Experimento frío, color inútil
Las últimas obras realizadas por Antonioni estuvieron bien lejos de complacer a quienes le habían considerado en los años sesenta un renovador del lenguaje cinematográfico que confería a sus películas una profundidad de análisis poco habitual en el cine europeo de la época.Desde que, estimulado por ese éxito, Antonioni intentó trasladar ese punto de vista a la sociedad norteamericana (Zabriskie point) comenzó una carrera desigual que sin rechazar la polémica quedó desconectada de su anterior rigor de juicio. De profesión: reporter (1974) le reveló a muchos como un autor hueco que había perdido su rumbo.
Vuelve ahora el director de Desierto rojo a intentar una recuperación de su viejo esplendor con la oferta de un procedimiento de filmación a través del vídeo que revoluciona la técnica de tal forma que pueda, al fin, permitir al autor un control completo sobre los matices y detalles que quedaban antes confiados a la intervención de laboratorios o técnicos especializados.
El misterio de Oberwald
Director: Michelangelo Antonioni. Guión: Antonioni y Tonino Guerra, inspirado en el obra de Jean Cocteau, "El águila de dos cabezas". Fotografía: , Luciano Tovoli. Intérpretes: Mónica Vitti, Paolo Bonacelli, Franco Branciadoli, Luigi Diberti. Italiana, 1981. Drama. Local de estreno: Azul.
El misterio de Oberwald se inclina por desarrollar esas nuevas posibilidades en el campo del color. Antonioni ha forzado el cromatismo de forma que cada personaje se identifique en sus emociones o significados antes por el color que por la interpretación. El halo violeta que rodea un rostro puede trucarse súbitamente en una tonalidad opuesta que marque así la novedad de la situación o el matiz de los sentimientos.
Ni emoción ni magia
El resultado es, lógicamente, frío; no cabe en él la emoción del melodrama ni la magia de la novedad técnica, que agota pronto su capacidad de sorpresa.
Era un melodrama, sin embargo, el texto original de Cocteau en el que Antonioni ahora se inspira y que el propio escritor había llevado al cine en 1947. Cocteau supo entonces trasladar al cine su peculiar concepto de lo onírico ("el sueño convertido en realismo irreal") a través de la propia puesta en escena y de una adecuada interpretación de Jean Marais y Edwige Feuillere que recitaban el texto haciendo que su posible cursilería poética se entroncara en la estética general de la obra.
Al no profundizar Antonioni en su ambigua intencionalidad, deja desnudo el texto primitivo, su investigación del color no aporta el tono mágico que sería necesario para creer- en lo que se ve.
La tragedia de esa reina protagonista, debatida entre el amor y la muerte, queda explicado sólo en largos parlamentos que no ocultan su origen teatral (es un trabajo para televisión) y sufre, por tanto, de la larga duración que una adaptación tan simple tiene generalmente en el cine. La imagen, experimentos aparte, no crea un tratamiento cinematográfico autónomo. El drama de la reina, sepultada en recuerdos y renacida sólo para, encontrar el amor, es decir, la muerte, no cautiva, queda descolgado de su época y de la nuestra.
Babelia
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