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La 'reaganomía', camino de Versalles

La recuperación económica occidental no será la esperada en 1982. Las tasas de crecimiento previstas para este año quedan por debajo de la de 1981: 0,3% del PIB, frente al 1,1%. Sólo a finales del año parece percibirse una recuperación moderada y progresiva de la actividad económica, que la OCDE matiza con toda clase de adjetivos difuminadores: "recuperación de amplitud limitada" que "revestirá un carácter esencialmente técnico". Una recuperación que se fundamenta en un proceso de reposición de las existencias, en un débil aumento del consumo y en una problemática mejora de la exportación, quedando descartada en el futuro inmediato cualquier recuperación importante de las inversiones. Tan cortos pronósticos se matizan aún por la presencia de incógnitas importantes: futuro de los precios del petróleo, dudas sobre la expansión del comercio mundial, restos de la resaca inflacionista en algunos países, tipos de interés reales por las nubes y déficit públicos por doquier. En esa coyuntura incierta, el peso de la economía y de la política económica estadounidense desempeña un papal decisivo. No puede extrañar, en consecuencia, que los problemas económicos americanos atraigan el interés general y monopolicen los análisis de coyuntura.La economía americana, un año después

Más información
Tipos de interés.
Déficit público.

La coyuntura económica americana responde a tres características:

1. La recesión de la actividad económica. El crecimiento prometedor por la reaganomía para 1981 (segundo semestre) y 1982 (primer semestre) se ha cambiado por una recesión casi tan profunda como la de 1974-1975.

2. Incertidumbre sobre el futuro. La esperada recuperación económica suscita extremas dudas -pese a la existencia de datos objetivos favorables (inflación, necesaria reposición de existencias)- a la vista del comportamiento del déficit público y los tipos de interés.

3. Dudas sobre la validez de la política económica. No puede extrafiar que el alejamiento del paraíso, prometido por la política económica aniericana haya abierto críticas y divisiones sobre y entre las medidas que la integran.

Una aguda recesión económica, iniciada en itinio de 1981 y que manifiestan los índices de producción, las tasas de desempleo y la crítica situación de las empresas, domina la economía americana. Tras el milagro productivo del primer trimestre de 1981, todos los indicadores de: la actividad económica comenzaron a declinar. El desarrollo del PIB registró tasas negativas en el segundo semestre de 1981 (-0,9%), que se han agudizado intensamente en el primer semestre de este afiq (-4,2%). En correspondencia con estas tendencias de la producción, los indicadores de desempleo apuntan en el mismo sentido: la tasa de paro ha pasado del 7,4% del primer semestre de 1981 al 7,9 (segundo semestre de 1981), situándose -en las últimas cifras disponibles de abril de este año- en el 9,4% de la población activa (10,3 millones de trabajadores), niveles semejantes a los más elevados alcanzados en 1941, cuando se inició la encuesta de poblaciónáctiva.

La situación de las empresas es especialmente crítica. Henry Kaufman, director ejecutivo de la Salomon Brothers, ha afirmado que "la posición financiera de las empresas americanas es la peor desde la posguerra y no existen perspectivas de mejora". El aumento de las quiebras en un 50% en el primer semestre de 1982 sobre comienzos de 1981 y la caída / dificultades de grandes sociedades, como la AmInternational, Braniff International, Western Airlines, International Harvester y la cadena de supermercadosGreat Atlantic and Pacific Tea Co., constituyen la parte más visible y espectacular de un proceso que afecta a gran parte de la economía empresarial estadounidense. La reciente reunión del Business Council, que agrupa a doscientos empresarios de las cincuenta mayores empresas de Estados Unidos, testimoniaba elocuentemente el fin de la euforia abierta por la llegada de la reaganomía, a comienzos del pasado año. La confianza en la orientación de la política económica parece mantenerse a largo plazo, pero se consigna la dureza de la situación a corto plazo, dominada -como lo está- por el déficit público y los crecidos tipos de interés, dos obstáculos claros en el camino de la anunciada y esperada recuperación de la economía.

