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Reportaje:

El cortometraje, pariente pobre del cine

Marginaciones oficiales, presupuestos y costumbres pueden convertir el género en 'hobby' de millonarios

Cuando, en el año 1972, se cerró definitivamente la Escuela Oficial de Cine, los aspirantes a directores no tuvieron más remedio que introducirse en la mal llamada facultad de Ciencias de la Información, rama de imagen. Allí, y al cabo de poco tiempo, se dieron cuenta de que en la mencionada institución universitaria aprende rían cualquier cosa menos cine. Ante las pobres expectativas que se les presentaban tomaron diversas posturas: unos decidieron dejar la facultad y dedicarse a otra cosa; otros siguieron por aquello de tener un título universitario, y algunos, que contaban con medios económicos, se dedicaron al cortometraje. Estos últimos se encontraron con múltiples problemas.

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Hacer un corto, al margen de consideraciones artísticas o técnicas, exigía, fundamentalmente, disponer de mucho dinero, puesto que realizar diez minutos cuesta una cifra no inferior a 400.000 pesetas. Sin embargo, y aunque dicha suma fuese para muchos difícil de conseguir, existía la tentadora posibilidad de recuperarla en gran parte, ya que el Ministerio de Cultura subvencionaba un porcentaje de la inversión de los cortometrajes que se le entregaban. No se trataba de gastar 400.000 pesetas, sino de conseguirlas durante un tiempo. Esta posibilidad de recuperar parte del dinero generó una actividad febril de endeudamientos familiares, firma de letras y tramitación de todo tipo de préstamos por parte de aquéllos que tenían en el corto su única posibilidad de acceder al cine. Se trataba de pagar como fuese el rodaje, laboratorio, etcétera, para después entregar la copia en el Ministerio y aguantar como se pudiese a los acreedores hasta la llegada de la ansiada subvención.

Cultura y Sanidad

No se puede decir que esta subvención sea muy elevada, si tenemos en cuenta que en el año 1980 y 1981 la Dirección General de Cinematografía recibió 1.200 millones de pesetas de presupuesto para el Fondo de Protección. Conceder de esta cantidad solamente un 5% al corto (sesenta millones de pesetas) muestra el poco interés que por éste existe.

Por si esto fuera poco, el cortometraje se enfrenta con otro obstáculo: el Ministerio de Sanidad y Seguridad Social. Hasta el año 1979, ese hacía la vista gorda y no exigía cuotas ole la Seguridad Social a los cortometrajistas. Pero el año pasado decidió cobrarlas, y los productores de cortos vieron seriamente reducida la subvención del Ministerio de Cultura.

Con el fin de solucionar el problema, y durante todo el año 1980, los cortometrajistas mantuvieron entrevistas con personalidades del Ministerio de Sanidad y Seguridad Social. La conclusión fue todavía más desalentadora, ya que, concretamente el día 8 de octubre de 1980, se aprobó una ley para el cortometraje que, paradójicamente, va a suponer a los productores un pago más elevado que la subvención que les otorga el Ministerio de Cultura. La conclusión es tragicómica: lo, que dará Cultura lo quitará Sanidad.

Por otro lado, no les queda a los cortometrajistas ni siquiera la posibilidad de comercializar sus producciones, ya que no existe una regulación económica respecto a la exhibición de cortometrajes. De esta forma, el exhibidor se limita a pagar al productor la suma de 5.000 pesetas por un corto de estreno en la primera semana, que se convertirá en 3.500 pesetas la segunda semana, y 2.500 a partir de la tercera. Suponiendo una permanencia en pantalla de cuatro semanas, el productor se encuentra fácilmente con la desagradable sorpresa de que la suma que recibe del distribuidor no le da ni para pagar la copia que tuvo que aportar para la exhibición...

El cortometraje como escuela

La situación puede terminar con el cortometraje en España o dejarlo convertido en un hobby para millonarios. Pues bien, el director general de Cinematografía, Matías Vallés, viajó a Washington con una selección de cortos españoles para mostrar en Norteamérica nuestro desarrollo cinematográfico de los últimos años en el campo del cortometraje. Y no sólo esto sino que hizo declaraciones en las que expresó que está muy preocupado con el tema y concienciado con la situación actual.

De hecho, el cortometraje cubre una serie de campos que benefician fundamentalmente al Ministerio de Cultura y que tiene poco que ver con lo que debería ser la finalidad real del cortometraje. Así, sustituye a una escuela de cine (o al menos a sus prácticas), y a un centro de investigación y experimentación cinematográficas.

El cortometraje, que en un principio parece tener tan poca importancia y podría, al fin y al cabo, considerarse como un simple complemento destinado a llenar diez minutos de pantalla, se ha convertido en un cajón de sastre sustitutivo de una serie de centros y actividades relacionadas con el cine e inexistentes en nuestro país. Los únicos beneficiados por esta situación son los responsables de la inexistencia de estos organismos que ven, aunque malamente, cubiertas sus funciones por medio del cortometraje. Cabría añadir que de cada corto presentado al Ministerio la Filmoteca Nacional recibe una copia, que queda en su archivo.

Durante muchos años, los cortometrajistas fueron por libre. Se limitaban a rodar su corto anual, y a procurarse la subvención, para así poder hacer otro corto al año siguiente. Pero como los problemas se acumulaban y nadie se preocupaba de ellos, hace tres años crearon una asociación llamada ACE (Asociación de Cortometrajistas Españoles).

En ella se integró gente de diversas edades, procedencias y objetivos, que no logró ponerse de acuerdo. Un grupo fue acusado de manipular la asociación a su antojo y muchos de sus miembros se retiraron de ella para entrar en ADICE (Asamblea de Directores y Realizadores Cinematográficos Españoles). Allí, los cortometrajistas han conseguido crear un comité de cortometraje.

"Muchos de nosotros empezamos trabajando en largometrajes de meritorios o de lo que podíamos. Otros estaban ya haciendo cortos y así nos fuimos conociendo", afirma Luis Bellet, un director de cortometrajes perteneciente a ADICE.

Todos ellos quieren ser directores de cine, algunos tienen más experiencia que otros, porque han tenido más posibilidades o más fuentes de financiación, pero todos tienen claro que lo suyo es el cine y, desde luego, muy claro lo tienen que tener para dedicarse a ello teniendo en cuenta las dificultades que se les plantean. "Yo pienso que nosotros somos los futuros directores españoles, aunque nos lo pongan muy difícil", asegura Bellet.

El cortometraje está considerado en otros países como un género más del cine, tan digno de ser trabajado como el largo. En España hay directores como Javier Aguirre, que lleva veinte años haciendo ex profeso cortos experimentales, aún a sabiendas que tenían pocas salidas, a veces incluso ninguna. Pero esto no ha sido obstáculo para que Javier Aguirre haya acumulado una larga experiencia que hace su opinión en este tema especialmente valiosa, ya que él no ha trabajado el corto como un medio, sino como un fin.

"Si yo fuese escritor, seguramente que haría narraciones que de cien hojas y otras en 1.200. Si fuese pintor, haría cuadros muy pequeños y cuadros muy grandes, y si fuese músico escribiría cuartetos pero también sinfonías. Para mí el cine es lo mismo, y aunque tuviese mucho dinero para producirme largos, también haría cortos. Porque hay ideas que hay que expresarlas en diez minutos e ideas que necesitan de un largometraje".

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