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'El humor es indispensable para no dejarse aplastar por el disparate', dice Francisco Ayala

El novelista presenta 'Recuerdos y olvidos', primer tomo de sus memorias

Recuerdos y olvidos, primer volumen de las memorias de Francisco Ayala, presentado ayer en la Biblioteca Nacional por el presidente del Tribunal Constitucional, Manuel García Pelayo, y los académicos Rafael Lapesa y Antonio Tovar, no es un libro autobiográfico ni un relato de la vida de este escritor de 50 libros y de 75 años de edad, vividos en una España de esperanzas y de exilios. Recuerdos y olvidos es, como parece inevitable siendo su autor un impenitente creador de mundos de ficción, la última obra literaria (en tres tomos, de los que el segundo estará listo dentro de un año) de una de las figuras más importantes de la cultura española actual.

Francisco Ayala piensa que en las memorias al uso "se cuentan cosas que interesan mucho a quien las escribe o a su familia", y que, la manera de que estos libros "tengan un interés general es darles una intención literaria, procurando su belleza y haciendo que los tonos cambien y que lo trágico y terrible, que abunda en la vida, se mezcle con lo pintoresco y lo cómico". "El humor", piensa Ayala, ,les requisito indispensable para dominar intelectualmente el mundo y no dejarse aplastar por el disparate".Francisco Ayala empieza sus recuerdos y sus olvidos en Granada, la ciudad que le vió nacer y a la que regresó después del exilio. El relato, que se inicia en los años sesenta, retorna más tarde a la infancia y a la adolescencia, que el futuro novelista, crítico y ensayista va a vivir intensa y tempranamente cuando, cumplidos los 16 años, se incorpora a la vida literaria de Madrid y traba conocimiento con personajes públicos, escritores, profesores y políticos.

Conocimiento de Ortega y Gasset, con el que entra a colaborar a los 19 años en, la Revista de Occidente y "cuya influencia en todo el país, no sólo entre la juventud literaria, no tiene hoy, ni de lejos, ningún otro intelectual". Conocimiento de Azaña, en 1926, cuando el futuro presidente de la República "no soñaba ni de lejos con su futuro político, con su destino trágico, de héroe shakesperiano" que nadie le presagiaba cuando aparecía por la tertulia de la Granja del Henar el autor de El Jardín de los frailes, publicado el año en que le conoce Ayala. Conocimiento de su generación literaria, la de su paisano Lorca, y los poetas del 27, la de los Sender y Max Aub, a los que evoca en el regreso del exilio.

La influencia de los intelectuales en la generación de la preguerra contrasta con la situación actual, en la que hay un abandono de las masas. Sartre sería el último ejemplo de intelectual líder, dentro de una excepcionalidad que Francisco Ayala se atreve ya a dar por general porque, incluso entonces, los intelectuales influyentes en el pueblo eran excepción. Para él, por ejemplo, Azaña no sería el ejemplo, sino Ortega. Y habría que remontarse, en el caso de España al siglo pasado para encontrar casos de verdadera influencia" "Larra dijo aquello de que escribir en Madrid es llorar, pero el hecho es que Larra llega a Madrid desde Francia siendo todavía un muchacho, y empieza a escribir, a ganar cantidades inmensas de dinero y a tener una influencia enorme, como se demostró en su entierro, que fue una manifestación impresionante Galdós tuvo también una gran influencia y en Francia, que es un caso aparte, los ejemplos son muy numerosos".Por qué esa pérdida de influencia y cuál ha sido el mecanismo de, sustitución es una pregunta para la, que Francisco Ayala no encuentra otra respuesta que la de los medios de comunicación masivos, que han cortado la comunicación del intelectual con el público porque "en el siglo pasado el escritor pertenecía a la clase dirigente o se incorporaba muy pronto a ella mientras que hoy esa clase no existe, se ha diluido el poder, y a las masas se les influye con unos mecanismos a los que no puede adaptarse". ¿Quién ha sustituido al intelectual? Ayala sonríe. "Hoy quien manda es la televisión. Y los que aspiran a asumir el poder tienen que hacerlo creándose una imagen que les confecciona y les fabrica, como es sabido, una agencia de publicidad. Se les pide, se les obliga a decir lo que espera oir la mayoría y, en definitiva, podría decirse que no manda nadie, que el mundo va a la deriva porque él control supone consciencia y yo creo que el mito de las multinacionales no es la respuesta porque las máquinas funcionan solas. Por otra parte, ya lo hemos visto en el conflicto de las Malvinas: los gobiernos han despertado, con intenciones muy concretas, las emociones de sus pueblos, y ahora están prisioneros de ese pueblo, no pueden ni volverse atrás ni decir lo que probablemente tendrían que decir. En el caso de Argentina, por el deseo de permanencia de sus di rigentes en el poder; para los británicos, por una reacción de soberbia herida, por un ataque de soberbia nacional".

El autor de Recuerdos y olvidos leyó anoche, en el salón de actos de la Biblioteca Nacional, un fragmento de la segunda parte de sus memorias, dedicado a la ciudad de Buenos Aires y a Victoria Ocampo. Antes habían hablado Antonio Tovar, Rafael Lapesa y Manuel García Pelayo."Creo que es la primera vez que asisto a la presentación de un libro, sea como espectador, sea como actor, sea como autor", dijo el presidente del Tribunal Constitucional alegrandose de que su "iniciación en este rito, que sin duda cumple una importante misión social, tenga lugar con motivo de la presentación de una obra de Francisco Ayala". García Pelayo, viejo amigo del escritor, con el que compartió "tareas académicas e inquietudes de otra índole", recordaría la faceta de experto en Derecho Político y en sociología de Ayala y cómo este tradujo, a principio de los años treinta, la Teoría de la Constitución, de Carl Schmitt, o escribió un Tratado de Sociología, "sin duda el más agudo e informativo en lengua española y quizá uno de los últimos sobre la materia", poniendo otros ejemplos (y renunciando a muchos) que presentaban "esta dimensión intelectual de la vida de Ayala". Del libro que se glosaba dijo que era la expresión o, si se prefiere, la objetivación de una rara carácterística del autor de El jardín de las delicias: la de ser un verdadero espíritu libre. "Libre de los pensamientos estereotipados, de los idola, que decía Bacon; libre de las terribles simplificaciones tan presentes en nuestra época; libre, en fin, de las coerciones que sobre el pensamiento individual ejerce la voluntad colectiva". Esa libertad de espíritu, unida a la maestría de narrador capaz de establecer la conexión entre la singularidad de la propia vida y el marco histórico en que se desarrolla, hace que este libro le parezca "no solo el testimonio de una vida en claro, sino también de una España en claro".

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