Esperanzas de recuperación

Pese a todo, hay datos objetivos que permiten sostener aún la esperanza de la recuperación de la economía norteamericana, a cuya suerte está asociada la propia recuperación de los países de la OCDE. El dato más alentador es, sin duda, las tasas de inflación, situadas en niveles inferios a los previstos. La OCDE ha mejorado las previsiones americanas, pr onosticando una tasa de inflación para 1982 del 5,5% y del 3% a finales del año actual. Ese dato permitiría, contando con el proceso de reconstrucción de existencias y la rebaja impositiva concedida en el presupuesto de 1982, que entrará en vigor a partir del mes de julio, empujar la economía hacia crecimientos positivos, tanto tiempo esperados como demorados. Los pronósticos más optimistas los ofrece el modelo de la Wharton, que dirige el profesor Klein, al afirmar tópica y consoladoramente que "la economía ha tocado fondo y va a recuperarse" por un camino quizás inesperado y muy convencional: a través del consumo estimulado por los mejores precios, menos impuestos y recomposición de las existencias, y no por el camino en el que esperaban los economistas de la oferta: menores impuestos®mayor ahorro®mayor inversión; una mayor inversión que, por ahora, casi nadie ve en el horizonte.

El problema reside en cuánta recuperación y para cuándo. Aquí las divergencias son importantes. Las equivocadas predicciones de la Administración americana en el pasado conceden poca credibilídad al crecimiento del 3% del PIB previsto para el segundo semestre de este año, tanto más cuanto que los indicadores anticipados del Departamento de Comercio hoy disponibles apuntan a que hasta el otoño -al menos- no se recuperaría la actividad económica. La Reserva Federal Americana pronostica un aumento del 1% en el último trimestre de 1982, sobre igual período de 1981, y la OCDE, un crecimiento cero. Sin embargo, todos coinciden en que, a finales de 1982, la economía americana contemplará un ejercicio de 1983 con recuperación que la Administración lleva hasta el 5% del PIB y la OCDE reduce al 3%.

Esas discrepancias en los pronósticos dependen del comportamiento previsto en las dos variables cruciales de la coyuntura: el déficit público y los tipos de interés, cuyo comportamiento ha desatado una viva polémica dentro y fuera de Estados Unidos. Dentro, entre las concepciones que están detrás de los distintos sumandos de la reaganomía; fuera: entre los. países europeos y los rectores de la política norteamericana. Esa polémica define el actual y crítico momento de la política económica americana, describe el escenario en el que la reaganomía va a discutirse en Versalles y, lo que es más importante, permite apreciar los elementos que decidirán la suerte de la coyuntura económica de los próximos meses. Tratemos, pues, de referir el panorama que presenta esa situación. Una descripción que debe realizarse a partir de la perspectiva que ofrecen los tipos de interés.

Los tipos de interés: hechos y consecuencias

El comportamiento actual de los tipos de interés lo describen dos propiedades: su elevado nivel real (es decir, descontada la tasa de inflación) en una etapa de marcada recesión y, por tanto, de reducida utilización de la capacidad productiva, y la incertidumbre y variabilidad que presiden sus movimientos (con intereses a corto situados por encima de intereses a largo plazo).

Desde 1929-1933 no se conocía una situación semejante a la producida después de la segunda crisis energética: largo período de recesión con tipos reales de interés positivos y crecientes. Este comportamiento de los tipos reales de interés, generalizado en todos los mercados financieros -pero con marcada incidencia en Estados Unidos- tiene un conjunto de consecuencias de especial y acentuada gravedad. Cuatro son las fundamentales:

1. Impide la recuperación de las inversiones, cuya necesidad resulta dramáticamente urgente para atacar la crisis energética y sus consecuencias sobre la estructura productiva. Tanto la puesta en funcionamiento de las nuevas fuentes energéticas como las urgentes economías de energía precisan de mayores inversiones. Por otra parte, el capital ocioso en distintas industrias, obsoleto por la nueva estructura de precios relatívos, debe sustituirse (reconvertirse), lo que reclama mayores inversiones. La tasa de rentabilidad de las empresas se sitúa hoy, prácticamente en todos los países industriales, a un nivel inferior al registrado después de la primera crisis energética (1973-1974). En un contexto tan difícil, una tensión excesiva de los tipos reales de interés supone un coste imposible de soportar para hacer viables los proyectos de inversión. Por otra parte, si los tipos reales son elevados ya, sin recuperación de las inversiones privadas, ¿cuál sería, su nivel si esa recuperación se produjera? No habrá recuperación económica posible si los ya considerables tipos de interés se elevan sobre el nivel a que están hoy situados.

