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Antonioni y Godard protagonizan un final polémico

Mientras Jerry Lewis pasea por la Croisette sonriendo a cuantos periodistas ve, y haciendo gestos cómicos ante las cámaras, la polémica en torno a las películas de Antonioni y Godard han acaparado las tertulias del festival de Cannes, que hoy se clausura. Buena parte de la Prensa francesa destaca la obra del realizador italiano como la mejor del certamen, mientras tampoco son escasos quienes sólo ven en ella un nuevo eclipse del autor de La aventura.

Godard, por su parte, aunque es más discutido, centra el entusiasmo de sus incondicionales. Asi se demostró, al menos, en la conferencia de Prensa en la que Godard dispersó sus respuestas sin orden ni concierto, incluso interrumpiendo su parlamento sin encontrar la salida, provocando la admiración de quienes aún se convencen por la retahila de citas literarias y cinematográficas con las que el autor adorna sus no respuestas. Era menos florido, en cambio, al contestar a quienes le acusaban de haber hecho una película tan cerrada en sí misma que sólo es comprensible desde la autocomplacencia. Desde ésta, Godard supera incluso a Antonioni, cuya dificultad para tolerar críticas negativas se hizo también patente en su aparición ante la Prensa. Godard iba, para defenderse, más lejos que él ironizando sobre las películas que, como su Passion, son aspirantes a los premios que esta noche concederá el jurado: fue específico en este sentido con Identificación de una mujer, la película de Antonioni, que aprovechó como referencia cada vez que recurría al ejemplo de un mal cine.

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Los comentarios de los asistentes al festival se han extremado por las actitudes de estos directores. De ahí que sus películas serán inevitablemente aplaudidas o pateadas, tanto si aparecen en el palmarés, como si no. Un 50% de asistentes apoyará cualquier decisión.

Jerry Lewis ha llegado, pues, tarde, para convertirse en protagonista, aunque su presencia se deba al documental que sobre él ha filmado el crítico Robert Benayoun, Buenos días, señor Lewis, un agradable obsequio de despedida del festival. Porque las películas presentadas a última hora a competición no han destacado precisamente por su calidad. A toda marcha, de Robert Kramer, nos cuenta una leve historieta en el ambiente de los jóvenes patinadores. La superproducción cubana Cecilia, que durante dos horas y media narra un largo y complicado melodrama que, como telón de fondo, denuncia la esclavitud con la que la aristocracia cubana sometía a la población negra durante el pasado siglo, tampoco ha superado la expectación provocada. Para rodar esta película, Humberto Solás, el director, ha empleado cinco años de su vida y la paralización, durante doce meses, de cualquier otra producción de cine de su país. Demasiado esfuerzo para una obra esquemática.

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