Fernández-Flórez escribió su mejor novela con ocasión de la guerra europea, titulada Los que no fuimos a la guerra. Era una sátira del apasionamiento aliadófilo/germanófilo de este pequeño país, que ni siquiera tenía categoría de victima en la contienda. Fernando Díaz-Plaja realizó hace pocos años una interesante recopilación de textos literarios y políticos españoles sobre el mismo tema: Baroja, naturalmente, salía germanófilo. Y la cosa más lúcida la decía don Eugenio d'Ors. "Esta guerra europea es una guerra civil". El Goethe menor y catalán acababa de intuir la CEE.En La colmena, de Cela, se refleja bien, con motívo de la siguiente guerra mundial, el franquismo germanófilo de unos (la dueña del café, por ejemplo) y la anglofilia de otros, que era, allá en los cuarenta, una anglofilia vicaria de tres pasiones prohibidas por Franco: el republicanismo, el democratismo y la Monarquía.
El español es ese señor que siempre se para a mirar, en la calle, cuando dos se reparten estopa. (Hace unas noches, el taxista quería que acudiéramos prestos a una pelea callejera, en Serrano, que nos estaba llegando por el servicio interior del taxi.)
El español no es violento, contra su leyenda, sino que le gusta asistir a la violencia de los demás. Los Mundiales, ahora, aparte de ser horteras y muermos, han quedado muy desmerecidos con el encuentro Malvinas/Falklands.
-¿Y por qué el corresponsal de ustedes allá (allá es Londres) dice Falkland, cuando se trata de las Malvinas, de nuestras Malvinas, en castellano?- me dice una elegante dama argentina.
Y he aquí que me veo -rayos- defendiendo Televisión Española y a mi entrañable y admirado Miguel Veyrat, que es el que lo dice tal cual, con su don de lenguas:
-Pues mire usted, señora, quizá se trate de una venganza de la Historia, siempre irónica, contra ustedes, que por cada tres palabras dicen dos en inglés, toman el té a las cinco, a Borges le llaman Jordi y presentan una nómina de escritores que tiran del anglicismo hasta la náusea.
O sea, que no entro ni salgo, mayormente, en la pasada reivindicación geográfica, estratégica, energética, militar, argentina y galtieriana de esos peñones que, como fríamente dijera Haro Tecglen al principio de la movida, no son sino el reino de la foca y el pingüino. Pero me resisto a la reivindicación idiomática -Malvinas por Falkland- cuando la hace una elite intelectual o snob que ha destruido su castellano, no mediante los siempre enriquecedores indigenismos, sino mediante el mimetismo kichst y empobrecedor del inglés en lo que la hermosa lengua de Shakespeare y John Donne tiene de más comercial, telegráfico, monosilábico y onomatopéyico.
Las Falklands, son las Ftlkolands, qué le vamos a hacer, como Borges es Jordi (y esto sí que se explica peor), o jugar un papel es jugar un rol en todo el obsesivo psicoanálisis bonaerense. Pero tampoco me parece mal, naturalmente, sino una gran lección, que todavía queden patriotas del castellano, como nuestro rey don Juan Carlos, que pidió paz en las Malvinas, o Santiago Carrillo, que pidió enviar allí la flota española. (Lo cual que en las cenas con servicio filipino ya me han dicho que si Carrillo pide eso es porque se lo ha mandado Moscú: si Moscú siguiese esa política de Emilio Salgari y Carrillo la cumpliese, el pecé sería una balsa de aceite de colza: todos muertos, pero tranquilos).
El español, mirón de broncas callejeras y conflictos internacionales, si va de paño manchesteriano, suele producirse aliadófilo, como su padre (a su padre, con Franco, le costó más caro), y si luce alma de bandoneón, se manifiesta proargentino. A pesar de Maradona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.