2. El margen de recuperación económica depende para cada economía de sus tasas de inflación. Si la inflación se reduce, pero los tipos de interés del mercado dominante de Estos Unidos se elevan, los países occidentales se verán colocados ante un dilema que se ha planteado a lo largo del último año: o elevan los tipos de interés internos, para evitar la salida de capitales al mercado americano (con el coste de dificultar o paralizar las inversiones internas), o bien dejan inalterados los tipos de interés, con lo que la salida de capitales depreciará sus tipos de cambio frente al dólar (con el coste de encarecer los precios internos y limitar las posibilidades y el margen de una recuperación). Este dilema, que los países europeos han padecido desde que en 1980 se inició la escalada americana de los tipos de interés, se ha resuelto inclinándose por una u otra alternativas, con el coste consiguiente.

3. Los efectos de los mayores tipos de interés sobre la carga dé la deuda acumulada son especialmente graves.

La carga de la deuda tiene frecuentemente ún primer térirtino de referencia: la comprometida situación de los países en vías de desarrollo. Desde el comienzo de la crisis, la deuda exterior de esos países se ha quintuplicado en términos netos (525.000 millones de dólares en diciembre de 1981), un aumento de la deuda producido fundamentalmente por la expansión explosiva de los préstamos de los bancos comerciales. Esa vía de financiación contaba con ventajas iniciales decisivas: permitió financiar la transición energética, dulcificando el coste del ajuste de una forma rápida (frente a la lentitud de los préstamos oficiales) y flexible (no condicional). Pero con esas ventajas existen también inconvenientes. Dos eran los más destacados: el crecimiento de los tipos de interés (progresivo a medida que el tiempo fue pasando) y la abreviación de los plazos medios de concesión. El ajuste semestral de los préstamos al Libor ha supuesto un crecimiento de la carga de la deuda, además del coste de su incertidumbre. El acortamiento de los plazos encarece también la carga de la deuda al obligar a costear todas las operaciones de refinanciación. Así se ha llegado a la situación actual, en la que ha podido calcularse que cada punto de elevación en los tipos de interés en las euromonedas produce un aumento en el coste del servicio de la deuda de 2.000 millones de dólares para los países en desarrollo. El peligro que supone este hecho difícilmente puede exagerarse.

Pero la carga de la deuda afecta también -hecho que se destaca menos- a las grandes empresas de los países desarrollados, en las que la desconocida elevación de los tipos reales de interés degrada sus balances, colocándolas en relación directa de su dependencia de los mercados financieros, en situaciones de creciente dificultad. La crítica situación ya referida de muchas empresas industriales americanas comienza a afectar de forma creciente a las propias entidades financieras. El peso importante de lo que los bancos americanos denominan non-performing assets (activos no rentables), cuya vigencia se renueva para no computarlos como pérdidas, indica que la crisis financiera no ha terminado. Se trata de una crisis que tenemos delante y cuya gravedad está en relación directa con el crecimiento de los tipos reales de interés.

4. Los mayores tipos reales de interés son un factor que produce en el Estado consecuencias visibles, al elevar el coste de la deuda y aumentar así el gasto público. Dada la situación deficitaria de los distintos presupuestos, ese aumento del gasto equivale a más déficit público, y ese mayor déficit público supone activar en un círculo vicioso interés elevado®déficit®nueva elevación de los tipos de interés.

Causas del crecimiento de los tipos reales de interés

Las graves consecuencias de los mayores tipos reales de interés obligan a conocer sus causas para actuar sobre ellas, porque sólo una acción eficaz que permita su reducción será capaz de sacar a las economías de la crítica situación en la que se encuentran.

¿Qué explicaciones se han dado a la aparente paradoja de tipos de interés crecientes-recesión continuada?

La primera y más elemental es la propia inflación. No pueden pretenderse tipos de interés menguantes con tasas de inflación crecientes. Buscar la salida de la crisis por políticas expansivas que aumenten la inflación es un quehacer sin sentido. No hay salida por esa vía: todo aumento de inflación elevará los tipos de interés. Ahora bien, disminuir la inflación constituye condición necesaria para moderar la escalada de los tipos de interés, pero como demuestra la realidad actual, no es una condición suficiente. Podemos quejarnos, como lo hacía recientemente el presidente Reagan, del crecimiento de los tipos de interés actuales y podemos afirmar que no está justificado porque la inflación se ha reducido. Podemos desear -como Reagan deseaba- que los tipos bajen hasta situarse en niveles reales del 4%, que eran normales en otras ocasiones. Pero el nivel de los tipos reales de interés no se decreta ni se conjura por nuestros deseos: es preciso que el mercado los acepte (dura lex, sed lex). Y el hecho es que los mercados financieros no aceptan hoy esos tipos reales del 3%-4% de otro tiempo.

