El honor
El Club Marco Aurelio celebra hoy un coloquio/debate sobre el tema El honor. Me parece una aberración y una profanación.La cosa empieza con José Luis Aranguren, que es un señor a quien hubo de quitársele la cátedra por deshonor. ¿Quién es este muchacho, de qué familia es, a qué colegio ha ido, cómo se permite hablar sobre el honor, concepto bizarro, ecuestre y español, cuando él no es bizarro, nunca se le ha visto a caballo y queda dudosamente español, escribiendo, como ha escrito, que Wojtyla será el show final de los Mundiales? Aquí pasa algo. Luego viene José Luis Pitarch, a quien el honor se le supone, por su menester, pero que ha faltado a él repetidamente, según hoja de servicios. Entre este senado de honorables (que ni siquiera serían honolables para un chinito algunos) encuentro también a Rafael Sánchez-Ferlosio, escritor de suspectas letras, con buena caligrafía y dudosas costumbres. En su malfamada novela El Jarama hizo descender las bellas letras a lo menestral y plebeyo, a lo bajuno y hortera. Si el libro es ya un clásico del siglo XX español, será un clásico del deshonor y el mal gusto. Máxime cuando, por aquellos años cincuenta de la amanecida del libro, escribía en España don Federico García Sanchiz, a quien sólo le faltaba hablar. Después viene Fernando Savater, demasiado joven para tener honor ni tener nada. Cuando los tiempos eran tiempos, un pillete de su edad sólo tenía suspensos o aprobados.
Ahora se deja la barba para hacernos creer que tiene honor, pero el honor ibero suele ser barbilampiño o afeitarse con una bayoneta, y si no, véase iconografía al respecto.
Sobre todos los demás participantes apenas tengo nada que decir, salvo que el honor, como el sexo de los ángeles o la existencia de Dios, no es cosa a debatir en una tenida de escritores, "con la característica soberbia de los intelectuales", como decía el general Franco. Cuando muere un ángel tomista, muere con él toda su especie, o sea, que se extingue para siempre, según el Aquitano. Así pasa con el honor de las vírgenes, los profesionales de la honra y los cómicos que representan mucho a Calderón de la Barca. Cuando muere un intelectual, hay cien que se presentan a solicitar su colunina en la Prensa. Los escritores son hijos de Betial y no se extinguen nunca, para mal de la humanidad, e incluso de las humanidades. El honor desciende de las panoplias hasta los "bastardos de banquero", que decía Balzac, como mucho, pero nunca ha llegado a un intelectual, salvo Garcilaso y el Doncel de Sigüenza. El honor y la honra tejen la Edad conflictiva de España, según don Américo Castro. El honor de los españoles está "entre las piernas de las mujeres", según el poeta Luis Cernuda, homosexual confeso, rojo y exiliado. El honor se dirime y elucida hoy en más altas y lontanas tribunas, y a uno le parece descaro, cuando menos, si no desacato, el que unos cuantos escribas/fariseos, acogidos a la sombra nominal de un emperador laso, como Marco Aurelio, se pongan a debatir el honor en sus chiscones literarios. Si hasta los intelectuales van a tener honor, esto acabará pareciendo una democracia. Uno piensa que las fuerzas de diverso orden que tan eficazmente han pacificado las pacíficas fiestas de Madrid (Retiro, Rastro y así) debieran deshonorar (e incluso deshonrar, que quizá alguno lo agradecería) a estos francmasones que no acaban de confesarse masones ni franceses, carne ni pescado, chicha ni limoná (y perdón por esta concesión retroidiomática a las pasadas fiestas). El honor es cosa de hombres, y no de intelectuales. Se autorizan estas movidas, don Mariano, y luego pasa lo que pasa. No nos salva ni Marco Aurelio.
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