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La admirable madurez de dos artistas bilbaínos

Tinieblas del agua (estreno en España) (Luis de Pablo). Concierto para piano y orquesta nº 2 (Brahms). Joaquín Achúcarro (piano).Orquesta Nacional de España. Director. Farhad Mehkat.

Teatro Real, 12 de junio de 1982.

Ciertas obras de Luis de Pablo, pertenecientes a los últimos lustros, son como una "invitación al viaje". Requieren la participación, algo más exigente que la siempre necesaria audición activa. Son partituras diversas entre sí, pero con una cosa en común: su larga duración. Portrait imaginé, Zurezko Olerkia serían claros precedentes de Tinieblas del agua desde este punto de vista. Esta longitud (45 minutos en la obra estrenada el sábado), como todo en la música del compositor bilbaíno, obedece a un cabal planteamiento, pero no creo que pueda explicarse el hecho de la manera más fácil, que sería la de aducir necesidades formales. Me inclino a pensar que la justificación estética tiene algo que ver con lo que decía arriba: De Pablo necesita ese tiempo o, mejor aún, necesita suspender el tiempo, para tratar de captar, de envolver al oyente con la música y conducirlo a ese pequeño mundo propio que la obra quiere ser. El intento es tan intachablemente lícito y tan logrado que la reacción del público del Real ante la primera audición española de Tinieblas del agua resultó sintomática: aplaudieron con calor quienes participaron, quienes aceptaron ser paseados por el universo sonoro creado por el autor; los demás se abstuvieron totalmente de manifestaciones externas (al menos, yo no percibí muestra alguna de desagrado mezclada con los aplausos).

Y, ¿cómo es ese universo sonoro llamado Tinieblas del agua? Creo que es una música profundamente sensitiva, en la cual el aspecto tímbrico adquiere la máxima relevancia. Las combinaciones instrumentales -variadas, originales, trabajadísimas- y esa singular movilidad del sonido debida a la subdivisión de la gran orquesta en tres bloques de similar plantilla, proporcionan continuamente atractivo sonoro y sugerencias expresivas. Después del tímbrico, uno asignaría a Tinieblas del agua el interés armónico, bien que ambos aspectos resultan difícilmente separables, puesto que las armonías parecen considerar, no sólo en simultaneidad de notas (que, por cierto, no eluden los acordes

"biensonantes, según la tradición) sino también en mezcla de colores.

Se trata, en definitiva, de una obra ambiciosa y compleja, cuyo fluir relajado no impide la sensación de que estamos ante un trabajo sumamente cerebral y aquilatado. Es la obra de un maestro.

Otro bilbaíno coprotagonizó la última sesión de la ONE, el pianista Joaquín Achúcarro. Desde hace bastante años un concepto aflora invariablemente en los comentarios a las actuaciones de nuestro artista: el de madurez. Y no es en vano. La personalidad y la hondura con que frasea, la emoción que transmite Achúcarro al hacer las grandes obras del repertorio, romántico -como el Segundo concierto de Brahms- hablan de su gran categoría musical y del formidable momento que atraviesa. Fue unánimemente aclamado por el público y compartió el éxito con Alvaro Quintanilla -excelente solista de violonchelo para el Andante- y el maestro Farhd Mechkat, quien salió más que airoso de un concierto tan comprometido y denso como era este de su presentación en Madrid.

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