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Crítica:MUSICA CLASICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El concepto de la libertad de Yuri Temirkanov

El clima de entusiasmo no ha perdido grados en el segundo y tercer concierto de la Sinfónica de Londres, celebrados el sábado por la tarde y domingo por la mañana. Un Teatro Real rebosante de melómanos habituales y de esos otros que podríamos denominar "de acontecimientos", acogió todas las versiones con aplausos y bravos, pero hizo distinciones: la Primera, de Mahler, y los Cuadros de una exposición, desataron el clamor; no tanto, la Segunda sinfonía, de Beethoven, y la Concertante, KV 297b, de Mozart.Una de las características cualitativas del director Yuri Termirkanov es, sin duda, su libertad de concepto. Piensa las versiones según sus personales gustos y tendencias y no parece arredrarle ningún género de convencionalismo, por muy tradicional que sea o por bien defendido que esté. Lo que quiere decir que el maestro soviético se arriesga, algo preferible a ciertos falsos puritanismos, enmascarados en pretendida fidelidad a lo escrito, que fatalmente desembocan en puro y simple aburrimiento.

Obras de Beethoyen, Mahler, Rossini, Mozart, Moussorgsky-Ravel

Orquesta Sinfónica de Londres. Director: Y Temirkanov. Solistas: A Cadinen, óboe; J. Brymer, clarinete; M. Gatt, fagot; D. Cripps, trompa. Teatro Real. 22 y 23 de mayo.

Temirkanov es todo, menos aburrido; puede producir cualquier reacción menos la del desinteresado desvío. Así lo demostró en su interpretación de la Segunda sinfonía beethoveniana que escuchamos mucho más cerca del Beethoven que iba a ser que del que realmente era en aquel momento. Las muchas sugerencias de futuro que contiene la partitura se torna ron en fuertes evidencias. Algunos de los tempi fueron exagerados, como también la violencia de los contrastes. Ahora bien, el conjunto general se encuadraba en una idea, en un concreto punto de vista jamás en el puro capricho.

Una partitura como la Primera sinfonía, de Mahler, encierra las mayores posibilidades de triunfo y Temirkanov las aprovechó en sumo grado. La obra, como todas las importantes, presenta diversas posibilidades de lectura y Temirkanov, eligió la más brillante y espectacular, aunque también la más exterior. Contando con una orquesta como la de Londres, fascinó literalmente al auditorio en un ejercicio virtuosístico de alta retórica. Tan decidida e impetuosa fue la Primera, de Mahler, en manos del maestro soviético, que pasaron inadvertidas imprecisiones y hasta imperfecciones de afinación (el comienzo de la obra, por ejemplo) tan habituales en otros conjuntos como infrecuentes en éste.

Tras una preciosa exposición de la obertura de La italiana en Argel, de Rossini, cuatro solistas de la London Symphony (Anthony Cadmen, óboe; Jack Brymer, clarinete; Martin Gatt, fagot, y David Cripps, trompa) expusieron, en unión las cuerdas, reducidas, óboes y trompas, la Sinfonía Concertante KV 297b, de Mozart, discutida en su paternidad e indiscutible en su belleza. Dentro de una estupenda claridad de ejecución y pensamiento, fue aquí el único momento en el que Temirkanov pareció conformarse con los usos de la tradición. Pero la realización fue de una belleza absoluta.

Como esperábamos, con los Cuadros de una exposición, de Moussorgsky-Ravel, llegó el momento más alto (después de Petrouchka), de cuanto ha dirigido Temirkanov en Madrid. Sobre la base de una orquesta que hace de la obra verdadera pieza de exhibición, el director invitado impuso su pensamiento flexible, natural, vivísimo en la imaginación, irresistible en la feria de coloridos, minucioso en el estudio de los procesos dinámicos: un modelo de correspondencia artística al crear con sonidos fabulosos sensaciones plásticas. La reacción del público llegó al límite y en medio de un coro aclamatorio, orquesta y director dieron su adiós con una danza húngara de Brahms y un intermedio de Carmen, el basado en el polo de Manuel García.

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