Necesarias reducciones fiscales

¿Por qué? La respuesta que parece concitar más acuerdo acentúa una suma de hechos en los que se manifiestan las contradicciones de la reaganomía, la aplicación de una política monetaria restrictiva, una política presupuestaria permisiva (que no logra disminuir el déficit público) y unas expectativas de los mercados financieros respecto de los tipos de interés, tasas de inflación y déficit presupuestarios. La mezcla de esos hechos produce un precipitado de efectos de los que resulta dificil escapar y que han dividido a los propios inspiradores de la reaganomía. La cadena de esos efectos puede empezarse por el eslabón más defendido por los inspiradores de la reaganomía: las reducciones fiscales necesarias para estimular la economía de oferta. Una reforma con gran aceptación pública, abierta inicialmente por la propuesta Kemp-Roth, consistente en reducir en un 30% el impuesto personal sobre la renta en tres años: 10%-10%-10%, y por el estímulo a la inversión empresarial a través de la amortización acelerada. El Congreso redujo la reforma Kemp-Roth al 25% (5%- 10%- 10%), y la amplió al ofrecer la posibilidad de invertir sin impuestos hasta 2.000 dólares al año procedentes de pensiones privadas e indiciando la tarifa de renta y mínimos exentos a partir de 1985. Esa reforma disgustó a los economistas de oferta, porque no jugaba fuerte en los impuestos personales y aplazaba sus efectos, en los que ciegamente creían, sobre los incentivos. Entre tanto, la producción no ha aumentado, sino que ha disminuido, y la recesión -con las rebajas tributarias concedidas- rebajaba los ingresos públicos, ensanchando la brecha del déficit. Del lado de los gastos públicos han actuado dos fuerzas: los estabilizadores automáticos -activados por la recesión aumentaban los gastos de transferencia, y el componente político de la reaganomía ha reclamado mayores gastos de defensa. De esta manera se iniciaba lo que David Stockman, director de la Oficina de Presupuesto, denominó la temida hemorragia del déficit público. Las previsiones del déficit público se han ido corrigiendo mes a mes: inicialmente cifradas para 1982 en menos de 50.000 millones de dólares, se han elevado en las previsiones de febrero hasta 95.000 millones, y la OCDE las lleva hasta los 125.000 millones de dólares. Una cifra de la que parece difícil bajar en años sucesivos.

La recesión de una parte, y de otra el crecimiento del gasto público (defensa fundamentalmente), y la rigidez a la baja de los otros gastos públicos, han ido fabricando las nuevas y no previstas cifras del déficit público americano. Al llegar a este punto, la historia continúa con el otro eslabón de la reaganomía: la aplicación de una rigurosa política monetaria. La política monetaria restrictiva interpretada por la Reserva Federal ha probado una vez más sus puntos de fortaleza y, debilidad. De fortaleza, en cuanto una contención deliberada en las tasas de crecimiento de las magnitudes monetarias es capaz de reducir la inflación; de debilidad, en cuanto esa política es compleja en su instrumentación y necesita tiempo para doblegar las expectativas inflacionistas, un tiempo costoso de recesión, pérdidas de renta y empleos. Estos efectos de la política monetaria restrictiva han ampliado los déficit del sector público, cuya continuidad, por otra parte, alentaba las expectativas inflacionistas. De esta manera, se abrían las querellas internas entre la economía de oferta -la Oficina de Presupuesto- y la Reserva Federal. Los defensores de la economía de oferta acusan los temores de la Oficina de Presupuesto a conceder rebajas fiscales para alentar la recuperación económica; por otra parte, la Oficina de Presupuesto y los defensores de la economía de oferta acusan a la rigurosa política monetaria de la Reserva Federal de la gravedad de la recesión que agudiza el déficit del Presupuesto. Y, entre tanto, los mercados financieros no registran en los tipos reales de interés -como esperaban los monetaristas- la rebaja de la inflación, porque no creen (o dudan) que el Consejo de la Reserva Federal pueda continuar aplicando a cualquier precio una política monetaria restrictiva, dada la magnitud de los déficit previstos en el presupuesto. Estas interrelaciones plantean dilemas insolubles a la política económica. Sí ésta escucha a quienes acusan a la política monetaria de la recesión y dulcifica los crecimientos de las magnitudes monetarias como las expectativas del mercado sobre el futuro de los tipos de interés se forman por los objetivos monetarios anunciados, se empeorarían esas expectativas, elevándose los tipos reales de interés. Esa reacción de las expectativas de los mercados financieros no sería duradera si pudieran dominarse y reducirse en el futuro los déficit públicos, pero no hay garantía alguna de que esto pueda ocurrir, y mientras las cosas sucedan así, se mantendrán las expectativas alcistas sobre los tipos de interés. De esta manera, los déficit presupuestarios esperados se convierten en el heraldo de las expectativas alcistas, y éstas, en el sostén de los elevados tipos reales de interés.

