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Ríos Montt esgrime el misticismo, para asumir el poder en Guatemala

"Muchas gracias, señor Dios, de nuevo, espero tu ayuda para conducir a Guatemala por los caminos de la paz". Con estas palabras asumió la Presidencia de su país el general Efraín Ríos Montt, tras una proclama del Ejército en la que se anunció la dimisión "voluntaria e irrevocable" de los otros dos integrantes de la Junta Militar. "En estos momentos es trascendental para Guatemala que el peso del Gobierno recaiga sólo sobre mis hombros", añadió el nuevo presidente.El relevo en la Jefatura del Estado tuvo lugar en un acto celebrado en el palacio nacional. Ríos Montt se presentó flanqueado por los dos triunviros cesantes. El general Horacio Maldonado dijo que "no había lugar para los tres en la Junta", y el coronel Francisco Gordillo, que llevaba al cinto su pistola y una granada, deseó mucho éxito a su compañero de armas.

La apariencia de normalidad que se ha pretendido dar a esta reestructuración del poder no oculta la existencia de un autogolpe del general Ríos Montt, apoyado en los oficiales jóvenes. En los dos meses y medio transcurridos desde la instalación de la Junta, los mandos intermedios del Ejército no habían ahorrado críticas a Maldonado y Gordillo para su "excesiva dedicación a la política".

Este colectivo militar nunca ocultó, por lo demás, que fueron ellos quienes elaboraron el golpe del 23 de marzo contra Romeo Lucas García y que impusieron a Ríos Montt en la Presidencia de la Junta.

La formación del consejo asesor de la Junta reveló entonces una mayoría de oficiales con graduaciones inferiores a la de teniente coronel y, el pasado miércoles, fue un capitán quien impuso la banda presidencial a Efraín Ríos. Todo ello parece subrayar la tesis de que la oficialidad joven controla ya totalmente, no sólo los resortes del Ejército, sino también los del Estado.

Está por ver lo que ésto pueda suponer para el futuro de un país metido de lleno en una virtual guerra civil, cuyo mando en campaña lo llevan precisamente estos oficiales.

En Guatemala predomina, no obstante, la convicción de que nada puede ser peor que lo vivido durante los años anteriores, con los generales sucediéndose en la presidencia mediante elecciones siempre amañadas y una violencia política estremecedora alentada en muy buena parte desde los despachos del Gobierno.

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