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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La tercera guerra

LA INVASION de Líbano por el Ejército de Israel, después de una larga y dura preparación de bombardeos aéreos, puede convertirse en la tercera guerra de estos momentos. Es, por sí misma, enormemente inquietante: unida a la de Irak e Irán y a la de las Malvinas, multiplica todas las sensaciones de inseguridad y de riesgo. Todas ellas forman parte -cada una con su anecdotario, su historia, su lógica y, cómo no, su ilógica- de una cuestión general entre los países pobres y los países ricos -por emplear una terminología simplista- y en ella están envueltas las grandes potencias. El apoyo de la Unión Soviética a Irán, a Líbano y a Argentina -en medidas distintas- discierne los campos, aunque en el occidental la complejidad sea mayor -Estados Unidos y Occidente condenan a Israel, pero le sostienen, en general, a pesar de algunas reticencias europeas; Israel se enfrenta con Irak, aunque Irán sea fundamentalmente antisemita-.Sería demasiado primario atribuir la entrada de Israel en Líbano a un simple aprovechamiento de la confusión internacional: el acto tiene demasiada envergadura como para que pase solamente porque las atenciones mundiales sean otras. Tampoco puede limitarse a una mera acción de Beguin para frenar a su oposición y restablecer su mayoría en el Parlamento.

La invasión puede provocar una situación gravísima; mucho más allá que una guerra con Siria. Los países llamados moderados -porque colaboran con Estados Unidos en la busca de una solución aceptable para el problema palestino y porque temen sus revoluciones internas- no van a poder seguir conteniendo a sus poblaciones mucho tiempo. En Egipto, Mubarak ha sido sorprendido: viene, desde que tomó el poder, haciendo esfuerzos para que Israel no cometa el acto que acaba de cometer. Lo condena ahora abiertamente, pero no va a bastar con palabras para contener una oposición que fue ya capaz de asesinar a su predecesor, Sadat. Arabia Saudí, Jordania, los Emiratos Unidos del golfo Pérsico, están enormemente preocupados con el avance de Irán y, más que el de sus tropas y milicias, del progreso del revolucionarismo religioso, del mesianismo islámico.

El destrozo ocasionado por esta nueva situación puede reducir a la nada no sólo los acuerdos de Camp David, sino todas las laboriosas mediaciones que se vienen haciendo. Puede que sea uno de los objetivos de Beguin: anular cualquier posibilidad de establecimiento de una nación palestina que amenace sus fronteras. La idea inicial da la sensación de medida: ocupar una ancha franja del territorio libanés, quizá un fondo de cuarenta o cincuenta kilómetros, y detenerse ahí, con objeto de que las avanzadas palestinas queden más allá del alcance posible del territorio de Israel; es decir, una vez más la justificación de la necesidad del Estado de Israel de defender su supervivencia.

Aunque cabe preguntarse si precisamente este tipo de acciones no la pone en mayor peligro. ¿Cuál es el tipo de garantía o de seguridad que tiene, Beguin para lanzarse a esta acción? Según la URSS -por la agencia Tass, que sirve tantas veces de por tavoz de Moscú-, forma parte de un acuerdo secreto con Es tados Unidos, que habria facilitado a Israel las arínas necesa rias para esta operación. Es ir demasiado lejos. Pero tampoco puede aceptarse como enteramente real la sorpresa de Reagan, seguida del espectáculo de salir precipitadamente de la Conferencia de Versalles para tratar de atajar la situación. No es fácil de creer que nada de lo que produzca Israel, y sobre todo una acción de este tipo, pueda ser ignorado por la Casa Blanca, aunque le desplazca en principio. Estados Unidos no va a sus pender sus envíos de armas a Israel ni le va a abandonar en el Consejo de Seguridad. Hay, sin embargo, muchas posibilidades de que la iniciativa de Israel esté hecha par forzar a Estados Unidos a mantener su solidaridad y para que Egipto, Arabia Saudí y Jordania se pongan a prueba. Pero una guerra se puede empezar en cualquier momento; pararla, fijarle unos límites, prever las consecuencias, va mucho más allá de las previsiones humanas. Acaba de verse en el resultado de la acción argentina sobre las islas Malvinas.

Tres guerras abiertas, las tres en el ámbito del Tercer Mundo, son demasiadas para que sean manipuladas y controladas fácilmente: por Estados Unidos y el desunido mundo occidental. Las tres están favoreciendo, de momento, la posición soviética. Si Europa y Estados Unidos no encuentran la forma de que sus relaciones con el Tercer Mundo vayan por otra vía que no sea la de la hostilidad, la URS S puede ganar más de lo previsto.

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