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El Festival de Cannes reserva para el final el estreno de las películas más polémicas

El Festival de Cannes ha aplazado para los últimos días las películas más polémicas o de interés apriorístico poco generalizado. Godard y Schroeter ilustran con sus nombres consagrados una recta final que no ha mejorado con ellos el nivel anterior. De hecho, el festival de este año se ha organizado sobre la base de directores conocidos antes que por la calidad de sus trabajos últimos. Y así puede entenderse también la ausencia española: ningún autor conocido en Francia tenía película terminada.Cuando el jurado, en el que figuran Gabriel García Márquez y Geraldine Chaplin, otorgue mañana sus premios, probablemente se descubra el sentido de muchas proyecciones, caso de que también este año quienes deciden el palmarés hayan respetado las ocultas negociaciones que el festival haya podido hacer previamente con los productores de las películas-estrellas. ¿Podrá distinguir el jurado una película como Passion que antes que una obra del viejo y renovador Godard es su propia caricatura? ¿Podrá, sin embargo, quedar Godard sin premio? Una gran parte del público aplaudió incondicionalmente su película, pero señalemos también la reacción negativa que no pudo hacerse audible por el silencio obligado del estupor.

Passion es la nueva respuesta que hace Godard al cine narrativo, proponiendo en su lugar un tipo de historia sin anécdota en la que los personajes expliquen que es eso precisamente lo que están haciendo. En el caso de Passion el esquema es ya tan simple que cuenta el rodaje de una película sin guión en la que el director es reclamado para que lo escriba. Como Godard sigue el mismo juego de su personaje, la película puede considerarse una declaración de principios, o un testamento según quiera entenderse. El mensaje de Passion es muy confuso porque, entre otras cosas, la película apenas se oye. Cualquier conversación está bañada de sonidos extraños que la enturbian hasta el punto de convertirla en un sonido más. Si exporádicamente llega al espectador alguna frase se encuentra con un tópico chiste sobre Solidaridad o un juego de palabras propio de cualquier adolescente con afán de destacar.

No le va a zaga el alemán Werner Schroeter, en su película El día de los idiotas donde quiere también dar la vuelta a una narrativa tradicional pero sin olvidarse realmente de ella. Queda el resultado de su esfuerzo en los márgenes de lo confuso.

Querer retratar la pereza por vivir una vida en la que la individualidad o el amor son irrecuperables en base a las reacciones de las pacientes de un hospital psiquiátrico, es evidentemente burdo, aunque permita al director trasladarse cómodamente desde la realidad a la fantasia.

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