El déficit, clave para la economía americana

El juego de las interdependencias anteriores sitúa a los déficit presupuestarios en el centro de atención de la política económica. Aparentemente, los problemas no parecen insolubles, pues el déficit público estadounidense no es elevado, si su magnitud se aprecia por su relación convencional con el PIB. Esa relación se sitúa hoy, según la OCDE, en el 3,4%. del PIB, frente a un promedio, para los siete grandes países industriales, del 3,7% del PIB, y parece factible reducirla actuando sobre los ingresos y / o los gastos públicos.

Sin embargo, este planteamiento del problema no da idea de su gravedad para la economía americana y para la defensa (y continuidad) de la reaganomics. El déficit público estadounidense es mucho mayor en sus efectos sobre la economía de lo que aparenta visto a través de su comparación con el PIB. El déficit público debe medirse por la apelación que el mismo supone al ahorro familiar, mucho más reducido en Estados Unidos que en otros países, como Japón o Alemania Occidental. El crecimiento del déficit público americano ha colocado sus apelaciones al ahorro en cifras elevadas (del 5,6% en 1981, pasará a más del 20% en 1982, y esa relación se teme, por algunos observadores tan competentes y responsables como William Fellner, que alcance en el próximo año el 32%). Ese peso considerable y creciente del déficit público sobre el ahorro está presionando ya los mercados financieros, y si el déficit público aumenta (o se mantiene), y si la inversión privada se recupera, la apelación de ésta al ahorro elevará aún más los tipos de interés, frenando con ello la reactivación de la economía.

En todas las economías habría que decir más bien, pues los crecidos tipos de interés americanos tirarán de los tipos de interés en todos los países occidentales, debilitando la recuperación económica. Por este motivo, la reducción del déficit público es insoslayable si quiere alentarse la recuperación económica y si desean evitarse las múltiples consecuencias negativas de los crecidos tipos reales de interés antes enunciadas.

Esa conclusión afecta de lleno al enfoque y a la lógica de la reaganomía. En efecto, una primera alternativa para cerrar la brecha del déficit consistiría en aumentar los impuestos (creando nuevos tributos o retrasando la reducción prevista del 10% en el impuesto sobre la renta para 1983), y esa es la que han recomendado al presidente muchos economistas, entre ellos Arthur Burns -actual embajador de Estados Unidos en Bonn y antiguo presidente del Consejo de la Reserva Federal- y otros consejeros, como Charles Walker, anterior secretario del Tesoro. Esa recomendación choca frontalmente con el primer sumando de la reaganomía, que ha hecho de la reducción tributaria su bandera. Una bandera a la que Reagan no está dispuesto a renunciar y por ahora no lo ha hecho. ¿Dónde quedaría la promesa de la reducción fiscal, la fe depositada en sus mágicos efectos, la retórica desplegada para convencer al público de su existencia y la ilusión de los contribuyentes, dispuestos siempre a ser convencidos de la bondad de una reducción fiscal? Renunciar a ese punto de apoyo de la reaganomía equivaldría a perder la primogenitura de la que deriva su popularidad y aceptación. Ante esas propuestas de algunos consejeros de elevar los impuestos, retrocediendo en la prometida reforma fiscal, se ha producido la indignación de los reaganianos de primera hora -los Laffer, los Kemp-, que vuelven sus críticas a la política monetaria de la Reserva Federal, gobernada por una perturbadora discrecionalidad, pidiendo al presidente la vuelta a un patrón metálico. Propuesta que el presidente ha mandado estudiar, pero que, por ahora, parece haber archivado. No ha archivado, sin embargo, la idea-base de los economistas de oferta -la reforma fiscal-, vigencia que descarta la primera y posible alternativa para reducir el déficit público.

