En una hora dramática
Esta guerra ha puesto en evidencia bastantes cosas. En primer lugar, que los sentimientos patrióticos, incluso en aquellos países donde parecían dormidos, siguen siendo un elemento de primer orden en la vida de los pueblos: ingleses y argentinos han asumido esta guerra con el mismo ciego entusiasmo con que lucharon unos contra Hitler y otros contra el colonialismo declinante en tiempos pasados. Ambos países forman parte de lo que se ha venido en llamar el "mundo occidental", pero su pertenencia a tal mundo no ha impedido el enfrentamiento: las alianzas tradicionales se han trastocado. Estados Unidos ha perdido de un plumazo el favor de casi todos los países del continente, y la Unión Soviética ha ganado un terreno considerable en una zona donde había fracasado reiteradamente. La tercera evidencia, igualmente catastrófica, es que los mecanismos internacionales de mediación y negociación, meticulosamente puestos a punto en los últimos años, apenas han servido de nada: el empecinamiento entre los dos contendientes los ha convertido en símbolos inútiles.Aunque no es hora de hacer distingos ni de recurrir a la escolástica de guerra justa o injusta, no cabe duda (le que, en las lejanías australes, se enfrentan también dos nociones del mundo inconciliables, pese a que pomposamente -pero sólo en teoría- se alineen en el mismo bloque político. Gran Bretaña es un país democrático, dotado desde hace siglos de un sistema representativo y en el que el pueblo elige a sus gobernantes, controla al Gobierno y se identifica con sus instituciones. Argentina es un régimen autoritario donde los partidos políticos no tienen existencia legal, donde todavía bastantes ciudadanos están encarcelados por delitos de opinión y donde -lo que es peor- miles de hombres y mujeres han muerto o han desaparecido por el solo hecho de sostener posiciones diferentes a las que mantienen los militares de la Junta. ( ... )
El voto de todos cuantos nos solidarizamos con la tristeza y el dolor de los dos pueblos no puede ser otro que este: que cese el grito de las armas y vuelva a escucharse la tenue, iluminada y necesaria voz de la razón.
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