Spandau Ballet, una vagancia exquisita
Ha venido un grupo. A 1.200 pesetas la entrada, a 700 pesetas la copa y a la una de la madrugada. Total, una broma que se puso para los no-abstemios en prácticamente lo mismo que costarán los Rolling Stones y la J. Geils Band juntos. ¿Y cuál era ese prodigio, digno de tan elevadas cantidades? Pues nada menos que Spandau Ballet, a quienes hace aproximadamente un año pudimos ver y oir en otra sala de la capital por 500 pesetas menos y sin que el beber fuera equivalente a destrozar el presupuesto.
Truco bien montado
En realidad el truco estaba bien montado, porque quien más quien menos había cobrado la mensualidad esa tarde y un exceso puede permitírselo cualquiera. Tal vez por eso el Pachá, recinto donde se celebró el acto, estaba más o menos lleno. En parte por gentes interesadas, en la música y en parte por el colorista público habitual de tan selecto local.Debo pensar que Spandau Ballet, antiguos apóstoles de la estética heroica-neorromántica, se contagiaron, como otros grandes que nos acaban de visitar, de algún virus cansino que se produce en Madrid con las flores de mayo. Y que el concierto les dio lo mismo. Mejor dicho, mientras los músicos si trataban de justificar lo injustificable, su cantante, alto y moreno, fue una leve sombra del que hace unos meses lanzaba un chorro de voz desde el escenario. Como se comentaba por allí, es terrible ver a alguien haciendo funky sin que una sola gota de sudor le resbale por la cara o le empape la camiseta. Si a esto unimos que el segundo disco del grupo apenas tiene una buena canción (Chant Nº 1) la segunda venida de la buena nueva inglesa resultó un pálido reflejo de un pasado prometedor. Y tanto es así que el bar externo de aquel sitio se fue llenando poco a poco de gentes perfectamente aburridas y algo moscas.
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