Una segunda vía hacia un déficit menor sería reducir el gasto público, y eso significa para la reaganomía una sola cosa: reducción de los gastos civiles (en particular, los gastos de transferencia), pues el crecimiento de los gastos de defensa debe preservarse a toda costa, ya que constituye una condición de la política americana. Dado que el aumento en términos reales de los gastos de defensa se sitúa en una tasa del 7% en términos reales (entre 1980-1984), y el resto de los gastos crece en un 1% en el mismo período en términos nominales, se comprende la dificultad / imposibilidad del empeño. David Stockman, en sus momentos de sinceridad con el periodista William Breider, que éste publicó en el famoso artículo del Atlantic Monthly, afirmaba que el crecimiento del gasto público es una batalla política perdida: "El presupuesto", decía Stockman, "es una suma de decisiones acumuladas por la historia que se imponen, queramos o no, a nuestra voluntad actual. Todas las decisiones adoptadas hace cinco, diez, quince años, caen hoy sobre nosotros de forma súbita y nos obligan a gastar. Para dominar el crecimiento del gasto harán falta tres / cuatro años de acción continuada y tenaz. No sé de nadie que pueda mantener el impulso polítíco necesario para combatir ese monstruo del gasto público durante tanto tiempo". Si esto es cierto, la brecha del déficit público no tendrá remedio, y los elevados tipos reales de interés, tampoco.

Al contemplar la situación desde esta perspectiva se percibe con claridad la fundamental contradicción de la reaganomía que denuncian los elevados tipos de interés en plena recesión. Esa contradicción es la que se advierte entre los que denominábamos en un artículo anterior los dos componentes de la reaganomía: el político, con- Pasa a la página 54 Viene de la página 53 sistente en afirmar la presencia y defensa exterior de Estados Unidos (el componente geopolítico), y el económico, consistente en retornar a una economía dinámica, dueña de su estabilidad económica. Dicho más directamente: la reaganomía está volcando demasiado dinero sobre el Pentágono (gastos de defensa) antes de situar a la economía y a la hacienda americanas sobre bases más sólidas y, mientras esto se realice, todos pagaremos sus consecuencias.

Todos, se afirma, porque el déficit presupuestario de Estados Unidos es literalmente nuestro déficit, ya que todos pagaremos sus efectos por la cerrada interdependencia del déficit público, tipos de interés, cotización del dólar, que proclaman con toda elocuencia los hechos de la reciente coyuntura.

Por otra parte, la discusión del déficit público no debería ser el único tema a cuya solución se condiciona la evolución de la coyuntura internacional, pues la recuperación de ésta depende del margen concedido por la inflación, bien reducido en muchos países. El esfuerzo por estabilizar las economías que padecen agudas tasas de inflación debe continuar, y sobre su importancia la OCDE ha llamado justificadamente la atención.

La voluntad política que se ponga en la solución de estos problemas es la única que permite apreciar los deseos efectivos por consolidar una recuperación económica. Cabe poca duda de que el déficit público constituye un mal general, y en particular, el déficit público americano se ha convertido en el tema dominante de la coyuntura económica actual. ¿Puede pensarse que la posición irreductible que por ahora mantiene la reaganomía sobre el déficit presupuestario se modifique en un inmediato futuro? Esa es una pregunta que no puede contestarse sin valorar lo que para la política americana significa, bien renunciar a la reforma fiscal, bien renunciar a sus objetivos geopolíticos, reduciendo sus gastos de defensa Cualquiera de esas dos decisiones nublarían la imagen que la reaganomía trazó con tanto vigor sólo hace un año, y por eso se entiende la resistencia a adoptarlas. Hay quien ha juzgado el mantenimiento de la reaganomía como una actitud demasiado ideológica y poco pragmática, lo que encuentra la respuesta en sus defensores que el pragmatismo siempre es necesario en política, pero en política hay que preguntarse siempre también hasta qué punto el pragmatismo se convierte en oportunismo.

Hay que confiar, sin embargo, en que esta lucha interna entre los componentes de la reaganomía, que se manifiesta en la continuidad del déficit público y los elevados tipos reales de interés, termine superándose. Un compromiso de mayores ingresos públicos o gastos públicos menores es necesario para reducir el déficit público y permitir una caída de los tipos reales de interés que aliente la recuperación económica. Sin ese compromiso presupuestario que reduzca el déficit público -que, confesémoslo, supone la revisión de las creencias que están detrás de la reaganomía-, la recuperación económica de Estados Unidos y la propia de la economía occidental será imposible. La voz autorizada del secretario del Tesoro, Donald T. Regan, acaba de afirmarlo categóricamente: "A falta de un acuerdo sobre el presupuesto, la recuperación económica padecerá una peligrosa anemia, para caer muy pronto en otra recesión".

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